12/31/2020

El fin

Éramos una decena al llegar a Finne, pero solo regresamos nueve. Y ninguno queríamos abrir el pico. Nos interrogaron a todos y todos dijimos lo mismo: que no sabemos qué ocurrió, que de repente Niko ya no estaba y que nos dimos la vuelta sin más. Y siempre hacen las mismas preguntas. ¿Por qué no le buscamos? ¿Qué vimos allí? ¿Por qué guardamos silencio? Pero la respuesta nunca cambia.

Vosotros haríais lo mismo.

Las teorías sobre aquel viaje a Finne se esparcieron igual que la luz se dispersa sobre una habitación oscura: de forma caótica, veloz y sujeta a libre interpretación. Algunos decían que se trataba de un accidente vergonzoso, otros que le asesinamos entre todos, y una vez llegué a escuchar que en realidad todo era una conspiración más del gobierno. Pero todos tenían clara una cosa, y es que la única manera de hallar respuestas era regresar a Finne.

Aquella vez mandaron ocho, pero solo volvieron siete. Y su silencio era aún mayor, pues ninguno de los integrantes fue capaz de pronunciar ni una sola palabra. Era como si aquel viaje les hubiera robado la voz, la conciencia y el leve brillo en los ojos que demuestra que aún sigues con vida. La situación empeoró, las revueltas brotaron y al final decidieron probar algo nuevo. 

Mandaron a seis personas. Cinco de ellos eran altos cargos del gobierno, gente de bien, y un periodista afortunado al que permitieron documentar la expedición. El otro era yo. Supongo que creyeron que una vez allí les contaría la verdad. Así que accedí a guiarles y me volví a encaminar a Finne.

Y en cuanto llegamos al planeta arenoso y rojizo ocurrió otra vez, aterrizamos la nave y la gobernadora ya no estaba. Y aunque la buscaran por todas partes y me amenazaran con partirme las piernas todos sabían que no iba a aparecer. Tras deliberarlo decidieron salir de la nave y buscar por los alrededores, por si la mujer se encontraba fuera, pero yo me negué.

Salid si queréis respuestas. Pero yo no puedo ayudaros.

Los cuatro salieron con toda la determinación que pudieron reunir, y al cabo de un rato solo regresaron... tres. Y los tres volvieron con el mismo rastro de horror en sus ojos, el rostro contorsionado en una extraña expresión inerte. Nos miramos en silencio, entendiendo en la ausencia más de lo que podríamos entender con palabras, y se dirigieron al interior de la nave. 

Pero yo me quedé atrás. No se puede pisar Finne dos veces; o sales vivo y no regresas jamás, o sucumbes al misterio que guarda su nombre. Así que salí de la nave y hundí mi cuerpo en la arena, solemne, dejando que el cálido abrazo de la tierra me envolviera suavemente. La nave despegó y durante unos instantes yo fui el único habitante de Finne, hasta que un tentáculo monstruoso surgió de las profundidades del desierto y me ahogó en la arena. Igual que había visto morir a Niko. 

Y no quedó nadie en Finne.



52-Última semana del año. Haz un relato en el que se intercale una cuenta atrás desde diez.

Entre gambas y uvas, apurando el último día del año y preparándome para despedirlo, os dejo, por fin, el reto 52. Y hoy más que hablar del relato quiero ponerme ñoña un momento.

Este año ha sido terrible en muchos aspectos, pero a nivel literario es como si hubiera vuelto a nacer. Me abrí el blog a finales de 2019 sin saber muy bien por qué, con la única intención de intentar que la gente leyera mis cosas y de motivarme a escribir un poco más. Poco después encontré los retos Literup, y a partir de ahí he comenzado un viaje en el que he descubierto que puedo escribir con constancia (casi todas las semanas del año, al menos), que alguna idea buena me queda, y que a la gente le gusta lo que escribo.

He encontrado una comunidad de lectores y escritores que, de verdad, me ha cambiado la vida. He vuelto, después de tantos años de miedo y vergüenza y de esconder mi escritura bajo la almohada, pensando que no merecía la pena. Muchísimas gracias por todo.

Que el nuevo año os traiga todo aquello que pedimos al 2020 y que se nos fue arrebatado. Felices fiestas, y no dejéis que os devore un monstruo de la arena. Porque esto no es el final.

Y por última vez, si quieres saber qué es el Reto Literup, haz click en este enlace.

12/28/2020

Veinte metros nada más

Trigger Warning: Descripciones desagradables, vómito, sangre.

La hora se acerca, y con ella el ambiente se enrarece y el escándalo comienza. Escucho gritos a través de las paredes, explosiones a lo lejos y un retumbar extraño que se repite una y otra y otra vez. Lo acompañan cánticos, fuegos dorados y tintineos fugaces. La sensación de horror se incrementa a cada instante, pero sé que no puedo escapar. Hoy no.

Alguien pronuncia mi nombre. Es hora de marchar. Me arrastro por el pasillo y me inunda un olor nauseabundo y grasiento que se impregna en el pelo y la piel. Los ropajes que me han proporcionado son incómodos y antinaturales, tela áspera y fina que se me pega al cuerpo y revela formas que nadie más debería ver. Noto que sus ojos me desnudan, me juzgan, se burlan y se ríen con descaro. Hablan de mí. De sus lenguas viperinas solo surge veneno.

Me sientan en la mesa y un aberrante banquete se despliega ante nosotros. Empiezo a comer con las manos temblorosas —no pararán de molestarme hasta que me llene, hasta que el vómito me llegue a la boca y el estómago se desgarre por dentro—, y mientras tanto sus voces me taladran las sienes. Sonrío, mostrando mis colmillos y contorsionando el rostro en expresiones exageradas para intentar satisfacerles. Me muerdo la lengua con tanta fuerza que el sabor de la sangre se mezcla con el de la carne putrefacta y la grasa que me recorre la garganta. 

Pero poco a poco el disfraz se desvanece y comienzan los gritos. Un aroma amargo y dulzón embriaga el ambiente, nublando la poca bondad de queda en sus corazones; me rasgan la piel y los brazos y sus risas mezquinas me cortan el aire, azúcar y miel pintando sus labios, incendios en el cielo y comida que se pudre entre nuestros dedos. En un despiste consigo escapar todo lo lejos que permiten mi alas aún tiernas, veinte metros nada más, pero la puerta cerrada y la soledad aparente son capaces de estabilizar mi respiración.

No hay silencio ni oscuridad absoluta, pero el horror es más tenue entre sábanas y almohadones. Cierro los ojos y hundo mi rostro en el colchón, procurando no hacer ruido, y sujeto a escasos centímetros de mi rostro la pequeña pantalla del móvil. Me quema la vista, me brotan las lágrimas, pero su fuego es lo único que me reconforta y alienta cada día que paso en este gélido infierno.

"Feliz Navidad", dice la voz de la única persona que me importa en el mundo.

Feliz Navidad, le contesto.



51-Las cenas de Nochebuena pueden ser un horror. Escribe sobre la tortura que padece ese día tu protagonista.

El último relato que hice era más realista y tierno, así que ahora he querido hacer uno con un toque más tétrico y sobrenatural. Me disculpo por lo desagradable y crudo que es, pero quería hacer una metáfora sobre la verdadera tortura que puede ser una cena de este estilo para algunas personas.

Agradeced a la gente buena que tengáis cerca, cuidad de vuestros amigos y seres queridos, y nunca está de más enviar un mensaje amable o chatear con esa persona con la que hace mucho que no habláis. No sabéis lo importantes que pueden ser vuestras palabras.

¡Espero que hayáis tenido unas cenas festivas agradables! Solo queda un reto, y creo que también lo haré de terror... O ya veré. Es la única manera que concibo para acabar este año.

Un saludo, y hasta dentro de unos días. 

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12/23/2020

Estrellas de cristal

Como todas las mañanas de los últimos veinte años, Benito se calzó las pantuflas, arrastró los pies a la cocina y puso la cafetera al fuego. Y como también era diciembre, estrujó un polvorón de almendras y se lo comió a pellizcos mientras esperaba que hirviera el agua. En otros tiempos también hubiera bajado al kiosko de la esquina a por el periódico, pero ahora solo tenía que sacar el móvil para revisar las noticias. Deslizó el dedo por la pantalla distraídamente, pasando por los deportes, el tiempo y la actualidad hasta que el aroma de café inundó la cocina. Entonces se sirvió una taza y, satisfecho, se dirigió al salón. El árbol de Navidad estaba igual que ayer.

O casi igual que ayer.

—¡Antonio! —gritó por pasillo— Esto sí que no, ¿me oyes? Ya te estás pasando.
—¿De qué hablas? —respondió una voz desde el baño.
—¡El adorno que compramos en Berlín! Me da igual lo que hayas hecho con los otros, pero como hayas roto este...

Tras unos segundos de silencio y un sonido de cisterna, Antonio salió del baño. Se acercó al salón frotándose los ojos.

—Buenos días a ti también. ¿Qué ocurre ahora?
—El adorno de cristal. —Benito señaló a una zona del árbol que parecía inusualmente despoblada—. Es el tercero que desaparece en esta semana.
—¿Y qué me quieres decir con eso?
—¡Pues que estoy harto! No sé si es que los has roto y te da vergüenza admitirlo, o es que me estás gastando una broma pesada, pero ya me estoy empezando a cansar.

Antonio se agachó para asomarse bajo el árbol, con gesto desconcertado.

—No están en el suelo. ¿Habrán rodado bajo el sofá?

Benito detuvo su berrinche durante unos instantes para arrodillarse sobre la alfombra y buscar en el oscuro hueco bajo el sofá. Tras unos segundos de silencio se incorporó, más furioso que antes.

