3/23/2020

Semper fidelis

Emma se despertó aquella mañana porque no podía respirar. Últimamente algo que no podía ver la perseguía en sus pesadillas, y por mucho que intentara esconderse aquello siempre la encontraba. Y esa noche Emma huyó en sueños al mar pensando que así no podrían apresarla, pero justo cuando se sentía a salvo algo la atrapó desde el fondo del océano. Un pesado tentáculo se enroscó en su piernas y tiró, intentando sumergirla, mientras ella luchaba con todas sus fuerzas por mantenerse a flote. A duras penas conseguía permanecer en la superficie, alternando bocanadas de agua y aire, hasta que al final no tuvo fuerzas para seguir luchando. Emma se hundió y el mar se cerró sobre sí mismo, encerrándola entre paredes opacas de madera. Primero luchó contra la prisión, luego contuvo el aliento, después no tuvo más remedio que inhalar el agua.

Y finalmente, un dolor ardiente en la garganta. Ya no podía respirar.

Así que despertó de pronto tosiendo un agua que no existía, pero por algún motivo el dolor no llegaba a desvanecerse del todo. Se llevó la mano al cuello y notó que había algo ahí, algo que antes no estaba y que tiraba de su garganta cada vez que intentaba respirar. Corrió hacia el espejo del baño sin separar las yemas de los dedos de su piel.

- Joder - masculló, estirando el cuello frente al espejo. Tenía una imponente cicatriz que iba desde el mentón hasta la mitad de la garganta, en forma de estrella irregular y que dolía cada vez que intentaba tragar saliva. Era rugosa y abultada, como si el tejido a su alrededor hubiera crecido con dificultad, pero lo más extraño de todo es que parecía estar completamente curada.

Emma tenía algo muy claro, y es jamás había tenido una cicatriz en la garganta. Así que aquello había aparecido de la noche a la mañana.

De todas formas se preparó como todos los días para ir a trabajar. La ropa que ya tenía doblada sobre la mesa desde la noche anterior, los panecillos dulces con arándanos y mantequilla, el café negro con una cucharada colmada de azúcar. De camino al trabajo encendió la radio, pero no hubo noticias de interés, y también anunciaron el tiempo para aquel día. Nublado, con una leve posibilidad de llovizna. Emma miró al cielo y pensó en que no se necesitaba una carrera de cinco años para poder predecir aquello.

Llegó a la universidad a la hora de siempre. Aquel día era viernes, así que la cantidad de estudiantes que había correteando por los pasillos o cuchicheando por las esquinas era, afortunadamente, menor de lo habitual. Aún así se desvió de su camino para bajar a la cafetería y comprar dos chocolates calientes en la máquina expendedora. Empezó a beberse uno de ellos a pequeños sorbos mientras caminaba hacia el despacho.

Ambrose ya estaba ahí, por supuesto, ya que él jamás llegaba tarde. Estaba sentado en su escritorio y llevaba su característico traje marrón de tweed con coderas, la camisa blanca y los mocasines castaños. Era un hombre entrado en años y con la cara delgada, los ojos pequeños y la nariz alargada. A Emma siempre le parecía que a su rostro le faltaba algo. Unas gafas, quizá.

- Llegas tarde - replicó él sin levantar la mirada de sus papeles.
- Lo sé, es que he parado a por esto - Emma esbozó una sonrisa dulce y teatral mientras depositaba el vaso de chocolate sobre el escritorio -. Con este tiempo tan gris apetece un chocolate, ¿no crees?
- Pues tienes razón, me apetece mucho. Gracias por... - Ambrose tomó el vaso, pero al mirarlo arrugó la nariz con disgusto -. Es demasiado claro. ¿Tiene lactosa? Sabes que soy intolerante a la lactosa, Emma. Te estás bebiendo el mío otra vez.

Ella giró la cabeza como un perro confundido y miró a su propio chocolate, que en efecto era ligeramente más oscuro que el de Ambrose.

- Vaya, tienes razón. No me di cuenta. Una pena - cogió el chocolate de la mesa y comenzó a bebérselo también.
- ¿Cómo no te vas a dar cuenta? - gritó Ambrose, más irritado de lo habitual -. ¿Para qué llevas gafas entonces? Por dios, con lo que me apetecía un chocolate a estas horas...

Emma no contuvo la sonrisa maliciosa que se le escapaba de entre los labios. Ambrose masculló algo entre dientes y volvió a sus papeles con gesto indignado.

- Por cierto - Ambrose le había oído perfectamente la primera vez, pero aún así tuvo que toser varias veces para llamar su atención -. Esta cicatriz del cuello, ¿te suena de algo?
- No es momento para charlas personales, Emma - bufó.
- ¿Pero entonces sabes cómo me la he hecho o no?
- No lo sé, nunca me lo has contado y tampoco me interesa. Así que por favor, regresa al trabajo.

«Tan útil como siempre.» Emma puso los ojos en blanco y se dirigió a su escritorio. Su mesa era mucho más pequeña y menos imponente que la de su compañero, y es que Ambrose seguía tratándola como una simple becaria más. A pesar de que él era un incompetente y un estirado, y toda su carrera profesional había consistido en pisotear las investigaciones de los demás. Emma era otra tanta de sus víctimas, pues había perdido su tesis doctoral por capricho de Ambrose. A veces pensaba que se merecía algo más que pequeñas venganzas con el chocolate.

- Ah, Emma - anunció él desde el otro lado de la sala, arrastrando las palabras con su marcado acento inglés -. Se nos ha asignado un nuevo trabajo de campo. Se ha descubierto un monasterio...

