11/05/2020

Buñuelos de calabaza

Ya era pasado el mediodía, Ofelia seguía dormida y el graznido de un cuervo en la ventana se lo reprimía de forma constante. Azabache había arrancado la mosquitera y ahora colaba el pico entre las láminas de la persiana, pidiendo a gritos el cuenco de semillas que le servían cada mañana. Ofelia se cubrió las orejas con la almohada y masculló.

—¿No puedes esperar un poco? Bendita sea la Madre, para un día que puedo descansar...

Azabache cambió sus chillidos por un sonido gutural y rítmico, girando la cabeza para que sus ojos oscuros pudieran ver el interior de la habitación. Casi sin hacer ruido deslizó su pico hasta la cuerda de la persiana y empezó a tirar de ella, muy despacio.

—¡No, Aza, ni se te ocurra! —Ofelia saltó de la cama y le quitó la cuerda al pájaro—. Que ya es la quinta vez que la rompes.

El cuervo sacudió las plumas, satisfecho, y de un saltito se colocó en el marco de la ventana. Ofelia se frotó los ojos y empezó a preparar el desayuno: pan tostado con mermelada para ella, tacos de manzana y semillas para Azabache. Puso el cuenco en el alféizar, y él lo devoró rápidamente antes de alzar el vuelo y perderse en la espesura del bosque. Ella desayunó mientras miraba por la ventana, preguntándose si aquel cuervo sinvergüenza algún día vendría para algo más que para pedirle comida y romper sus persianas. Un año entero alimentándole y aún no se dejaba acariciar. Si incluso le había puesto un nombre...

Ofelia se sacudió las migas del camisón y se cambió de ropa. Salió al jardín vistiendo unas botas de cuero gruesas y ajadas, un vestido negro de algodón abrochado hasta el pecho y un sombrero de pico y ala ancha que le protegía del sol, que aún brillaba con fuerza a estas alturas de otoño. Se acercó al pozo y llenó de agua una pequeña vasija de barro oscuro. También fue a la leñera a por unos cuantos troncos, y se adentró en el bosque para buscar ramas secas.

Lo primero y lo más importante era la hoguera. Ofelia amontonó los troncos y encendió con pedernal los palos, que empezaron a arder bajo la leña y poco a poco también la hicieron prender. Fue añadiendo madera hasta que las llamas bailaban de forma constante y el viento parecía incapaz de apagar el fuego. Añadió a la hoguera manojos de lavanda y salvia seca antes de regresar a la cabaña.

Usó el mismo fuego de fuera para encender la chimenea y la cocina y dejó una olla de agua a la lumbre. Entonces tomó una de las calabazas que había recolectado días antes, la que era demasiado grande y pesada como para llevarla en brazos —de hecho, la había tenido que meter en casa haciéndola rodar por el suelo—, y la colocó en mitad de la habitación. Tomó un cuchillo y empezó a vaciarla.

Era un proceso metódico y pringoso, pero Ofelia parecía estar disfrutando de lo lindo. Tatareaba canciones mientras rascaba su interior y arrancaba las pipas, que luego dejaría secar al sol. Cuando estuvo completamente vacía dudó sobre qué debía tallar en ella. Pensó en dibujar un cuervo, pero no creía que fuera capaz de hacer que quedara bonito y a lo mejor Azabache se ofendía, así que se limitó a tallar los clásicos ojos y dientes siniestros, junto con un sello de protección en la base. La dejó en la puerta, apagada. Ya la encendería más tarde.

Lo siguiente, por supuesto, eran los dulces. Ofelia escogió una calabaza más pequeña y densa y la troceó en cubos medianos, arrojándolos uno a uno a la olla de agua borboteante. Ofelia pinchó los trozos de vez en cuando con un tenedor, y cuando la carne estuvo blanda vertió el agua y pasó la calabaza a un cuenco de cerámica. Con el mismo tenedor machacó los trozos e incorporó la harina y las yemas de huevo. Las claras las montó a mano, también tatareando, con la mirada fija en el bosque tras la ventana. Cuando las copas de los árboles se tiñeron de un naranja atardecer Ofelia empezó a freir la masa. 

Al final terminó con dos cestas de buñuelos de calabaza recién hechos, espolvoreados con azúcar fina y que reposaban con un vapor sugerente. Dejó una de las cestas en la mesa central, decorada con hilo rojo y velas blancas, y rezó una breve plegaria ante ella. Cualquier espíritu benigno podría entrar esa noche a su casa, disfrutar del fuego y probar sus buñuelos caseros. Satisfecha, Ofelia bajó al pueblo para compartir el resto de sus dulces (y, quizás, cambiarlos por otras chucherías y baratijas), no sin antes encender la calabaza que esperaba en la entrada. 

Ya era pasada la medianoche y Ofelia aún no había regresado a su casa. Aún festejaba en el pueblo, bebiendo aguardiente y charlando alrededor del fuego, así que no pudo ver cómo Azabache entraba por la ventana y se llevaba uno de los buñuelos en el pico.




45-Haz una historia que narre la preparación de tu protagonista para Halloween.

¡Hola! Sí, me he saltado el reto 44, pero es que quería subir este relato el día de Halloween porque me parecía más adecuado. Al final lo he subido 4 días más tarde... pero la intención es lo que cuenta, ¿verdad? :3

¿Cómo habéis celebrado este Halloween? Yo no pude hacer nada especial, y creo que la mayoría de vosotros tampoco. Así que cambio mi pregunta, ¿cómo soléis celebrar Halloween? A mí me gusta mucho la parte más tracicional, el Samaín, que es lo que he querido plasmar en este relato. Pero no mentiré, también disfruto con los disfraces y el truco o trato.

¡Hasta la semana que viene! A ver si consigo escribir el reto 44 antes de que esta semana acabe...

Si quieres saber qué es el Reto Literup, haz click en este enlace.

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