—¿¡Cómo va a rodar bajo el sofá si tiene forma de estrella!? ¿Me estás mareando a propósito?
—¿Y por qué no? —preguntó Antonio, paseándose por el salón y mirando en los rincones más extraños—. Tienen que estar por aquí en alguna parte, ¿verdad? Deberíamos seguir buscando.
—¿Es por lo del otro día, a que sí? —Benito respondió de pronto con una voz angustiada e iracunda—. La tontería esa de que soy un maniático y de que ando siempre quejándome... ¡Pues mira, lo soy, y a mucha honra! ¿Estás contento?

Antonio dejó de buscar y bajó la mirada, decepcionado.

—Lo siento. Es mi culpa. Tendría que haberlo pensado mejor.
—¡Lo sabía! Los has roto y no me lo quieres decir. Creí que teníamos confianza, Antonio. Después de tantos años...
—Benito, calla. —Antonio se acercó y le agarró de los hombros con firmeza, mirándole fijamente—. Te he dicho que no he roto los adornos. Seguro que han rodado bajo el sofá.
—¿Me ves cara de imbécil? Te he dicho que no hay forma de que salgan rodando.
—Benito —repitió con voz serena—. Que mires bajo el sofá.

Con una mueca disgustada Benito volvió a agacharse, mascullando entre dientes.

—Qué asco. Solo hay pelusas, papeles y envoltorios de polvorón. Anda, y las pilas del mando.
—Mira los papeles.
—¿Quieres que meta la mano ahí? —alzó la cabeza con expresión angustiada, y Antonio asintió.

Agarró el papel más cercano a regañadientes y sacó un sobre de papel ligeramente polvoriento. Miró al sobre unos instantes, luego a Antonio (que aún parecía impasible) y luego otra vez al sobre. Lo abrió con cautela. En su interior había dos billetes de avión.

—Feliz aniversario, cariño —rió Antonio, acariciando con cariño la espalda encorvada de Benito—. Y haz las maletas ya, que el vuelo sale esta noche. De verdad, no me puedo creer que hayas tardado tres días en buscar los adornos...




49-Haz una historia en la que haya un árbol de Navidad al que cada día le desaparece un adorno y los dueños tratan de atrapar al culpable.

¡Felices fiestas a todo el mundo! Hoy os dejo este relato rapidito, porque me quedan dos retos y tan solo una semana de año para terminar... Me niego a perder este desafío después de tantos días de esfuerzo, así que aprovecharé estas "vacaciones" de Navidad para terminarlo :3

¿Qué os ha parecido? La verdad es que he cambiado completamente el final del relato. Pensaba hacer que la pareja discutiera un rato y luego se desvelara que un gatito callejero estaba robando los adornos... pero conforme avanzaba la conversación se me ocurrió que sería más interesante que todo fuera idea de Antonio. ¿Hubierais reaccionado así? A mí se me da fatal pillar las sorpresas así que me identifico mucho con Benito, habría tardado en darme cuenta...

Por cierto, tengo una pequeña sorpresita para vosotros. Pero la he anunciado en mi twitter, así que id a echadle un vistazo si os interesa ;3

¡Un saludo! Cada vez queda menos. 

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12/13/2020

Impostores

La alarma resonó por toda la nave, tiñendo las luces fluorescentes de un tenebroso color sangriento. Un escalofrío me recorrió la espalda y salí corriendo en dirección a la cafetería, dejando todas mis herramientas atrás. ¿Qué requería tanta urgencia? ¿Algún fallo en el sistema de oxígeno, una comunicación poco halagüeña? En ese momento un único recuerdo palpitaba en mi memoria, la leyenda de un monstruo que se esconde entre los huecos de la nave y... 

«Calla, esas cosas no existen», me repetí una y otra vez. «Céntrate en resolver el problema». Empecé a tatarear una melodía sencilla para intentar deshacerme de los pensamientos siniestros. Cuando llegué a la cafetería Azabache ya estaba allí, inclinado sobre el botón de emergencia. 

—¿Qué ha pasado? —pregunté, con la voz ahogada del esfuerzo. Azabache alzó la cabeza y miró de reojo a la puerta. 
—Coral ha muerto.
—¡Eso no es posible! —grité—  ¿Cómo va a morir alguien...?
—Lo sé, lo he visto —Cobalto irrumpió en la sala con la mirada enfrascada en su pequeño monitor—. Sus vitales desaparecieron de pronto y llevo un rato buscando su cuerpo.
—Pues está en la sala de electricidad.
—Habrá muerto cuando fue a arreglar las luces.

La capitana fue la última en entrar a la habitación, abanicándose con la gorra y recorriendo la sala con aparente gesto distraído. Pero Viridián es el tipo de persona que siempre está alerta, y su mirada ausente a menudo camufla una exquisita atención al detalle. Adoraba tener el control, pero cuando algo se le escapaba no era capaz de soportarlo. Aunque su rostro permaneciera inerte me fijé en que estaba clavando las uñas en la gorra, con tanta fuerza que sus nudillos palidecían.

—Esto es un fastidio —susurró Viridián, mirando con tristeza el panel de control—. Alguien ha saboteado el sistema de alimentación. Como no lo arreglemos pronto se pararán los motores y perderemos toda la energía
—¿Quién haría algo así?
—Ámbar, no seas tonta —me replicó Azabache con tono mordaz—. Es obvio que hay un intruso entre nosotros. Alguien nos quiere muertos.
—Pues tú eres la última persona que vi con Coral —dijo Cobalto, alzando las cejas levemente.
—¡Claro! Le acompañé a arreglar las luces, pero le dejé solo mientras me iba a revisar los motores. Al fin y al cabo soy el único en toda la nave que sabe hacerlo.
—¿Y dices que le dejaste en la habitación, te fuiste a los motores, y luego volviste a buscarle? ¿Y no viste a nadie de camino?
—No. —Azabache soltó un bufido irritado—. ¿Qué intentas decir? ¿Dónde estábais el resto?
—Yo vi a Cobalto hace nada —murmuré con voz temblorosa—, así que no creo que haya...
—Cierto. Te vi peleándote con los cables de navegación —se rió Cobalto, sin separar la vista de su monitor—. ¿Y usted, jefa?
—Estaba en administración, por supuesto. De hecho he estado controlando vuestras posiciones, así que puedo confirmar que estuviste con Ámbar y luego regresaste al ala médica, ¿correcto? —Cobalto asintió, con una chispa divertida en sus ojos—. También puedo decir que no había nadie más por vuestra zona, Azabache. Creo que está bastante claro.

Azabache inspiró aire con dureza, pero no lo soltó. Mantuvo la mirada en el suelo unos segundos antes de responder.

—¿Me estás acusando?
—Estoy diciendo que vayáis con cuidado —susurró Viridián, con la vista perdida en el panel de control—. No tenemos mucho tiempo. Todo el mundo, a reparar la nave. Luego discutiremos qué hacer contigo.

Viridián apagó la señal de emergencia y se marchó en dirección a la sala de administración. Cobalto se reclinó en su asiento y Azabache se quedó en silencio, con la respiración lenta y pausada. El ambiente se hacía más y más pesado con cada segundo que pasaba, así que me despedí con un gesto incómodo y salí de la habitación. En mi lista de tareas esperaban una infinidad de paneles eléctricos que no se iban a reparar solos. 

En la nave solo había silencio. Estaba acostumbrada a cruzarme con gente, a escuchar la risa de Coral a lo lejos o el canturreo amable de Viridián a través del metal, pero ahora todos conteníamos la respiración y caminábamos sin hacer ruido. «La nave se está muriendo», pensé. «Nunca más voy a poder escuchar los chistes malos de Coral». Ni siquiera sabía cómo había muerto, aunque seguramente fuera mejor así. Prefería recordarle con su sonrisa irónica y su extravagante traje color rosa.

Vi que algo se movía de reojo. Pegué la espalda a la pared y me asomé al pasillo, donde una sombra azulada se movía lentamente. Cobalto saludó y se acercó con cautela.

—Vaya, me alegro de... verte con vida.
—Lo mismo digo —respondí, aún incómoda—. Lo siento, no debí dejarte a solas con Azabache. A saber qué podría haber pasado.
—Tranquila, me fui después de ti. Estoy bien.

Cobalto se introdujo en la habitación y empezó a revisar los archivos, mientras que yo esperaba en la puerta y reparaba los cables. Estuvimos unos segundos en silencio hasta que solté un suspiro nervioso.

—Supongo que estamos a salvo.
—Estaba pensando lo mismo —rió Cobalto suavemente—. Podrías haberme matado hace ya rato.
—A lo mejor es que soy una asesina algo torpe y me he dejado la pistola en cafetería. La próxima vez será.

Cobalto sonrió mientras terminaba de descargar los archivos. Se asomó un momento al pasillo y luego se giró hacia mí.

—¿Puedo confiar en ti?
—Claro —respondí, soldando mi último cable—. ¿Qué ocurre?
—Sabes, antes estaba revisando las cámaras y vi a Azabache meterse en la sala de mandos.

Me incorporé despacio, dejando las herramientas desperdigadas por el suelo. Una melodía fantasma retumbaba a través de mi mente, acuciante. Inquieta.

—¿Sala de mandos? Ahí es donde suele estar Viridián. ¿Sabes si está bien? 

Cobalto se encogió de hombros. En su mirada había una gravedad profunda y siniestra.

—Ámbar, llevo un rato dando vueltas por la nave y eres la única persona con la que me he encontrado.

La melodía en mi cabeza estalló, plagada de gritos y recuerdos y de cuentos de terror que recorren las lanzaderas, la leyenda de un monstruo que se esconde entre los huecos de la nave... No, así no es. Los monstruos no se esconden, se camuflan entre nosotros y asesinan a nuestras espaldas, sabotean las instalaciones y nos eliminan uno a uno hasta que se quedan solos.

Y la única manera de librarse de ellos es matándolos tú primero.