Su mundo se detuvo en ese instante, un potente déjà vu que le nubló los sentidos y que le hizo arder la garganta. Tenía la irracional pero potente certeza de que ya sabía qué iba a pasar, de que ya había vivido eso antes.

- Un monasterio cristiano en Nepal - susurró, casi de forma inconsciente.
- No me interrumpas, Emma - replicó Ambrose. Qué buen oído tenía cuando le convenía -. Pero sí, has debido enterarte ya. Es un edificio antiquísimo y por las fotos parece de principios del siglo IV. Muy intrigante, así que nos han convocado para que vayamos a examinarlo en persona. Y sorprendentemente sigue habitado, así que también nos alojaremos allí. Mañana salimos en avión.
- ¿Me dejas ver las fotos?

Emma saltó de su escritorio y corrió hacia el de Ambrose, que dio un respingo mientras apartaba las fotografías de la mesa,

- Niña, entiendo la efusividad, pero quizá deberías...
- No me vuelvas a llamar niña, viejo inútil - gruñó Emma con frialdad-. Que tengas edad para ser mi padre no te da derecho a ningunearme, ¿está claro?

Ambrose abrió la boca para responder, pero estaba tan sorprendido que no salían palabras de los labios. Su rostro lo decía todo, enrojecido de ira y vergüenza. Emma aprovechó para arrebatarle las fotos de las manos.

Y reconoció lo que veía. Los pasillos le resultaban familiares, como si ya hubiera caminado por ellos antes. El extraño monasterio de piedra clara rodeado de nieve impoluta, los monjes sonrientes de ojos rasgados, cabeza rapada y cogullas medievales. La enorme cruz de madera en la capilla hubiera parecido austera y aburrida en cualquier otro contexto, pero ahí... daba la impresión de estar en el sitio equivocado. Enturbiaba el ambiente, como si el monasterio entero estuviera cubierto por una bruma corrupta.

- Te recomiendo - habló Ambrose, que por fin había recuperado la compostura - que mañana moderes tu lenguaje. Iremos acompañados por profesionales y me niego a que me dejes en ridículo.

Emma hizo un enorme esfuerzo para morderse la lengua y no replicar en el acto, pero la acuciante necesidad de comprender todo aquello le instaba a hablar. Le costó pronunciar las palabras, como si ya supiera que de esa forma iba a desatar algo terrible.

- ¿Quién nos acompaña?
- Ah, pues... - Ambrose pasó el pulgar por la punta de sus dedos, rememorando -. Por supuesto, necesitamos un intérprete. También nos acompaña un traductor, por si las moscas, y una periodista. No me hace gracia lo de la periodista, pero es lo que hay. Ah, y una famosa psiquiatra americana. Parece interesada en el comportamiento de los monjes, creo que su nombre era...

Rox. El nombre resonó en la memoria de Emma antes de que Ambrose lo pronunciara, y con él se trajo muchas cosas. Le vino una profunda sensación de complicidad, de confianza que solo se adquiere con tiempo y experiencia, le vino un sabor cálido en los labios y el recuerdo de lágrimas ardientes deslizándose por su rostro. Una promesa de venganza, un adiós que no llegó a pronunciarse del todo. Conocía a Rox y era capaz de invocar su imagen: el pelo oscuro y liso, los ojos afilados, el porte esbelto y la mirada fría y calculadora. Pero sobre todo recordaba su rostro, normalmente hierático e impasible, contorsionado por el dolor y mancillado por la muerte. Rox había muerto en sus brazos.

- Yo... - Emma respiró agitada, aferrándose con fuerza al escritorio y sintiendo el mundo dando vueltas a su alrededor - Tengo que irme.
- Uh, sí, será mejor que te vayas - Ambrose habló mientras Emma recogía todas sus cosas y se apresuraba en marchar -. Tú haz la maleta para una semana, y recuerda, hace frío. ¿Me oyes? Si ni siquiera sabes dónde hay que ir mañana. Bueno, te pasaré los detalles por email. ¿De acuerdo? ¡Emma!

Ya no le oía. Emma corrió por los pasillos y se metió en su coche, intentando ordenar los recuerdos en su cabeza. ¿Era así como se había hecho la cicatriz, en aquel monasterio? ¿Cómo había sucedido? Demasiadas imágenes se agolpaban en su mente, demasiadas voces distintas que no era capaz de distinguir. Se le venían vagos recuerdos de un viaje en avión, de dormir en un colchón en el suelo, pero no era capaz de comprenderlos ni de comprobar si eran o no ciertos. La cicatriz del cuello palpitaba expectante mientras Emma conducía de vuelta a casa.

Solo tenía una cosa clara, y es la única forma de obtener respuestas era ir a ese viaje. Así que corrió escaleras arribas y tiró su maleta vieja sobre la cama. Casi no tenía aliento, pero empezó a arrancar los jerseys de sus perchas y a lanzarlos hacia la maleta abierta. ¿Que más necesitaba? Cogió camisas y pantalones anchos, medias gruesas, ropa interior para una semana y pico... La anticipación de viajar le tranquilizaba, repasar una lista en su mente e ir tachando poco a poco elementos que completaba. Pensó en que haría frío en Nepal, así que se arrodilló frente al armario y empezó a sacar trastos, buscando sus viejas botas de nieve.

Una de las cajas que sacó hizo que le recorriera un cosquilleo intenso desde el brazo hasta la garganta, y pareció que el mismo universo se quedaba en silencio. Emma arrastró el alargado maletín de madera hasta sus rodillas y abrió el cierre. Ya sabía lo que contenía. Era la escopeta que le había dado su padre, que usaba durante los veranos cuando iban juntos a cazar. Sostuvo el cajón unos instantes, pensativa. ¿Le haría falta en Nepal? ¿Le dejarían meterla en el avión siquiera?