Corrí sin mirar atrás hacia la sala de administración, con el sonido de mis pisadas quebrando el sepulcral silencio que sometía a la nave. Y en silencio estaba la habitación cuando llegué. Viridián estaba en medio de la sala, con la mano en la visera de la gorra y de espaldas a mí. A sus pies estaba Azabache, encogido sobre sí mismo. Inmóvil.

—Ah, Ámbar —Viridián se giró con el ceño ligeramente fruncido—. Menos mal que llegaste. Acabo de encontrarme con Azabache tirado en el suelo, creo que está herido. Ayúdame, ¿quieres? Tenemos que llevarle a la enfermería.

Me quedé en la puerta, intentando contener mi respiración entrecortada. Un olor metálico y amargo emanaba de aquella habitación. Era peligroso y primitivo, una mezcla en entre algo desconocido y algo terriblemente familiar.

—Pero... —tartamudeé, dando un paso al frente— ¿Quién ha podido...?
—Ha tenido que ser Cobalto. Les dejamos a solas en la cafetería. Probablemente le siguió hasta aquí y huyó después.
—No puede ser. Cobalto y yo... llevamos un rato...
—¿Uh? ¿En serio?

Retrocedí. Viridián tenía la mano sobre la barbilla y respiraba suavemente. Siempre distraída, siempre con la mirada en las nubes... como si estuviera abstraída con sus propios pensamientos. Pero ella nunca perdía el control. Y mucho menos ahora.

La puerta de la habitación se cerró a mi espaldas.

—Creo que con eso será suficiente —susurró Viridián, retirándose lentamente la gorra—. Hubiera sido mucho mejor mantenerte con vida hasta el final y que tú te deshicieras de Cobalto, pero no me dejas más remedio. Al final tengo que hacer yo todo el trabajo...

El casco de Viridián comenzó a resquebrajarse y de las finas grietas del cristal empezaron a salir pequeños tentáculos tan finos y oscuros que parecían estar hechos de humo. Los ojos de Viridián brillaban con una luz imposible y afilada, multiplicándose y esparciéndose por el resto de su cuerpo. Su abdomen se abrió desde dentro, mostrando una boca monstruosa llena de dientes que habló con una voz gutural e inhumana.

—Nos vemos cuando haya terminado.



48-Escribe un relato que incluya una etopeya sobre el antagonista de la historia.


¡Feliz domingo a todo el mundo! Pues sí, esta vez he decidido hacer un relato basado en uno de los juegos a los que más he jugado este año: Among Us. Para quien no lo conozca se trata de un juego multijugador en el sois pequeños astronautas en una nave, y tenéis que descubrir quién de los otros jugadores es el impostor. Los impostores se escogen al azar y su objetivo es matar a todo el mundo sin ser descubiertos. Es muy simple y también muy divertido, y aunque ahora estoy liadísima con los exámenes le eché bastantes horas en su momento. ¿Lo habéis probado? ¿Qué apariencia soléis tener? A mí me gusta ser un oso asesino >:3

En fin, me lo he pasado muy bien con este relato, aunque me hubiera gustado tener más tiempo y enredar mucho más el final. Son casi 1500 palabras y ya voy atrasada con los retos, así que tuve que hacer algo más o menos sencillo. ¿Pero os ha gustado? ¿Cuando empezasteis a sospechar de Viridián?

¡Un saludo y hasta la semana que viene!

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12/08/2020

El imperio de las cuatro esquinas

Siempre he corrido sin más motivo que el que se me dió cuando era pequeña: porque tenía que hacerlo. Nací rápida y ligera, con piernas fuertes y respiración profunda, conocía cada atajo y cada ruta, y con oir una sola vez el mensaje ya era capaz de memorizarlo y citarlo palabra a palabra incluso después de haberme recorrido el valle a zancadas apresuradas. No me sorprendió que me asignaran el trabajo de chasqui, el mismo que realizó mi padre cuando era joven, igual que su madre y el padre de su madre. Corría porque era lo único que sabía hacer, lo único que me habían enseñado, porque lo disfrutaba y porque era lo que me llevaba el alimento a la boca.

Pero hoy el motivo es distinto. Hoy noto la tierra seca resbalarse bajo mis pies, las piedras finas colándose en las sandalias y arañandome la piel. El viento me corta las mejillas y me desenreda el cabello, pero lo que más noto es el dolor en el pecho al inhalar el aire frío y escaso. Pero el corazón acelerado me mantiene en movimiento. Ya caeré cuando pueda caer. Pararé cuando se me derrumben las piernas.

No hay nadie en los caminos y paso de largo la tercera posta en lo que llevo de trayecto, cuando lo normal es hiciera relevos en cada una que me encuentro. Ni quiero parar ni creo que haya nadie esperándome tras las puertas; es como si la noticia se hubiera esparcido más rápido de lo que soy capaz de correr. ¿Habré llegado demasiado tarde? ¿O es que los otros me adelantaron? Sea como sea este no es mi destino. Mi objetivo es la montaña.

Conforme me acerco a su base empiezo a aminorar el paso, recordando los caminos que me llevan a la cima. Sé que la ruta empieza en el otro lado del valle, así que tendría que bajar al río y bordear el monte para llegar al principio; pero también sé que el camino gira sobre la montaña como en una espiral, rodeándola casi por completo hasta llegar a la aldea. Me acerco más y más y en vez de girar por la senda sigo caminando en línea recta, hasta que la inclinación es tan elevada que no puedo mantenerme en pie. No la veo, pero sé que la ruta espera algo más arriba. Y escalar la pared es más rápido que recorrer el valle. 

Así que espero unos segundos a que mi respiración se estabilice —ahora no se trata de velocidad, sino de resistencia— y busco con la mirada el primer asidero. Me descalzo y comienzo a trepar, aferrándome a ramas y raíces y dejando que las piedras me corten la planta del pie. Mejor sangrar que caer, pienso mientras aprieto con fuerza los dientes. Mejor sangrar que morir. Contengo el aire cuando se me resbala la mano y una roca rueda ladera abajo, retumbando de manera amenazante. Intento no mirar abajo, aunque me aterroriza más lo que pueda haber detrás de mí.

Cuando alcanzo el camino ni siquiera me detengo a calzarme los zapatos. Simplemente corro, dejando un reguero de tierra y gotas de sangre que el polvo se llevará tan pronto como llueva, o tan pronto como otros pasos cubran los míos. La imagen me aterroriza, la idea de ser un suspiro que pronto dejará de existir. Pero al menos, pienso, hoy podré cambiar el curso de la historia. Aunque mi nombre se olvide, aunque se muera el imperio, mis huellas serán eternas.

Alcanzo la aldea y sus gentes advierten mi presencia con gesto desconcertado. Todos parecen saber a qué he venido y nadie habla mientras me siguen hasta la plaza y se asoman por las ventanas. Intento echar mano de la caracola que uso para anunciar mi llegada, pero hoy creo que necesito mi voz. Hiriente, ahogada, casi enmudecida de las pulsaciones aceleradas. Pero grito tan fuerte que mi alma se derrama por el pecho.

—¡Los españoles han llegado a Cuzco! ¡El rey ha muerto!



50-Crea una historia con un worldbuilding inspirado en las culturas precolombinas.


¡Buenas! Para este reto me he inspirado en el Imperio Inca, y tras un par de noches de investigación acabé con este relato. Me interesaron mucho los chasquis, que era un sistema de mensajería basado en corredores que portaban mensajes y hacían relevos. Podían llevar información cifrada y la transmitían extremadamente rápido, ¡súper interesante! También leí mucho sobre el sistema social de los incas. Probablemente pasé demasiado tiempo investigando...

Y sí, sé que pide un worldbuilding inspirado en culturas precolombinas, no una historia ambientada en una cultura precolombina, pero... no me da la cabeza para más. Y sí, también sé que me he saltado dos relatos. Un pequeño fallo de cálculo, nada más.

Espero poder terminarlos todos antes de que acabe el año. ¡Un saludo!

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12/04/2020

Los milagros de Eiser

¡Buenos días! Hoy toca ser valiente y liberar, al fin, un relato que llevo guardando en el cajón durante un par de meses ya. Me da miedo que lo rechacéis porque este es el relato que más me gusta de todos los que he escrito este año, y claro, para una cosa de la que me siento orgullosa... no quiero echarla a los leones. Pero creo que es el momento. Os presento:

Los milagros de Eiser es un relato corto de ciencia ficción que trata sobre la vida de un androide y de su creadora, Eiser. Lo presenté a una convocatoria que buscaba relatos sobre científicos locos y terror, y creo saber el motivo de su rechazo: porque es muy malo porque no da nada de miedo. Me centré demasiado en la ciencia-ficción, en lo divertido que era escribir sobre inteligencia artificial, así que el factor de terror me quedó un poco flojo. A mi parecer genera más angustia o tristeza que terror, pero así aprendo para la próxima.

Creo que puede gustar incluso a aquellos que no son muy aficionados a la sci-fi, ya que casi no tiene términos técnicos y se centra mucho en las sensaciones y sentimientos de las protagonistas. Pero por supuesto es algo que un fan de la ciencia puede disfrutar, con pequeñas referencias a conceptos específicos como el machine learning y el funcionamiento de los algoritmos. 

Como siempre tenéis el relato en Lektu como pago social. Es decir, completamente gratuito y en versión epub, pdf y mobi; tan solo tenéis que dejar un tweet o un mensaje en facebook para recibir el relato. Es un proceso muy sencillo que hace la página automáticamente y que me ayuda muchísimo para la difusión. 

Pero si tenéis problemas o queréis un acceso rápido, recordad que tengo todos mis relatos en la pestaña Archivo del blog ;3

¡Un saludo! Espero que os guste. 

12/01/2020

«¿Existiré mañana?»