Cuando la rozó con los dedos fue cuando recordó todo, y la verdadera naturaleza del monasterio se desveló ante ella. Recordó, como en un sueño premonitorio, la masacre que se había desenvuelto en aquel maldito templo del Nepal, recordó la sangre naciendo de las paredes y las sonrisas perversas de los monjes mientras deslizaban un cuchillo por su piel desnuda. De pronto recordó las torturas, los monstruos de pesadilla que poblaban los rincones, aquella vez que se escondió en un barril de la bodega para evitar que la atraparan. Recordó que intentó huir con Rox, que el destino las dejó a merced de los demonios con rostro humano y que ellos la asesinaron. Y, por supuesto, también recordó cómo se había hecho la cicatriz.

Se quedó en silencio. El mundo entero había dejado de tener sentido, y a la vez lo había cobrado de pronto. Ya sabía qué tenía que hacer. Ya sabía cómo salvarse, cómo escapar de sus pesadillas, cómo volver a encontrarse con Rox. Emma cogió la escopeta, se sentó en la cama y cerró los ojos. Inspiró hondo y empezó a cantar London Bridge is Falling Down, repitiendo el estribillo y todas sus variantes hasta que no pudo recordar ninguna más. Su voz era lo único que mecía el aire, pues ni siquiera los pájaros se atrevieron a cantar.

Entonces colocó la escopeta contra su garganta, sintiendo el frío del metal contra su piel, disfrutando de la forma en la que el cañón encajaba perfectamente con el centro de su cicatriz. «No te preocupes, Rox. Ya lo he entendido. Ya sé cómo salir de aquí.»



13-Un personaje se despierta con una cicatriz enorme y no sabe cómo se la ha hecho. Haz que recupere sus recuerdos durante el relato hasta que al final descubra la verdad.

¡Buenas tardes! Pues aquí os traigo el decimotercer reto, que esta vez he decidido aprovechar y escribir sobre Emma, uno de mis personajes de rol más antiguos. Y es que este relato está basado en una campaña que jugué hace años, Semper Fidelis, que como os podéis imaginar tuvo un final... algo sangriento. La forma de escapar del ciclo era morir, cosa que Rox consiguió y que Emma no, así que este relato ha sido mi forma de darle un arco de redención. De esta forma, por fin ha podido escapar.

Por cierto, ¿sabéis que la relación de Emma y Rox es una de las más bonitas que he tenido el placer de rolear? Surgió de la nada, tan solo los personajes encajaban a la perfección y había mucha química entre ellas. En esta relación nunca hubo besos apasionados ni confesiones bajo la lluvia, solo una amistad sólida y una complicidad que no hizo más que crecer durante sus... aventuras. Con el tiempo se dieron cuenta de que no podían vivir sin la otra. ¡Al final se casaron y todo! Es la relación menos romántica que he interpretado, y aún así la más auténtica. Algún día escribiré más sobre ellas.

Bueno, que me motivo. Muchas gracias a la master de Semper fidelis y a la jugadora que llevaba a Emma (perdí contacto con ambas, pero os sigo teniendo cariño y a veces me acuerdo de vosotras <3), ya que sin vosotras Emma no sería más que una pieza guardada en un cajón.

¡Nos vemos en el próximo relato, hasta la próxima!

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3/17/2020

Romper el hielo

Faltaban tan solo quince minutos para las nueve de la noche, pero Gabriel ya llevaba un buen rato esperando en la puerta de la pescadería. Del cielo caía una fina llovizna que salpicaba los cristales y poco a poco empezaba a acumularse en las rendijas de los adoquines. Gabriel bufó, lamentando haberse olvidado el paraguas en casa, y paseó distraído por los alrededores como si así se fuera a mojar menos. Atisbó su reflejo entre los escaparates y aprovechó para arreglarse el pelo, rubio y ligeramente engominado, que la lluvia estaba intentando echar a perder. Se fijó también en su ropa: la camisa azul clara, los pantalones vaqueros y los mocasines castaños. No era demasiado formal, pero quedaba elegante. Ahí delante, mirando su reflejo, le dio la impresión de que la camisa le quedaba demasiado pequeña. Había engordado un poco últimamente, y tenía unos cuantos kilos más que en la foto que le había enseñado a Marco... De repente sintió pánico. ¿Y si Marco había venido a verle pero no le había reconocido? ¿O es que le había visto y no le había gustado? Se apresuró en sacar el móvil del bolsillo, con un nudo en la garganta.

En ese momento la puerta de la pescadería se abrió y de ella salió un hombre de pelo negro y lacio, con los ojos rasgados y oscuros, que emitió un grito ahogado al verle.

- ¡Oh dios mío, lo siento muchísimo! Creí que ibas a llamar cuando llegaras.
- No, yo lo siento - respondió azorado -. No sé por qué, pero pensé que vendrías de fuera. Perdona, no lo había pensado bien.
- No te preocupes, uhm... - Marco sonrió, con las mejillas enrojecidas -. ¿Quieres pasar, entonces? 

Gabriel asintió y corrió para llegar a la puerta, sacudiendo su cabeza bajo el umbral y limpiando con esmero sus zapatos en el felpudo. Le sorprendió el estado de la pescadería, completamente vacía e iluminada por una luz cálida. Había una gran mesa y un par de sillas en lo que parecía ser el único rincón disponible, y sobre ella reposaban dos platos y dos vasos junto a sus cubiertos. Se fijó en que Marco llevaba puesto el delantal y los gruesos guantes de goma, como si estuviera atendiendo la tienda.