Hoy abrí los ojos y el mundo se descubrió ante mí borroso, oscuro y distorsionado. Incluso los colores habían cambiado con respecto a la noche anterior, sintiendo la ausencia de aquellos más cálidos y descubriendo otros que no era capaz de nombrar. Pero sí conseguí ubicar la luz del sol que asomaba tras las cortinas, y con esa referencia comprendí que aún seguía en la cama. Notaba la piel tirante y seca, y los músculos de mis piernas estaban flexionados sobre el colchón como si ya me hubiera puesto en pie, y tampoco podía girar la cabeza. Suspiré, o al menos intenté suspirar sin nariz y sin labios por los que exhalar el aire. Iba a ser un día muy largo. 

Parecía que la única manera de moverme era ir saltando, así que probé a girar en el sitio y orientarme hacia donde asumí que se encontraba la mesilla. Recordaba haber dejado un vaso allí la noche anterior, pero era incapaz de verlo. En su lugar pequeñas motas de colores cubrían mi visión, tan brillantes y nítidas que parecían gritar con luz propia. Notaba que mis ojos se movían de forma inintencionada, rogando por seguirles la pista a las partículas que bailaban en el aire; un instinto acuciante que tensaba mis músculos y ensordecía mi mente casi por completo. Pero aún tenía el control. Conseguí apañármelas para alcanzar el vaso.

Mi cuerpo parecía caber cómodamente en el recipiente, y también era lo suficientemente ligero como para permitirme trepar por el cristal sin volcarlo. Un reflejo verdoso y amarillo hacía danzar en el agua, la piel se relajó y por un instante sentí que podía respirar de nuevo. Solo me acompañana un nuevo silencio, acallado por ruidos afilados que unas orejas humanas no hubieran sido capaces de percibir. Notaba la furia del hambre en mi estómago, pero la repugnancia que me generaba la idea era aún mayor. «Qué remedio», pensé. Hoy iba a ser un día tranquilo. 

Los segundos pasaban lentos y poco a poco notaba mi cabeza adormecerse, como siendo vencida por la simplicidad animal que soportaban mis neuronas. ¿Qué pensaría mi marido al verme así, dentro de un vaso y con la mirada ausente? ¿Me amaría como antaño o sería esta la razón que buscaba para firmar al fin el divorcio? Y no escucho el teléfono, pero sé que mi jefa estará furiosa, llenándome el buzón de llamadas con mensajes insistentes. No importa, me despedirían tarde o temprano. Recuerdo que mis padres siempre esperaron que fuera algo grande, que desplegara mis alas y echara a volar, pero en su lugar me he convertido en un grimoso anfibio en una jaula de cristal. Es irónico, o al menos lo sería si fuera capaz de captar una ironía.

Pero lentamente cada temor mundano se desvanece, prometiendo una oscura calma que en el fondo ansiaba desde hace años. Aún no me lo he preguntado y quizá no llegue a preguntármelo nunca, pero no sé por qué me he despertado con el cuerpo de una rana. Y es que en estos últimos segundos de consciencia me acosa un terror profundo y visceral que sobrepasa a la muerte, un grito desesperado con labios que no existen y una garganta que no tiene voz. 

Una solitaria burbuja flota hacia la superficie, perseguida por ojos redondos y amarillos que no tienen otro sitio al que mirar. Bocanadas de aire que jamás fueron pronunciadas, pero cuya voluntad aún se intuye en el ambiente.




47-Tu protagonista despierta y de pronto es un animal (al más puro estilo Kafka, pero, si puede ser, que no sea una cucaracha). Narra las dificultades que tiene para continuar con su vida.


Dos semanas. Dos semanas es lo que he tardado en terminar esta... cosa. Ando poco inspirada y he tenido que hacer un examen muy importante, así que todo mi tiempo se lo he dedicado a estudiar. La poca creatividad que me quedaba ha sido exprimida y pisoteada hasta sacar estas 500 palabras que ni yo tengo ganas de comentar.

Os doy la bienvenida a diciembre, el último mes de este peculiar (y nefasto) año. Disfrutad de la estancia. Quedan 5 retos. 

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11/14/2020

Varada

El sol comenzó a hundirse en el océano Pacífico, tiñendo de rojo y naranja una imagen que hasta ahora solo había conocido el azul. Azul celeste, azul marino, azul de los ojos que no apartaban la vista del horizonte. Llevaban ahí horas, pero Carl aún no le había visto mirar a otra parte. ¿Cómo dormiría aquella noche? ¿Seguiría ahí, sentado en la orilla, hasta que vinieran a buscarle? ¿Y qué haría cuando tuviera hambre?

—Sabéis, llevo un buen rato pensando en todo lo que tenemos en común —anunció Carl en voz alta.

Solo recibió silencio. Su compañero en la orilla ni siquiera movió la cabeza. Carl agitó su zurrón y de su interior surgieron unos chillidos irritados hasta que finalmente una rata asomó la cabeza, arrugando el morro con disgusto. Ella tampoco hablaba, pero Carl pensó que al menos sí que le haría caso. 

—Por ejemplo, tú y yo. Ambos estamos entregados a nuestro trabajo, ¿verdad? Yo madrugo todos los días para sacar a pasear a mis cabras, y tú... bueno, tú trabajas todas las noches del año. ¿Es cansado?

La rata pareció asentir levemente antes de salir de la bolsa y colocarse en el brazo de Carl. Él estiró la mano y la rata se colocó en la palma, mirándole con ojos negros y extrañamente expresivos. Era lo suficientemente pequeña como para caber cómodamente en su mano, pero también algo más pesada de lo que le hubiera parecido en un principio.

—Siempre me he preguntado qué haces con todos esos dientes. ¿Los vendes luego? ¿O los apilas en una montañita como si fuera una chatarrería?

No respondió, pero Carl creyó adivinar un atisbo de sonrisa pícara entre los bigotes. La puso en su hombro y ella se encaramó sobre su cabeza, clavando las pequeñas zarpas en la gorra para no perder el equilibrio. Carl se giró hacia la orilla.

—Y tú... ¡buen amigo! —Carl no dudó en darle una palmada en la espalda al monstruo, pero este no pareció inmutarse—. Tú y yo somos casi iguales. ¡Los dos vivimos en el monte! En plena naturaleza y alejados de toda civilización. Y fíjate, hasta creo que tenemos la misma talla de zapato.

Por primera vez en todo el día Pie Grande cambió su expresión inerte a una especie de ceño fruncido. Dejó que un pequeño gruñido le brotara en la garganta, pero no llegó a separar llos labios. Carl ni siquiera sabía si era capaz de hablar, pero al menos sí que podían comunicarse. Se sentó a su lado, centrando la mirada en el horizonte y buscando aquello que su amigo observaba con tanto fervor.

—Ah, y a nosotros tres nos gusta la soledad. O vivimos en ella de manera inevitable mientras fingimos disfrutarla. Al final uno se acostumbra a las largas horas en la montaña, con nada más que las cabras para hacerte compañía. Y supongo que es igual para ti, Pérez, yendo de almohada a almohada sin que nadie te vea. O para nuestro peludo amigo, que se pasa toda la vida escondido en su cueva.

Carl se recostó en la arena y durante un rato se quedó en silencio, observando cómo las escasas nubes se desvanecían y empezaban a nacer estrellas en el firmamento. Las constelaciones eran distintas a las que estaba acostumbrado, mucho más brillantes y numerosas que en su tierra natal. Y a su alrededor, el mar, nada más que el mar. Solo él, una rata y un monstruo varados en una isla del océano pacífico. La situación le pareció irónica y reconfortante al mismo tiempo. 

—Pero creo que lo que más nos une es que, en realidad, ninguno de nosotros debería estar aquí.




46-Mezcla en el mismo relato a Bigfoot, el hada de los dientes y un cabrero.

¡Buenas noches! Y si os preguntáis por qué últimamente subo casi todo por la noche... es porque me paso el día estudiando, y solo puedo dedicarme a esto cuando termino ^^

En fin, no hay mucho que decir de este relato. Me apetecía darle un pequeño toque surrealista (porque es a lo que más se presta este reto, la verdad), pero quería mantener el estilo desenfadado. ¿Qué os ha parecido? La verdad es que al principio me planteé si usar a Bigfoot y el hada de los dientes o usar la versión hispana de estos mitos, al ratoncito Pérez y... ¿el Chupacabras? De todas formas al final dejé la forma americana, aunque no pude evitar convertir al hada de los dientes en un hada-rata. Es más mona así.

¡Hasta la semana que viene! :3

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11/07/2020

Interludio

—¡Imaginad la situación! —clamó la directora, girando dramáticamente en mitad del escenario—. Es una noche lluviosa y oscura, y la luz se ha ido por culpa de la tormenta. Un relámpago ilumina el centro de la escena —una leve pausa, un foco intenso parpadea—, y poco después un trueno resuena en la habitación. ¡Bruuum! Y esa es tu señal.

—Entonces salgo cuando suene el trueno, entendido —. Una joven de pelo negro recogido en trenzas salió desde detrás del decorado—. ¿Y empiezo el monólogo?

—Y empiezas el monólogo.

—Vale, uhh, ejem —se aclaró la garganta antes de comenzar—. ¡Oh, profunda desdicha la que mis ojos albergan! Si tan solo un corazón como el mío pudiera...

—Bueno, que sí, veo que ya te lo sabes, bla bla bla y entonces es cuando entra Ágata.

—Espera, ¿cuándo entro exactamente?

—Cuando Jessica acabe el monólogo.

—Y eso es...

—"Y si Dios de verdad perdona a los arrepentidos, sin duda será benevolente con mi alma" —Jessica terminó su diálogo y corrió hacia la ventana de cartón—. Acabo aquí, así que tú tienes que entrar por el otro lado.

—¿Por aquí? —caminó hacia su puesto y se pellizcó la barbilla—. Pero yo siempre estoy en el otro lado del escenario. ¿Cómo quieres que llegue hasta aquí sin que me vean?

—Pues por detrás del decorado, claro está.

—Uf, qué pereza. Tendría que venir a gatas.

—¡Por el teatro hay que sufrir, querida!

—Está bien, como sea —Ágata suspiró antes de erguirse con orgullo—. Salgo por aquí. ¿Me da tiempo a decir mis líneas?

—¡No, casi no hay tiempo! —la directora miró el reloj en su muñeca y se sacudió, nerviosa—. Tan solo habla mirando al público, proyectando la voz, y poco a poco te giras hacia Jessica.

—Y entonces... —alzó la pistola de atrezzo y la movió como si hubiera disparado—. ¡Pum! "Pues aquí tienes tu justicia."

—¡Perfecto, chicas, es perfecto! —la directora aplaudió en el sitio durante unos segundos antes de recomponerse—. Lo vais a hacer genial. ¡Todos a sus puestos! ¡Enciendan los micros! ¡Abran el telón!




44-Escribe un relato que integre cinco onomatopeyas.

¡Buenos días! Con este reto número 44 por fin nos ponemos al día. También es el reto más corto que he escrito hasta ahora (de hecho lo he terminado en en tan solo media hora), pero tiene su explicación. No sabía cual era la forma más natural de colar las onomatopeyas en este relato, y llegué a la conclusión de que un diálogo era la mejor opción.

También tenía ganas de escribir un texto que fuera todo diálogo (sin contar las acotaciones, claro está), ¿y qué mejor situación para meter un diálogo largo que en una obra de teatro? Así que busqué cinco onomatopeyas que me gustaran y me puse a improvisar una escena con ellas. Pensé "acabaré el relato cuando meta las cinco", ¡y al final me quedó bastante corto! Pero creo que es más fácil de leer así.

¿Encontráis todas las onomatopeyas? ¿Cual es la que os parece que está más escondida? :3

Un saludo y hasta la próxima <3

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11/05/2020

Buñuelos de calabaza

Ya era pasado el mediodía, Ofelia seguía dormida y el graznido de un cuervo en la ventana se lo reprimía de forma constante. Azabache había arrancado la mosquitera y ahora colaba el pico entre las láminas de la persiana, pidiendo a gritos el cuenco de semillas que le servían cada mañana. Ofelia se cubrió las orejas con la almohada y masculló.

—¿No puedes esperar un poco? Bendita sea la Madre, para un día que puedo descansar...

Azabache cambió sus chillidos por un sonido gutural y rítmico, girando la cabeza para que sus ojos oscuros pudieran ver el interior de la habitación. Casi sin hacer ruido deslizó su pico hasta la cuerda de la persiana y empezó a tirar de ella, muy despacio.

—¡No, Aza, ni se te ocurra! —Ofelia saltó de la cama y le quitó la cuerda al pájaro—. Que ya es la quinta vez que la rompes.

El cuervo sacudió las plumas, satisfecho, y de un saltito se colocó en el marco de la ventana. Ofelia se frotó los ojos y empezó a preparar el desayuno: pan tostado con mermelada para ella, tacos de manzana y semillas para Azabache. Puso el cuenco en el alféizar, y él lo devoró rápidamente antes de alzar el vuelo y perderse en la espesura del bosque. Ella desayunó mientras miraba por la ventana, preguntándose si aquel cuervo sinvergüenza algún día vendría para algo más que para pedirle comida y romper sus persianas. Un año entero alimentándole y aún no se dejaba acariciar. Si incluso le había puesto un nombre...

Ofelia se sacudió las migas del camisón y se cambió de ropa. Salió al jardín vistiendo unas botas de cuero gruesas y ajadas, un vestido negro de algodón abrochado hasta el pecho y un sombrero de pico y ala ancha que le protegía del sol, que aún brillaba con fuerza a estas alturas de otoño. Se acercó al pozo y llenó de agua una pequeña vasija de barro oscuro. También fue a la leñera a por unos cuantos troncos, y se adentró en el bosque para buscar ramas secas.

Lo primero y lo más importante era la hoguera. Ofelia amontonó los troncos y encendió con pedernal los palos, que empezaron a arder bajo la leña y poco a poco también la hicieron prender. Fue añadiendo madera hasta que las llamas bailaban de forma constante y el viento parecía incapaz de apagar el fuego. Añadió a la hoguera manojos de lavanda y salvia seca antes de regresar a la cabaña.

Usó el mismo fuego de fuera para encender la chimenea y la cocina y dejó una olla de agua a la lumbre. Entonces tomó una de las calabazas que había recolectado días antes, la que era demasiado grande y pesada como para llevarla en brazos —de hecho, la había tenido que meter en casa haciéndola rodar por el suelo—, y la colocó en mitad de la habitación. Tomó un cuchillo y empezó a vaciarla.

Era un proceso metódico y pringoso, pero Ofelia parecía estar disfrutando de lo lindo. Tatareaba canciones mientras rascaba su interior y arrancaba las pipas, que luego dejaría secar al sol. Cuando estuvo completamente vacía dudó sobre qué debía tallar en ella. Pensó en dibujar un cuervo, pero no creía que fuera capaz de hacer que quedara bonito y a lo mejor Azabache se ofendía, así que se limitó a tallar los clásicos ojos y dientes siniestros, junto con un sello de protección en la base. La dejó en la puerta, apagada. Ya la encendería más tarde.

Lo siguiente, por supuesto, eran los dulces. Ofelia escogió una calabaza más pequeña y densa y la troceó en cubos medianos, arrojándolos uno a uno a la olla de agua borboteante. Ofelia pinchó los trozos de vez en cuando con un tenedor, y cuando la carne estuvo blanda vertió el agua y pasó la calabaza a un cuenco de cerámica. Con el mismo tenedor machacó los trozos e incorporó la harina y las yemas de huevo. Las claras las montó a mano, también tatareando, con la mirada fija en el bosque tras la ventana. Cuando las copas de los árboles se tiñeron de un naranja atardecer Ofelia empezó a freir la masa. 

Al final terminó con dos cestas de buñuelos de calabaza recién hechos, espolvoreados con azúcar fina y que reposaban con un vapor sugerente. Dejó una de las cestas en la mesa central, decorada con hilo rojo y velas blancas, y rezó una breve plegaria ante ella. Cualquier espíritu benigno podría entrar esa noche a su casa, disfrutar del fuego y probar sus buñuelos caseros. Satisfecha, Ofelia bajó al pueblo para compartir el resto de sus dulces (y, quizás, cambiarlos por otras chucherías y baratijas), no sin antes encender la calabaza que esperaba en la entrada. 

Ya era pasada la medianoche y Ofelia aún no había regresado a su casa. Aún festejaba en el pueblo, bebiendo aguardiente y charlando alrededor del fuego, así que no pudo ver cómo Azabache entraba por la ventana y se llevaba uno de los buñuelos en el pico.




45-Haz una historia que narre la preparación de tu protagonista para Halloween.

¡Hola! Sí, me he saltado el reto 44, pero es que quería subir este relato el día de Halloween porque me parecía más adecuado. Al final lo he subido 4 días más tarde... pero la intención es lo que cuenta, ¿verdad? :3

¿Cómo habéis celebrado este Halloween? Yo no pude hacer nada especial, y creo que la mayoría de vosotros tampoco. Así que cambio mi pregunta, ¿cómo soléis celebrar Halloween? A mí me gusta mucho la parte más tracicional, el Samaín, que es lo que he querido plasmar en este relato. Pero no mentiré, también disfruto con los disfraces y el truco o trato.

¡Hasta la semana que viene! A ver si consigo escribir el reto 44 antes de que esta semana acabe...

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10/30/2020

Ciudad de niebla

Cuando era pequeña me di cuenta de que, si cerraba los ojos muy fuerte y me quedaba muy muy quieta, era capaz de saber dónde estaba el norte. No lo entendía entonces, pero aquella dirección tiraba de mí igual que hace orienta las agujas de las brújulas. Si empiezo a caminar sin rumbo por la ciudad siempre acabo yendo al norte, hasta que el mar me corta el paso y el agua me saca del trance; y entonces me siento en la orilla y me pregunto, con la mirada fija en el horizonte, si habrá otros como yo.

Una vez entendí que aquello que sentía en mi interior era el norte también fui capaz de orientarme en cualquier otra dirección. Era como si ya supiera dónde estaban las cosas las cosas, o como si ya hubiera recorrido su camino muchas veces. La ciudad se había convertido en una fina telaraña y cada lugar relevante una presa en mi red, un impulso débil y vibrante que hace temblar mis entrañas y mueve mis pies en la dirección correcta. Yo no puedo perderme. No necesito mapas.

Y siempre creí que simplemente tenía esa habilidad, como aquellos que memorizan listas larguísimas de números o que son capaces de pintar con los ojos cerrados; orientarme era mi talento, sin más. Pero la ciudad guarda muchos misterios que no se pueden explicar, y la gente que la habita es incluiso más extraña si cabe. Incendios que brotan y mueren en un instante, recuerdos que se pierden y que no regresan jamás, engranajes dorados a los pies de un cadáver. Una noche vi a un hombre volar, con sus alas oscuras recortadas contra el cielo nocturno, y me intenté convencer de que aquello era tan solo un sueño. Me refugié en la escuela, en los cotilleos de los pasillos, en las buenas notas y en discusiones con mis padres, me refugié en helados e historias y mitos antiguos sobre heroes y diosas... Algo palpitaba en mi mente, un deseo incontrolable de saber más: el norte, siempre el norte, y había algo más allá. La imagen de aquel hombre alado me evocaba un lugar. Y estaba cerca. 

Así que lo perseguí. Las serpientes somos muy curiosas, y las tortugas, muy constantes. Cuando interrumpí aquella reunión secreta en la trastienda de una floristería saludé con emoción y, antes de que pudieran decirme nada, le enseñé mi móvil a tres pares de ojos desconcertados. En la pantalla brillaba el nombre de un blog de misterios de la ciudad.