- Ah, esto. Estaba limpiando - dijo Marco al ver que lo miraban tan fijamente. Gabriel se rió y dejó caer su mochila sobre una de las sillas.
- No importa, tranquilo. ¿Qué tienes para mí?
- Mira, te he reservado estas piezas - se colocó tras el mostrador y empezó a señalar los distintos peces que reposaban sobre el hielo -. Escoge la que quieras, son todas de buena calidad. 
- Huelen mucho a mar - dijo Gabriel mientras se inclinaba para examinarlas -. Son muy frescos. 
- ¡Se nota que sabes mucho! - gritó de pronto Marco, claramente emocionado. Se apresuró a tomar una de las piezas, una lubina de ojos brillantes -. Esta me la han traído hace tan solo unas horas, así que está en el mejor momento.
- No sabía que se pescaba por la tarde.
- Bueno, uno tiene sus contactos - soltó una pequeña risa nasal y maliciosa que a Gabriel le pareció adorable.
- En ese caso sería una pena desperdiciarla.

Marco asintió ilusionado y comenzó a limpiar la lubina de forma metódica, como si de todo un maestro se tratara, y Gabriel se dedicó a preparar lo suyo. De la mochila sacó una placa eléctrica que colocó sobre la mesa, algunos ingredientes y varios utensilios de cocina que distribuyó cuidadosamente. También sacó una botella de vino blanco. Marco movió entonces la lubina a la mesa, sin entrañas ni escamas, y la colocó sobre la tabla de cortar. Empezó a filetearla con facilidad, casi como si los lomos se separaran solos, y cuando terminó los ordenó para que fueran simétricos. La presentación era, sin duda, impecable.

- Tu turno - se apartó y señaló el pescado con un gesto dramático, lo que hizo que Gabriel contuviera una risotada.

Marco había dado todo un espectáculo, así que ahora le tocaba a él. Colocó una sartén grande en el fuego y vertió sobre ella una fina capa de aceite. Entre tanto enharinó los lomos y después los introdujo en el aceite caliente, que empezó a burbujear a su alrededor. Aprovechó para cortar y limpiar las verduras: las zanahorias en finas rodajas y los espárragos verdes en trozos pequeños. Los añadió rápidamente a la sartén junto con un puñado de almendras laminadas y empezaron a freírse de inmediato, arrugándose en los bordes y adquiriendo una tonalidad oscura. Cuando todo estuvo cocinado vertió un vaso de caldo de pescado -que él mismo había preparado el día anterior- y un generoso chorro de vino blanco. El líquido chisporroteó contra la sartén caliente, lo que hizo que Marco soltara una exclamación de asombro.

- Mira, la harina hará que la salsa espese y con el calor se reducirá, para intensificar el sabor - explicó Gabriel. Luego inclinó la botella sobre las copas vacías, dubitativo.
- Por favor - Marco asintió mientras se sentaba al otro lado de la mesa, sonriendo de oreja a oreja. 

Gabriel sirvió el vino en las dos copas y tras darle un pequeño sorbo a la suya volvió a concentrarse en su plato. Removió la salsa, que poco a poco se oscureció y se volvió más melosa, y cuando estuvo lista sirvió los platos. Primero las verduras, luego los lomos de lubina, y finalmente espolvoreó un poco de perejil fresco por encima. Parecían platos recién salidos de un restaurante.

- Uhm, bueno - Gabriel se sonrojó de pronto, inseguro, mientras le entregaba un plato a Marco y se sentaba frente al suyo -. Aquí tienes. Que aproveche.

Marco sonrió agradecido y tomó un bocado. Gabriel se fijó en que, en vez de pinchar al azar, Marco había cogido una pequeña muestra de cada ingrediente y lo había reunido sobre el tenedor, como formando un plato en miniatura. Lo masticó despacio, saboreándolo en silencio bajo la mirada expectante de Gabriel. Cuando por fin terminó soltó una pequeña risita.

- No sabía que una simple lubina pudiera saber tan bien - bromeó, mientras volvía a tomar otro bocado.
- Muchas gracias - Gabriel suspiró aliviado, por fin sintiéndose con fuerzas de probar su propio plato. Le había quedado bien, pero quizá necesitaba un poco más de fuerza. ¿Guindilla, quizá? Pero bueno, tampoco sabía si a Marco le gustaba el picante...
- Entonces, ¿trabajas de cocinero en algún sitio? - interrumpió de pronto él, con ojos brillantes y curiosos.
- Ah, no. Solo soy diseñador gráfico - dijo, casi atragantándose. Tosió un momento antes de continuar -. Lo de cocinar solo es un hobby.
- Pues se te da muy bien, de verdad. Podrías dedicarte a esto.
- Exageras - Gabriel sonrió, dándole otro sorbo al vino -. Además, me gusta mi trabajo actual.
- Ojalá pudiera decir lo mismo - Marco suspiró, dejando de comer un momento para mirar a su alrededor -. Me encargo de la pescadería porque es el negocio de mis padres, pero ya está. Yo quería ir a la escuela de arte porque siempre me ha gustado dibujar, pero me quitaron la idea de la cabeza - se encogió de hombros -. Supongo que no querían que me muriera de hambre.

Se creó un silencio pesado entre los dos. Marco ya no sonreía, sino que miraba pensativo al plato mientras hacía círculos con el tenedor. En vez de soltar una risita o un chiste para aligerar el ambiente dejó caer los hombros, abatido.

- Lo siento. Podemos hablar de otra cosa si quieres.
- ¿Y por qué no lo haces ahora? - preguntó Gabriel con suavidad. En su mirada había una calidez extraña -. Puedes dibujar en tus tiempos libres, o asistir a cursos.
- No puedo dejar la pescadería, Gabriel. Mis padres...
- No te estoy diciendo que lo dejes. Puedes hacer ambas cosas, ¿no crees? ¿Por qué no me enseñas tus dibujos?