«Sois vosotros, ¿a que sí?», pregunté con una sonrisa pícara. «Y también sois mythos, como yo. Dejad que me una a vosotros».

Y esa es la historia de como empecé a formar parte del mejor grupo de investigación de la ciudad: un grupo de vecinos cotillas en los suburbios. ¡Pero no solo eso! También somos mythos, la misma esencia de un dios filtrándose en el mundo, y vivimos para resolver los misterios que esconde la ciudad de niebla. Yo vivo a través del mito y él vive a través de mí; el límite entre lo divino y lo mundano difuminándose de manera extraña. Una doble vida que me consume lentamente, casi sin darme cuenta, y que de forma invisible define todo lo que puedo llegar a ser.

Mi nombre es Ebime Miller, aunque los antiguos me conocen como Genbu. Yo soy el protector del norte. Yo soy la tortuga y la serpiente.




43-Haz una historia sobre el día a día de un dios. Puedes escoger su cultura y si vive entre nosotros, al estilo American Gods.

¡Buenas! Reto de la semana pasada, a ver si entre hoy o mañana puedo terminar el de Halloween. Esta vez lo he tenido fácil porque he usado un personaje que creé para una partida de rol: Ebime Miller. Es una chica de 16 años que aún sigue en el instituto, pero que resuelve misterios y crímenes sobrenaturales con su grupo de vecinos de barrio. La verdad es que es un personaje divertidísimo de jugar (es muy graciosa, ruidosa y cotilla), y espero poder retomar su partida en algún momento.

El juego de rol es City of Mist, podéis echarle un vistazo. En esencia cada personaje tiene un mythos: una entidad divina, heroica, de leyenda o de cuento de hadas que le da poderes. Para Ebime escogí a Genbu, el dios del norte en la mitología japonesa.

Sigo algo desanimada, y sigo en hiatus hasta diciembre. Esperemos que no se alargue, porque no creo poder aguantar mucho más... De todas formas, nos vemos la semana que viene. 

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10/24/2020

Tramoyista

En mi viaje por la Costa de la Espada he llegado a ver muchas cosas raras, terroríficas y asombrosas; algunas que aún me hielan la sangre y otras que son capaces de calentarme el corazón incluso años después de haber ocurrido. Pero aquello fue... simplemente peculiar. Ni un rastro de oscuridad, ni una brinza de aventura, ni un misterio a resolver. Nada de nada. Pasó, sin más. Y quizá por eso me sigue llamando tanto la atención. 

Aquel día andaba por el bosque en dirección a Aguasprofundas cuando vi que, a lo lejos, una mujer mayor esperaba en la linde del camino. Ralenticé mi marcha y saqué el mapa para corroborar mis sospechas: no había ningún asentamiento a menos de un día de distancia. Mantuve la espada en mi costado y me aproximé con cautela, pero cuanto más me acercaba más corriente me parecía la mujer, sentada sobre una manta en el suelo y con lo que parecían ser herramientas de costura en el regazo. A su lado, sobre un tocón viejo, reposaba una caja de madera.

—Buenos días, anciana —saludé al detenerme a su lado—. ¿Necesita ayuda? 
—¿Sabes lo que es un circo de pulgas?

La mujer alzó la mirada con sus manos aún enfrascadas en la costura. Tenía los ojos claros y algo vidriosos, el pelo cano y encrespado hasta los hombros, y la piel oscura marcada por el sol. Bajo el cabello se adivinaban unas orejas puntiagudas.

—¿Un circo de pulgas? —pregunté, frunciendo el ceño—. La verdad es que no tengo ni idea.
—Pues por una moneda de plata te lo enseño.

Solté una carcajada suave y distendida mientras alcanzaba la bolsa de monedas, provocando que su tintineo metálico se dispersara en el aire. 

—Está bien, mujer, ya veo por dónde vas —respondí, frotando dos monedas de plata entre los dedos—. Muéstreme su circo de pulgas. 

La anciana dejó las herramientas de costura en el suelo y extendió la mano suavemente. En cuando deposité las monedas en su palma ella la cerró con fuerza y la escondió rápido tras la espalda, con la avidez de un pájaro hambriento al que se le ofrece un puñado de semillas. Se incorporó para sacudirse el vestido y señaló la caja de madera rojiza. Yo me arrodillé delante, y fue entonces cuando ella abrió su tapa.

—¡Maravíllate con el circo de pulgas! ¡Admira la fuerza de estos insectos!

El interior de la caja contenía un minúsculo carrusel que giraba lentamente, a trompicones, haciendo sonar una caja de música con un ritmo disonante y oxidado. Pequeños lazos saltaban de un lado a otro como si ondearan bajo un viento salvaje e incoherente, y una solitaria bellota en una esquina se agitaba de vez en cuando, intentando rodar sin éxito. Tras unos segundos de silencio roto por el metálico tintineo de la caja, me aclaré la garganta con gesto incómodo.

—¿Y ya está?
—¿Cómo que ya está? —La anciana agitó las manos de un lado a otro, gesticulando por encima del pequeño circo—. ¿No ves cómo se mueve el tiovivo? ¿Cómo hacen acrobacias con los lazos?
—Todo eso, que yo sepa, se puede hacer con una manivela. 

La mujer soltó un aullido ofendido y levantó la caja de un golpe, agitándola en el aire para mostrar todos sus laterales. No había manivelas visibles, ni espacio suficiente para encajar un mecanismo.

—¿Ves? Es completamente legal. Mis pulgas lo hacen todo por sí solas.
—Bueno, pues entonces funciona con taumaturgia, lo que es aún más patético —dije mientras hice que el viento bailara a mi alrededor con un solo gesto—. Cualquiera con un poco de conocimiento mágico puede mover un carrusel tan pequeño sin tocarlo.
—¡Pues largo! ¡Te vas con la tontería a otra parte! Serás zoquete, hacerle perder el tiempo a una anciana como yo...

Cerró la caja de golpe, tomó las herramientas del suelo y se puso a coser, farfullando insultos en un idioma melodioso y susurrante. Yo me incorporé y seguí mi camino, dejando atrás dos monedas de plata y cinco minutos perdidos. Pero aún me preguntaba de dónde había salido aquella mujer, a más de un día de distancia de cualquier pueblo, cosiendo en la linde del camino y estafando viajeros con una caja de música vacía. Y creí haberme olvidado de ella hasta que me rasqué distraidamente la muñeca izquierda y noté que una minúscula picadura de pulga brotaba sobre mi piel.



42-Escribe un relato sobre un circo de pulgas.

Este reto viene una semana tarde. Intentaré subir el de esta semana lo antes posible. Además estoy en un pequeño hiatus que probablemente dure hasta diciembre. Me estoy esforzando mucho porque quiero resultados, y porque quiero que el año que viene sea mucho mejor que este. Quiero tener más tiempo, y quiero escribir más. Y ahora no puedo.

Seguiré publicando los relatos, pero nada más. Os veré de nuevo en un mes.

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10/12/2020

Raíces podridas

He buscado durante siglos a alguien como tú. A alguien que pudiera entenderme, a alguien dispuesto a escuchar, a alguien tan ingenuo e inocente como para tragarse mis mentiras como miel cálida deslizándose por la garganta. Puedes acusarme de perezosa, de querer ir por la vía fácil, y no mentiré. Tienes razón. Pero una víctima tan maleable también tiene sus ventajas.

Un error común y engreído, propio de aquellos que llevan mucho tiempo en esto pero cuyo ego aún no ha sido dañado, es querer someter a una mente fuerte y ondear su cuerpo vacío como un trofeo. Pero aquellos que se resistieron una vez pueden volver a hacerlo, y cuando tienen toda la eternidad para rebelarse algún día también tendrán la fuerza para escapar. Debes luchar contra ellos de forma constante, debilitar su alma sin descanso, pero eventualmente acabarás dejándolo. Los humanos fuertes nunca se rinden. Te destrozan por dentro.

Por eso actué desde otro punto de vista. Por eso te busqué a ti. Un hombre débil y hastiado, un alma que se cansó de vivir. Yo te ofrecí la vida que aguarda en el interior del cuadro, una vía de escape que te haría eterno y a la vez inexistente. Un prado cubierto de flores silvestres, un respiro salvaje en mitad de un mundo de metal y hormigón. El cálido aroma que desprende la muerte.

¿Sabes cual es la única forma de someter a un humano? Eso es, lo has adivinado: Hacer que no deseen huir jamás. Vuestra voluntad es férrea, quebrantable aunque capaz de sanar; pero vuestras creencias... esas se pueden moldear a placer y se arraigan tan profundo que se convierten en parte de vuestro ser, tan intenso que no eres capaz de dejarlas marchar. A nadie le gusta la derrota, pero os gusta mucho menos tener que admitir un error.

Eres conformista, y eso me gusta. Por eso ahora me perteneces. Y eso te agrada, ¿cierto? No crees que estás maldito, incluso aunque te despoje de los huesos y el dolor sea tan intenso que no puedas respirar; en realidad crees que esto es lo que siempre has querido. Eso es, cierra los ojos. Deja que tu sangre empape el lienzo, alimenta a este viejo demonio con lo poco que te queda de humanidad. Descansa.

¿Ya has asumido que no quieres escapar? Eso fue rápido. Fascinante. Resulta que eres más inteligente de lo que creía en un principio.

Te has dado cuenta de que lo que te espera fuera es mucho peor.



41-Usa un narrador en segunda persona para la historia de un personaje que ha sido maldito.

¡Buenos días! Y sí, estoy subiendo este relato el lunes, pero que conste que lo acabé anoche a las 23:55; es decir, dentro del plazo. Ningún juzgado me condenaría. (?)