Marco dio un respingo y miró a Gabriel, desconcertado. Él permanecía tranquilo y sonriente. 

- Si no quieres no pasa nada. Era por si querías que les echara un vistazo.
- Ya, si te entiendo, pero yo... - Marco empezó a girar el tenedor entre sus dedos, reflexionando, hasta que por fin se decidió a hablar -. Supongo que me da miedo no ser lo suficientemente bueno.
- No tienes que ser bueno para disfrutar de algo que te gusta. Es como cantar en la ducha o hacer postres horribles, son cosas que se hacen para uno mismo.

Marco sonrió ligeramente, pero aún pensativo. Miró al plato de lubina a medio terminar, a sus manos intranquilas, y luego miró a Gabriel. Tenía unos ojos preciosos, de un marrón profundo y reconfortante y la sonrisa ligeramente torcida, muy tierna. Tuvo que esforzarse para no perderse en ella.

- Está bien - sacudió de pronto la cabeza y alcanzó su teléfono móvil, que estaba en una esquina de la mesa. Al desbloquearlo le temblaron las manos -. Eres la primera persona a la que se los enseño, y me da mucha vergüenza, y casi todos están sin terminar...
- Te repito, no tienes por qué enseñármelos - dijo Gabriel, a pesar de extender la mano para alcanzar el móvil -. Solo hazlo si te sientes cómodo.
- Ya, lo sé. Pero creo que puedo confiar en ti.

Gabriel entonces comenzó a mirar los dibujos y Marco saltó de su asiento para ponerse a su lado. Le explicó el significado de cada símbolo, o la historia del personaje, o en qué había basado ese paisaje tan particular. Gabriel asentía y preguntaba también, comentando el uso del color o de la anatomía, y a cada instante Marco estaba más emocionado. Poco a poco su ansiedad se había convertido en una ilusión imparable, y finalmente regresó a su asiento con el corazón acelerado.

Después de aquello hablaron de todo un poco, con la extraña confidencia de saber que, en esencia, los dos aún eran unos extraños. Gabriel habló de su infancia, del pueblo en el que veraneaba con sus abuelos, contándole aquella vez que intentó enamorarse de su vecina; Marco habló de sus padres y de su antiguo instituto, de cómo hacía años que no se hablaba con su hermano pequeño. Terminaron la botella de vino y rebañaron los platos, alargando una sobremesa que en otras circunstancias se estaría haciendo eterna, hasta que Marco miró de pronto la hora.

- Ay dios, ¡es tardísimo! - se levantó de un salto y empezó a recoger -. Mis padres me matan como llegue tan tarde a casa.
- Espera, que te ayudo. ¿Dónde va la mesa?
- Normalmente la tenemos en el almacén, mira, te enseño cómo plegarla.

Gabriel recogió el mantel y la mesa, guardando lo que sobró de sus ingredientes de vuelta en la mochila junto con la placa eléctrica. Marco se llevó todo lo demás a la parte de atrás, donde fregó los platos y la sartén para dejarlos escurrir. Cuando terminó empezó a desconectar todas las luces y le hizo un gesto a Gabriel para que saliera.

La noche era cerrada y oscura, con las nubes cubriendo la mayoría de estrellas, aunque al menos ya no estaba lloviendo. Marco echó el cierre del local y entonces tomó el móvil.

- Uf, por poco. Quince minutos más y el taxi me saldría más caro.
- ¿Quieres que te lleve a casa? Siempre llevo un casco extra en la moto.
- Ah, me encantaría, pero mis padres no saben nada de... tú sabes - dijo, señalándose a sí mismo y luego a Gabriel -. Me matarían.
- Oh, vaya, lo siento mucho - Gabriel se quedó pensativo unos instantes -. Espera, ¿entonces qué les has dicho para que te dejen organizar la cena?
- Que eras un ricachón excéntrico que quería comprar pescado en privado.

Gabriel soltó una profunda carcajada, y esperaron juntos el taxi mientras intentaban terminar la conversación, pero ninguno de los dos quería dejarla morir. Cuando llegó el taxi se quedaron un momento mirándose en silencio, sin saber bien qué decir. Entonces Gabriel se dio cuenta de una cosa.

- ¡Espera, la sartén! - gritó de pronto, mirando a la puerta del local -. Está dentro, ¿verdad? ¿Te importa que venga mañana a buscarla o prefieres que me la lleve ya?
- No te preocupes. En la próxima cita te la doy, ¿de acuerdo?

Gabriel le miró confundido, y hubiera jurado que el corazón se le había detenido por completo. Un millón de ideas le inundaron la cabeza y por un instante ni siquiera estuvo seguro de haberle entendido bien.

- ¿La próxima? ¿Entonces quieres...?

Marco se inclinó para besarle y Gabriel se dejó llevar, como si el mundo entero se hubiera desvanecido a su alrededor. Sus labios eran cálidos y suaves, una sensación que le nublaba la cabeza y que se enredaba en la garganta. Un beso corto e intenso que fue interrumpido por la bocina impaciente del taxi.

- Joder. Me tengo que ir - Marco se separó ansioso, con la respiración entrecortada -. ¿Volveremos a vernos?
- Por supuesto - respondió Gabriel, con la voz temblorosa de emoción -. Hasta la próxima.



12-Haz una historia sobre una primera cita en una pescadería.