¡Me ha encantado este reto! Siempre pensé que la segunda persona sería muy complicada de escribir, pero conforme investigaba me he dado cuenta de que en realidad la llevo usando mucho tiempo. En esencia es una primera persona que está dirigida a alguien en particular. Me parece preciosa y seguro que escribiré más textos con esta persona.

Puede parecer que el argumento de este relato es raro y está incompleto... pues sí, así es. Lo he escrito como complemento a un relato un poco más largo que hice para celebrar un evento de Halloween en el Discord de mi maravillosa amiga Nou, y que por ahora solo he compartido con su comunidad. ¿Queréis que lo suba en Halloween? Si no queréis esperar tanto para leerlo tendréis que meteros en su servidor de discord ;3

En fin, cada vez quedan menos retos. La universidad empieza a echarse encima... Mucho ánimo a todo el mundo, y hasta la semana que viene <3

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10/10/2020

Cuando me devuelvan la vida

 


¡Buenos días! ¿Cómo estáis? Hoy es el Día Mundial de la Salud Mental y por eso hoy os traigo algo para conmemorarlo, ¡nada más y nada menos que un relato premiado!

Cuando me devuelvan la vida es un relato muy personal que escribí como parte de la terapia, para transcribir mis pensamientos y sensaciones con la ansiedad y el proceso de sanar. Fue duro escribirlo (y muy intenso, y lleno de rabia), pero creo que el mensaje es importante. Además, si alguno de mis lectores se identifica o le puede ayudar a lidiar con sus propios sentimientos, yo ya me siento satisfecha. Pensadlo así, ¡es terapia gratis! En este relato también dejo por escrito todo lo que he aprendido con los años. 

Es complicado hablar de su contenido. Creo que es mejor que lo leáis por vosotros mismos. He de poner un Trigger Warning leve ya que obviamente hablo de la ansiedad, e incluso algunas de las palabras o imágenes pueden causar malestar o resultar incómodas, pero no trato más temas sensibles. 

Si os soy sincera, yo no le veo valor artístico a este relato. Lo escribí como una vía de escape y para reforzar todo lo aprendido, pero alguien parece que sí que le vio algo de valor. Ha obtenido el segundo premio en el concurso "Psicología y Narrativa" que organizó la Universidad de Sevilla, y será publicado en un volumen con el resto de ganadores. Casi que no me lo creo, de verdad. Me siento muy agradecida.

En fin, aquí os dejo un pedacito de mi corazón. 

Cuando me devuelvan la vida.

Podéis leer el relato en lektu, tanto en formato pdf como en epub y mobi, mediante pago social. Es decir, es completamente gratis, y solo hay que dejar un tweet o una publicación en facebook. ¡La propia página te lo hace! Es un proceso muy sencillo. Y, como siempre, si tenéis problemas con la plataforma también hay un link de descarga directo en la página de Archivos del blog.

Un saludo, y cuidaos mucho. 

10/03/2020

Aspirante a villana

Hoy es el día. La ciudad ha amanecido cubierta de niebla densa y pesada, y el sol de la mañana aún sigue oculto por nubes negras. Se escucha tormenta a lo lejos, graznidos ocasionales de cuervos; murciélagos negros revolotean y chillan alrededor de la mansión. Abro la ventana y doy una profunda bocanada de aire. Maravilloso. Se respira maldad en el ambiente. 

Me pongo la bata de seda negra antes de descender por la escalinata principal, con la mano reposando suavemente en la barandilla. No hay espejos, pero asumo que mi cabello está impecable y que el maquillaje sigue en su sitio: sombra de ojos violeta y raya negra, los labios pintados de intenso rojo carmesí. Por supuesto, también llevo tacones. Hoy es, al fin y al cabo, una ocasión especial.

Hoy es el fin del mundo.

Bajo hasta el sótano, donde mis fieles secuaces me miran sobrecogidos... o al menos así es como me imagino que sería si tuviera secuaces. En realidad, los pasillos subterráneos de la mansión llevan abandonados muchos años, pero yo creo que así le da un aire más tétrico. Las telarañas en las esquinas, las ratas correteando por los rincones, las goteras con su constante eco... Y, por supuesto, el lejano fulgor verdoso que procede desde las profundidades del túnel. Absolutamente encantador. 

Llego a la sala principal y me siento frente a mi escritorio, en la silla giratoria de cuero negro, y en cuanto presiono un botón una copa de cocktail aparece en una plataforma de la mesa. Contiene un líquido degradado en naranja y rojo con una sombrillita de papel azul en el borde, y aunque parece alcohólico tan solo es zumo de granada y naranja en una copa bonita. Pero las apariencias son importantes en este mundillo, así que me recuesto en mi asiento con las piernas cruzadas y practico mi sonrisa malévola. Eso es. Perfecto.

Deimos aparece de pronto y se acurruca en mi regazo, haciendo gala de toda la elegancia que acumula en su felino cuerpo. La acaricio de la cabeza a la cola con un gesto lento y pruebo a girarme en la silla muy despacio, para que parezca que se mueve sola. El héroe podría llegar en cualquier momento y una aparición dramática es esencial para causar una buena impresión. Ah, eso es, primero he de preparar mi discurso. No se puede iniciar el fin del mundo sin un monólogo dramático. 

Me inclino sobre la mesa con pluma y papel, pero en cuanto alzo la mano Deimos salta al escritorio y se sienta en el folio con expresión satisfecha.

— Deimos, ya lo hemos hablado.

Silencio. La gata entrecierra los ojos.

— Si no hay discurso, no hay gran revelación. Y si no hay revelación...

Se tumba. Agita la cola con disgusto.

— ... ¡no hay fin del mundo! Gordi, por favor, muévete. Hoy es el día perfecto. No puedo posponerlo más. 

Empujo su lomo suavemente, pero tiene las garras clavadas sobre la madera. De repente surge una vibración suave en su garganta, y la gata cierra los ojos suavemente. Suspiro y la tomo en brazos con gesto resignado, acariciándole el lomo mientras subo las escaleras de vuelta a mi habitación. La estrecho contra mi pecho, feliz y tranquila, y entonces pienso que quizá el mundo puede vivir un día más.



40-Escribe un relato en clave de humor sobre un villano que intenta planear el fin del mundo, pero su gato no le deja.


¡Buenas noches! ¿Qué tal todo? Yo ando estresada, y es que este es el último fin de semana de vacaciones que me queda... el lunes que viene empiezo la universidad, y la verdad es que este curso va a ser complicado. Las circunstancias son especiales, todas las asignaturas nuevas a excepción de una que he de recuperar... voy a tener que invertir muchísimo tiempo y esfuerzo, ya que este año tengo que aprobar todo lo que pueda. ¡Deseadme suerte!

El relato de hoy es cortito y tontorrón, y lo escribí anoche mientras cenaba pizza. Me pareció gracioso jugar con el concepto de un villano muy cliché, y he de decir que la imagen mental que me genera el relato me parece divertida. ¿Cómo os imaginais a Deimos? Los gatos de los villanos suelen ser gatos persas blancos, pero en mi cabeza Deimos es una gata calicó (es decir, una gata tricolor). ¿Sabíais que este tipo de gatos casi siempre son hembras? ¡Me parece muy curioso!

Y vosotros, ¿tenéis gatos o alguna otra mascota? ¿Os interrumpen mientras trabajáis? Porque mi gato siempre se intenta dormir encima de mis apuntes... Y durante el confinamiento estuvo conmigo en casi todas las clases online. Por algún motivo le gustaba "venir" a clase de cuántica, no se la saltaba nunca. 

¡Un saludo, y hasta la próxima!

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9/26/2020

Agencia de Héroes, III

—¡Vamos, vamos! ¡Daos prisa! ¡Tenemos mucho que investigar!
—Jefa, me parece que estás demasiado emocionada —. Nejiko arrugó el hocico mientras bajaba las escaleras —. Al fin y al cabo acaban de asesinar a alguien.
—Se llama pasión por el trabajo, Magneko. No me sorprende que no lo conozcas.

Emi bajó de un salto los últimos escalones, aterrizando primero sobre el tobillo que no estaba roto... y luego en el otro. Se deshizo de la mueca de dolor antes de girarse con gesto teatral.

—¡V-vale! No os peleéis. Primero tenemos que hablar con el recepcionista. Seguro que tiene información sobre quién entró anoche al hotel.

Emi actuaba como si el recepcionista no estuviera ahí mismo, a menos de tres metros, escondido detrás de un mostrador oscuro y desgastado. El espacio estaba desordenado y sucio, cubierto de envoltorios de chicle y envases de ramen vacíos; y en una esquina, casi invisible, reposaba una pequeña televisión portatil que tenía la pantalla amarillenta. El hombre no le quitaba la vista de encima.

—¡Buenos días, señor recepcionista! — Emi se inclinó sobre el mostrador posando las manos desnudas sobre la superficie pegajosa, que retiró rápidamente —. Estamos investigando el... incidente, y queríamos saber si vio a la víctima anoche.
—No. — Ni siquiera levantó la cabeza.
—Ah, ¿estaba otra persona en recepción?
—No. Yo tengo el turno de noche.
—Entonces...
—Señorita, no me fijo en la cara de los clientes. Este es un local discreto. Y, por supuesto, tampoco tenemos registros.

Emi hinchó las mejillas, frunció el ceño y se dio la vuelta. 