Yo quería escribir un relato cortito y romántico y he acabado con +2000 palabras de fluff gay. Lo siento. Y es que últimamente le estoy cogiendo el gusto a escribir cosas románticas, ¡a pesar de que nunca me ha gustado leerlo! Siempre me da la impresión de que el género está lleno de amores adolescentes tóxicos, demasiado sexo con metáforas que dan grima o, simplemente, relaciones vacías que no te aportan nada. Por eso he intentado escribir algo un poco más realista y cuqui.

¿Recordáis vuestra primera cita? Yo sí, simplemente caminamos durante horas bajo el abrasador sol sevillano y terminamos en un starbucks, tomando café y charlando sobre nuestra vida. La recuerdo con mucho cariño, así que ahora en nuestro aniversario siempre intentamos ir a por un café <3

Nada más que añadir, aparte de que podéis dejarme comentarios o reviews y compartir el post si os ha gustado. Además, ¿qué tal si aprovecháis la cuarentena para leer otros de mis relatos, o incluso echarle un vistazo a Ojo de buey? También podéis recomendarme escritores o blogs que me puedan interesar, que necesito más entretenimiento.

¡Un saludo y nos vemos en el próximo relato!

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3/11/2020

El quinto Veda

El día en que los dioses bajaron a la tierra fue un día que marcó un final y un principio en la historia de la humanidad. Y aún lo recuerdo como si fuera ayer: el olor a humo y carne chamuscada, el cielo oscuro cubierto de ceniza. Me levanté aquella mañana cuando todas las alarmas de la ciudad despertaron al unísono, con su eco desacompasado resonando por las calles. Lo primero que hice fue ir a buscar a mi gata al rincón tras el sofá, que es donde siempre se escondía, y una vez la tuve en brazos se aferró aterrorizada a la tela de mi camiseta. Temblaba, y sus ojos redondos se veían negros del pánico. Le di un cariñoso beso en la frente mientras la estrechaba entre mis brazos y me resigné a tan solo cambiarme los pantalones y ponerme las deportivas.

Lo siguiente que hice, mientras preparaba la mochila de emergencia, fue revisar mis redes sociales. Me encontré con miles de noticias aisladas de incendios, explosiones y grandes suicidios en masa por distintas partes del mundo, grupos radicales que se alzaban clamando el Apocalipsis, rumores de una guerra mundial secreta, canales de servicios de emergencia llamando a la población a refugios, y muchos, muchos chistes burlándose de la histeria. Parecía una película o una especie del sueño del que no había despertado del todo. No sabía bien qué pensar y la gente ya empezaba a reunirse en las calles, así que me apresuré y salí de la casa con la mochila sobre los hombros y la gata entre los brazos, mientras marcaba con torpeza el número de teléfono de mis padres.

De aquel día han pasado ya casi cuarenta años, y si os hablo con sinceridad no sabría deciros cómo hemos llegado hasta aquí. Pero ahora es Vishnú quien lo controla todo. Descendió de los mismos cielos y se presentó con todos los nombres que poseía, con el rostro cambiante de todos sus avatares. Su sonrisa era todo bondad, y a pesar de tener la apariencia de un humano todos supimos que estábamos en presencia de una divinidad. Nadie le cuestionó cuando se sentó y empezó a hablar, recitando los mismos mantras una y otra vez. El quinto Veda, lo llamaron. Las palabras que nos llegaban desde el mismísimo dios. Vishnú nos habló del universo y de sus leyes, de que nuestra existencia no era más que un mero sueño para él, que su aliento nos daba vida sin ni siquiera pretenderlo. Habló de ser el Dios que conserva y protege, el que preserva el mundo tal y como lo conocemos, y sobre todo habló de demonios. Exhibía las armas que sostenía en dos de sus cuatro brazos, una maza dorada y un afilado anillo con los que afirmaba rebanar y aplastar los cráneos de sus enemigos. Siempre sonreía con dulzura, diciendo que había bajado a protegernos del mal. Y le creímos.

El mundo que Vishnú construyó era sin duda lo más cercano a un paraíso. Nuestros hijos no conocen el hambre ni el dolor, pues Vishnú nos provee de alimento y nos protege del mal. Nada es capaz de dañar nuestro cuerpo o de rasgarnos la piel. Nadie trabaja, y no hay pobreza pues ni siquiera hay nada que se pueda poseer. No existe la enfermedad, pues todos nuestros enfermos encuentran pronto la paz. Y jamás sentimos tristeza, pues Vishnú nos protege de toda emoción. Dentro de nuestra impecable burbuja nada puede alcanzarnos y así es como dejamos de existir. En nuestra mente solo hay blanco, pues Vishnú nos dice que no hay mayor honor que liberarse de la vida. Un pájaro en una jaula posee una libertad que nosotros jamás soñaríamos, pues más bien somos flores cortadas que reposan en un jarrón. Y por supuesto, las flores también se marchitan.

Así que de vez en cuando alguien despierta del sueño de Vishnú. Hace falta carne para alimentar la maquinaria, para sostener la vida de los millones de humanos que yacen inconscientes bajo la mirada de su dios. Si vieras sus cuerpos te horrorizarías, pues están atrofiados y rodeados de cadenas doradas, con agujas sujetándoles los huesos. Y aún así sonríen, mostrando sus dientes podridos y gimiendo de placer. Shiva es quien vaga por la tierra sesgando la vida de aquellos que ya la han perdido, dominando la naturaleza y regenerando cada rincón de la tierra. Es quien entrega la muerte, cubierto de las cenizas de los incendios que provocan los bosques, dejando espacio para que la nueva vida renazca. Pues Shiva es el dios que destruye pero también el dios que renueva, el que alimenta el ciclo infinito del Samsara.

Shiva nos caza, a todos los humanos que nos negamos a morir y renacer bajo los brazos de Vishnú. Y sabes, no es fácil escapar de una entidad divina. Yo soy una de las que consiguió huir durante los primeros días, y es uno de los recuerdos que jamás podrá desvanecerse de mi mente. Ya casi no puedo caminar, pues mis piernas fallaron hace mucho tiempo y mis ojos ya están prácticamente ciegos, pero narro este cuento a todo aquel que se acerca a escucharme. Porque aquel día Shiva me habló.

Todo mi grupo acabó muerto y yo caí en la tierra de rodillas. Solo me rodeaba la oscuridad, el intenso sabor metálico de la sangre. Quise agachar la cabeza y aceptar mi destino pero algo en mi voz no quiso someterse. En vez de eso grité, mirándole con los ojos llenos de ira, preguntándole por qué hacía todo esto. Shiva se detuvo en seco.

«Porque os lo merecéis.»

Su voz retumbó por todo el universo, deteniendo el mismo flujo del tiempo. Por un instante solo estuvimos él y yo.

«Los hombres camináis por el bosque y solo veis leña para el fuego, creáis miseria para luchar por riquezas vacías. Vuestro egoísmo os estaba destruyendo. Yo tan solo os libero de vosotros mismos.»

Quise gritar y responder. Que no todos éramos así, que el mundo aún contenía bondad, que la humanidad podía salvarse a sí misma. Pero Shiva se desvaneció y con él se llevó el universo, dejándome sola, ciega y herida en mitad de la nada. Solo entonces pude marchar. Desde entonces me dedico a ayudar a los que huyen o a los que despiertan demasiado pronto, a intentar mantener con vida a los únicos que conseguimos escapar. Nadie espera reconstruir la humanidad, pero al menos seguimos luchando por sobrevivir.

De vez en cuando escucho su voz. Supongo que él me busca, o que simplemente me encuentra deambulando por la tierra y decide pararse a charlar. Distingo su presencia divina a mi lado, sus manos cálidas y polvorientas, y esa voz dulce y amable que tanta paz me trae, que tanto miedo me infunde. Me ruega que le relate mi historia, así que le cuento los misterios del universo y lo que recuerdo de aquel Quinto Veda. Shiva escucha, paciente y complacido, hasta que de pronto y en mitad del relato desaparece sin más. Entonces simplemente retomo mi camino, arrastrando mi débil cuerpo por las tierras que Él domina hasta el día en que, de forma inevitable, volvemos a encontrarnos.

Quizás, para la próxima, me atreveré a pedirle que me libere a mí también.



11-Escribe un relato distópico sobre un grupo de supervivientes a un apocalipsis causado por dioses hindúes.

Explicadme este tema, por favor. Cuando lo leí me quedé completamente pillada, ¿cómo iba a escribir un relato que contuviera un Apocalipsis, sus supervivientes, dioses hindúes y elementos distópicos? La verdad es que me pasé todo el fin de semana dándole vueltas, y al final decidí por empezar a escribir sin más y ver a dónde me llevaba esto. Y aquí está.

Las distopías son, probablemente, el tipo de historia que más disfruto. Hay algo hermoso en ver un mundo tan estructurado y todos los horrores que alberga, en cotillear la vida de una persona que acaba atrapada en ese mundo que mucho dista de lo ideal. Creo que es un género increíble y que puede contar muchas cosas, pero también que necesita textos mucho más largos o temas más concretos para mostrar de verdad su profundidad. Así que en ese sentido creo que me he quedado un poco corta, pues quería escribir sobre tantas cosas y al final me he quedado en el soma de Un Mundo Feliz (que, por cierto, también tiene relación con el hinduismo).

Por otra parte, siempre me pone nerviosa escribir sobre religiones, ¡y más si estamos hablando de la tercera religión mayoritaria! He tenido muy en cuenta que el panteón de dioses hindúes no es una mitología cualquiera, sino una religión que profesan mil millones de personas, así que he intentado mantener mucho la integridad de sus personajes y sus funciones. Me he pasado horas investigando sobre el hinduismo y la verdad, es muy interesante. Por ejemplo, ¿sabíais que, a pesar de que haya muchos dioses, el hinduismo es principalmente monoteísta? 

Bueno voy a callarme ya que creo que me estoy emocionando demasiado. ¿Qué os ha parecido esta locura de relato? A mi, a pesar de todo, creo que me gusta. Dejadme en los comentarios vuestra opinión, dudas o correcciones, ¡que yo siempre estoy dispuesta a mejorar!

Un saludo y hasta la próxima <3

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3/04/2020

Noche estrellada

El suave crepitar de las llamas se mezclaba con los sonidos típicos de la noche, con el susurro del viento entre las ramas y los graznidos de las aves nocturnas. El olor a humo se filtraba entre los árboles y una fina capa de ceniza se empezaba a acumular sobre las hojas. Carina caminaba por el bosque acariciando los troncos de los árboles con una mano mientras arrastraba a su hermano con la otra, así que cuando se miró las yemas de los dedos y vio estaban ligeramente enegrecidas chasqueó la lengua con disgusto. Detuvo de pronto a Heze y le cubrió la boca, provocando que se sobresaltara, y entonces ella inspiró hondo. El viento soplaba en su dirección y hacía que el humo fuera mucho más molesto y asfixiante, pero eso les beneficiaba. Así tardarían más en encontrarles.

- Carina, por favor - el pequeño tiró del brazo de su hermana para liberarse -. Que no me dejas respirar.
- Está bien, pero lleva esto sobre la nariz - respondió Carina mientras le ofrecía el pañuelo -. No inhales este humo, ¿de acuerdo?