—¡Pues nada! Ya encontraremos información en otra parte.
—Espere, Yamane-sama, creo que tengo una idea —. Nanami se acercó tímidamente al mostrador y se aclaró la garganta para llamar la atención —. Disculpe, señor recepcionista. ¿Recuerda haber entregado alguna llave anoche?
—Por supuesto. Dos llaves, de hecho.
—¿Y recuerda qué estaban echando en la tele en ese momento?
—Ah, sí... — La mirada del hombre cambió de pronto a una más soñadora y complacida —. La primera fue al principio de la noche, y estaban emitiendo el capítulo 17 de la segunda temporada de Volátiles. Yo no suelo ver series románticas, pero estaba bastante bien. La segunda fue de madrugada, durante la película de Samurais Justicieros III... todo un clásico. Recuerdo que me interrumpió la mítica escena en la que el sensei es ejecutado. ¿Has visto esa peli? Una chica tan mona como tú...
—¡Gracias, que tenga un buen día! — Nanami se giró con una sonrisa de oreja a oreja —. ¡Ya está! Solo hay que mirar la programación de anoche.
—Estoy en ello —. Nejiko tomó el móvil entre sus garras y esperó unos segundos —. 11:20 de la noche y 3 de la mañana. Algo es algo. 
—¡Perfecto! Ahora tenemos encontrar a alguien que les viera entrar a esas horas. ¡Seguidme!

Emi había pasado de montar una pataleta a recuperar la ilusión en tan solo treinta segundos, y entonces fue cuando salió corriendo del hotel. Fuera, en la calle, las pocas personas que frecuentaban el barrio tan temprano empezaban a abrir sus negocios. Puestos de comida, atracciones para turistas... y la cafetería que había delante tenía fuera una pequeña mesa con muestras de pastel. Una elegante chica-conejo los repartía con las orejas gachas, que alzó rápidamente en cuanto vio al grupo acercarse.

—¡Buenos días! ¿Os interesa un poco de tarta? ¡Son caseras!
—Me llamo Nejiko, encantado. — El hombre-gato extendió las zarpas y le lanzó un sutil guiño —. Pero puedes llamarme... Magneko. Es mi nombre de héroe.
—¡Vaya! ¿Sois héroes? — La joven sacudió los bigotes, interesada —. Que pasada. Yo me llamo Rui y soy camarera.
—Perfecto, señorita Rui, pues nos preguntábamos si habías visto a gente entrar o salir del hotel anoche. Estamos investigando.
—Hmm... — Se acarició la oreja izquierda, pensativa —. Pues no, porque yo acabo de llegar hace nada. Pero conozco a mucha gente por aquí que trabaja de noche, podría ir con vosotros y preguntar.
—Claro, acompáñanos. No hay ningún problema, ¿verdad, jefa?
—¿Supongo? — Emi miró a Nanami, que se encogió de hombros con exasperación —. En principio, y si nos puede ayudar...
—¡Pues no hay problema! Señorita Rui, si nos hace el placer... 

Nejiko le ofreció el brazo y la chica lo aceptó con una risita de vergüenza. Mientras caminaban Rui les guió por el barrio, contando curiosidades sobre los edificios más antiguos y algún que otro cotilleo sobre sus habitantes. Se detuvo delante de una pared decorada con grafitis, cerca de un hombre con una cámara de fotos al cuello que estaba colocando adornos de atrezzo por los alrededores. 

—Aquí —. Rui saludó de lejos al hombre y él se acercó —. Kishimoto-san y su mujer son fotógrafos, y están casi todo el día por la zona. A lo mejor vieron algo, o incluso lo captaron en cámara.
—Ah, mira a quién tenemos aquí —. El hombre sonrió dejando ver una boca llena de dientes ligeramente torcidos, pero limpios —. ¿Vienes a traernos tarta, Rui? Prometo que esta vez le dejo algo a mi señora.
—Luego te la traigo, tranquilo —. Rui se rió suavemente antes de señalar al resto del grupo —. En realidad estoy aquí porque estos detectives están buscando a alguien, y nos preguntábamos si podíamos revisar tus fotografías de anoche.
—¡Por supuesto! ¡Sois los héroes de Ginza! Os vi ayer en las noticias. Es un placer ayudar a las autoridades.

No tardaron mucho en localizar lo que estaban buscando. A las 11:03 de la noche la víctima aparecía en el fondo de una imagen, detrás de dos turistas que asomaban la cabeza sobre placas de cartón que simulaban kimonos... y a su lado, con una sonrisa feroz y casi mirando a cámara, una despampanante mujer rubia que le sujetaba del brazo. Rui soltó un grito de exclamación al verla.

—¡La conozco! Creo que es camarera en el bar de alterne, o trabaja en el hotel como... acompañante —. Apartó la mirada avergonzada. — No me acuerdo bien, pero podría ir a preguntar y que me acompañe Nejiko, que yo conozco a la madame. Vosotras dos podéis ir al bar y ver si la reconocen allí.

Antes de que Emi pudiera objetar Rui ya se había llevado a Nejiko y conversaban animadamente. Lanzó un grito al aire, sacudiendo los brazos.

—¡Chicos, si tenéis algún problema avisad por los walkies! Hay que ver... — Y entonces giró hacia Nanami con gesto pensativo —. Y tú, ¿no eres demasiado pequeña para entrar en un bar?

***

Por el camino Nejiko se dedicó a contar sus batallitas de héroe mientras que la chica sonreía y preguntaba más y más, pero nada más llegar al burdel Rui le mandó callar. Parecía un hotel cualquiera, aunque mucho más amplio y elegante. La mujer que esperaba tras el mostrador era de mediana edad y tenía las uñas largas y cuidadas, que deslizaba con suavidad por encima de una revista de cotilleos.

—Vaya vaya, mira a quién tenemos aquí —. Alzó la vista ligeramente, dejando entrever una sonrisa pícara —. Niña, ya te he dicho que si vienes a trabajar aquí las cuotas se pagan por adelantado. Que luego te escaqueas...
—No vengo a trabajar, señora Ume —. La voz de Rui se había vuelto amarga de repente, y tenía las orejas plegadas hacia atrás —. Mi compañero es un héroe y estamos investigando. Necesitamos ir a la habitación de Kawata. 

La mujer alzó las cejas y miró a Nejiko, que rápidamente sacó su identificación. La devolvió con recelo.

—Os dejo pasar si no miráis nada más, ni tocáis nada. Eres un héroe, chico, no policía. Como metas en un lío innecesario a mis niñas...
—Descuide, señora... — Dejó la palabra en el aire, porque Rui ya había cogido las llaves y se dirigía hacia las escaleras —. ¡Le prometo que no tocaré nada!

Rui no habló mientras subía. Nejiko la siguió en silencio hasta la habitación, pensando en qué decir, pero decidió que era mejor callar. La habitación era limpia y austera: una cama de sábanas blancas, moqueta rojiza, un baño amplio y un pequeño escritorio. La examinó rápidamente, pero no había nada de interés. Parecía que no la habían usado en mucho tiempo, o que la habían limpiado recientemente. Rui se encontraba en la ventana, mirando hacia el exterior. Nejiko decidió ponerse a su lado.

—¿Todo bien, Rui? Me preocupas.
—¿Por qué estáis investigando esto? —. La mirada de Rui no se separaba de la calle, y sus manos se tensaron sobre el alfeizar —. ¿Por qué le estais defendiendo?
—¿Eh? Pues porque...
—Ese hombre era un pervertido, Nejiko. Está casado y tiene dos hijas, pero viene a menudo a follarse a niñas a las que les saca treinta años. ¿Te parece bien? ¿Qué tipo de justicia es esa?
—¿Rui, cómo...? Yo no te he contado nada de eso.

Pero Rui no respondió. Siguió hablando por su cuenta, sus uñas arañando la superficie de madera.

—Los hombres como tú me dais asco. Os protegéis unos a otros. Este sistema está tan podrido y lleno de babosos... Incluso tú, Nejiko. Tú no eres diferente al resto. 

En ese momento Nejiko se fijó en sus manos. Suaves, lisas y carentes de imperfecciones. Ni una sola arruga, ni un poro, ni un lunar; incluso sus uñas eran idénticas entre sí. Conforme la mano se tensaba más y más parecía que... aumentaba. Los dedos se ensanchaban y la piel adquiría un aspecto más realista, más fuerte y desgastada. Igual con su rostro. Las suaves mejillas de Rui se tensaron en una mandíbula cuadrada, una nariz rechoncha, y unos ojos profundos llenos de ira. 

Nejiko intentó gritar, pero entonces el hombre que había aparecido ante él le cogió del cuello y lo lanzó por la ventana.




39-Haz una historia en la que predomine el diálogo y no haya ni un solo verbo dicendi. ¡Asegúrate de puntuar bien las acotaciones!


¡Buenas, gente! Os dejo por aquí el reto número 39 y, por fin, la conclusión a esta pequeña historia de héroes que roleé con mis amigos. ¿Qué tal? ¿Os ha gustado? ¿Os esperábais el final? Os aseguro que ese jugador no se lo veía venir... He de admitir que me reí muchísimo en el momento. Creo que aún no me lo perdona.

Por si no quedó claro: ¡Rui es un cambiaformas! No he querido narrar el combate final porque básicamente... lo derrotan y ya está, no tiene más poderes interesantes aparte de cambiar de forma; y también por el motivo de este reto: Una historia en la que predomine el diálogo. Esta parte de "investigación" me parecía perfecta, ¡y ha quedado larguísima! He tenido que cortar muchas cosas de la historia original, porque para empezar estaba todo el grupo reunido y tuvieron que averiguar mucho más antes de alcanzar el final.

Me ha gustado mucho este reto, y para quien no se haya dado cuenta: un verbo dicendi son todos esos verbos que usamos en los diálogos (dijo, respondió, susurró, afirmó...) que modifican el habla. El reto consistía en escribir un diálogo cuyas acotaciones fueran todas una acción. ¡Ha sido muy divertido! Me recuerda a aquel reto que hice a principio de año sobre escribir un texto sin usar gerundios.

Aparte de el artículo de Literup, usé esta entrada con un listado para completar información. ¿Me he dejado algún verbo dicendi por ahí? ¿O he puntuado mal algún diálogo? ¡Dejádmelo en los comentarios!

Un saludo y muchas gracias por vuestro apoyo, hasta la próxima <3

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