Heze asintió y se sujetó el pañuelo contra el rostro. Carina le tomó del brazo y empezó a correr por el bosque ágilmente, como si no fuera la primera vez que lo hacía. Heze la seguía a duras penas intentando no trastabillar. Él no miraba al frente sino que miraba hacia atrás, hacia las llamas, viendo el fulgor rojizo danzar entre las copas de los árboles. Las sombras crecían y bailaban furiosas y los remolinos de humo se alzaban imponentes, de un negro aún más negro que el cielo y que cubría todas las estrellas.

- Carina - llamó, aunque ella no se giró para contestar -. No sé si puedo correr mucho más.
- Tienes que hacerlo, Heze -. Notó cómo ella le apretaba la mano con firmeza -. No nos queda otra.

Corrieron hasta que Heze no pudo más y cayó de bruces sobre la tierra. Intentó incorporarse pero sus piernas temblaban y se derrumbaban cada vez que quería apoyarse en ellas. Gritó y Carina se detuvo para tomar a su hermano en brazos. Pesaba muchísimo, pero se fijó en que le temblaban los labios y casi no podía respirar. No podrían avanzar así.

- Está bien, tranquilo - le acarició suavemente el cabello oscuro mientras buscaba con la mirada otra salida. Rápidamente detectó una pequeña abertura en la montaña -. Podemos descansar ahí. Venga, sujétate bien. Y no sueltes el pañuelo.

Heze tosió con violencia y se aferró con fuerza a los hombros de su hermana, mientras esta le sujetaba el peso de las piernas. Ahora caminaba despacio y con sigilo, muy atenta a todos los sonidos que los rodeaban. El viento entre los árboles, el canto de las aves, el crepitar de las llamas... y los gritos. Gritos de pánico y de auxilio, que se mezclaban con las voces graves de los comandantes. Ya habían empezado. Carina caminó en dirección contraria hasta que alcanzó la grieta en la piedra. Era mucho más profunda de lo que aparentaba y lo agradecía profundamente. Avanzó lo suficiente como para poder dejar el cuerpo de su hermano en el suelo, recostado contra la pared.

Respiraba con mucha dificultad. Carina también notaba el castigo de aspirar el humo, pero Heze parecía mucho más afectado que ella. Pequeñas perlas de sudor le brotaban de la piel y casi no era capaz de sostener el pañuelo que le había dado Carina. Ella lo tomó para secarle la frente. 

- No puedo respirar - Heze deslizó la mano por el cuello y empezó a hundir las uñas en la piel -. Hay algo...
- No - Carina le sujetó la muñeca con firmeza -. Tienes que aguantar, Heze. Solo un rato más.

Heze soltó un gemido y se sacudió intentando liberar su mano. A pesar de ser más pequeño tenía bastante fuerza, así que Carina tuvo que apoyar todo su peso contra él para mantener las manos de Heze presionadas contra sus piernas. Se retorció agónico hasta que no pudo más y se quedó casi inmóvil, gimiendo y arañando suavemente la tela del pantalón. Carina se separó de él un instante para recuperar el aliento y se asomó a la entrada de la cueva.

Los pasos estaban más cerca. Los perros, los malditos perros, ladraban y corrían ladera arriba. No tardarían mucho en encontrarles.

- Heze, por favor, tenemos que irnos ya - insistió Carina, dándole pequeños toques a la mejilla húmeda y fría de su hermano -. ¿Puedes correr? Tenemos que correr, Heze.

No respondía. Carina intentó tomarlo en brazos pero Heze soltó un grito de dolor, así que lo volvió a dejar en el suelo. Algo iba mal.

- Lo siento, Carina... - susurró Heze, deslizando sus manos por el rostro -. Pero no puedo más, de verdad, no puedo más...

Carina se dejó caer contra la pared, derrotada, mientras veía como su hermano se clavaba las uñas en los ojos. Metió los dedos bajo los párpados, siguiendo el contorno de los huesos, y de un fuerte tirón se deshizo de parte del rostro. Bajo la piel aparecieron escamas plateadas y brillantes, y una boca entreabierta con demasiados colmillos que tomó una violenta bocanada de aire. Heze tosió mientras se deshacía del resto del disfraz, tirando los retazos de piel por el suelo y dejando al descubierto un cuerpo cubierto de afiladas escamas, de ojos grandes y pupilas horizontales. Fuera de la cueva se escuchaban los ladridos de los perros, los gritos, los disparos de advertencia. 

- Perdóname, Carina - la criatura se lanzó a sus brazos y gimoteó -. No podía respirar, lo siento muchísimo.
- No pasa nada, Heze - respondió, dándole un beso en la parte superior de la cabeza, mientras ella misma empezaba a rasgarse la piel del cuello -. La próxima vez lo conseguiremos.



10-Esta semana los disfraces son los protagonistas. Tus personajes deben ir disfrazados durante todo el relato.

¿Me he tomado el tema de esta semana como me ha dado la gana? Es probable. ¿Técnicamente lo cumple? También. ¿Estoy contenta con el resultado? Pues bastante.

No sé por qué, pero me apetecía escribir algo scifi para este reto. Pensé en hacer un relato en un tono más humorístico, pero se me vino a la cabeza la imagen de un niño arrancándose un "disfraz" y dejando al descubierto un cuerpo alienígena... y tuve que hacerlo. Dato curioso, tanto Carina como Heze son nombres de estrellas. La verdad es que le he cogido cariño a estos dos.

Por cierto, y no tiene nada que ver con el relato, ¡me he apuntado a un curso de escritura fantástica! Me hace muchísima ilusión, así que próximamente veréis relatos nuevos fuera de los retos Literup.

¿Qué os ha parecido este relato? ¿Creéis que cumplo el tema? Dejádmelo en los comentarios. ¡Un saludo y hasta el próximo relato!

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