4/30/2020

Los amos del campo

Los días sin nubes son repugnantes, por mucho que los terratenientes se deleiten con ellos. Sus mujeres se pasean por las fincas con parasoles de encaje y caros zapatos, recogiéndose con remilgo el dobladillo del vestido; sus hijos se bañan en el río y juegan a la sombra que regalan los árboles. Y ellos, "los dueños", se sirven cerveza y fruta fresca, conversan y aguardan a la caída de la noche. Tienen el descaro de llamarlo buen tiempo mientras se ocultan bajo sombras privadas, mientras alivian el calor con bebidas y abanicos. Digan lo que digan, los días sin nubes son repugnantes.

Y hoy era un día de esos, de sol incansable y sudor pegajoso brotando desde cada poro de mi cuerpo. Sin viento, al menos, el polvo no se mete en los ojos, pero de poco sirve cuando cada jornada se te hace eterna y despiadada. En días como estos tierra es lo único que me consuela. Labrar el suelo seco, desmenuzar cada terrón y raíz muerta, las suaves espigas del trigo arañándome la piel. Ellas, las mujeres de los terratenientes, se cubren las manos con guantes de seda y se liman las uñas en delicados patrones, pero las mías están cubiertas de callos y heridas que nunca cicatrizan del todo. Y no negaré que sus manos son hermosas, tan sutiles y tan finas, pero las mías... Mis manos guardan una belleza distinta, como cruda e inherente. Mis manos demuestran vida.

Pero me avergüenza decir que siempre fui demasiado complaciente. Falso orgullo, honor corrupto o simplemente miedo, pero demasiadas son las veces en las que agaché la cabeza, azuzada por los gritos de los terratenientes. Me creía rebelde y victoriosa, criticando a baja voz y riendo las bromas de mis compañeros; me escudé en el amor al trabajo y en la honra del obrero. Me daba fuerzas sin saberlo, como quien se ahoga en el mar y recibe en cada sátira una bocanada de aire.

Es el amor a la tierra lo que hace que hierva por dentro. Poco a poco su desprecio calaba más hondo, se filtraba por las grietas de mi piel endurecida. Eran sus gestos, sus miradas, su innecesaria altanería. Se sacuden con indiferencia el barro que tanto se aferran por controlar, que aún reclaman como suyo. Nos despojan nuestro sudor y nuestro esfuerzo, le arrebatan a la huerta su fruto y lo acumulan con gula, dejando que se pudra en cajones de madera. Nos lo quitan de las manos y nos lo niegan, alegando pobreza. Alegando que no es nuestro.

Se equivocan, pues nosotros somos los amos del campo. Nosotros nutrimos la arena y la hacemos fértil, la amamantamos y cuidamos para que ella, benévola, nos devuelva la vida que nosotros le entregamos. Nos sustenta para seguir sirviéndola, como un señor a su vasallo; así es que yo no sigo más autoridad que la suya, más ley que la ley que impone su presencia. Ella me enseñó a ser paciente y fiel, a cuidar de los míos sin esperar nada a cambio, pero también a no doblegarme ante dueños falsos. Ella me habla y yo la escucho, con las manos hundidas en el suelo yermo.

Toda revolución comienza con un sacrificio. El mío es mi vida, pues dudo que me traten con clemencia cuando los guardias me encuentren. Sé que me están buscando. Escucho a los perros aullando a lo lejos, y todos conocen el castigo por deslealtad al terrateniente. Mi vida será un ejemplo, un mártir, la chispa que prende la mecha de las revueltas; y aunque la historia borre mi nombre sé que mi pueblo no olvida los actos.

Su sacrificio es la muerte. Ella se deja morir, se entrega sumisa y silenciosa, la tragedia que levanta el corazón de la guerra. Se ofrece valerosa a perder su entereza, agoniza bajo los pies de aquellos que la amaron, se hunde en las cenizas que conllevan su olvido. Yo soy quien le inflige ese dolor, pero la tierra es justa y compasiva. Lo hago por el bien de nuestra unión, y ella lo entiende. Ella misma lo ha pedido.

A lo lejos, en el horizonte, veo el fulgor rojizo del incendio. Las llamas se extienden, bailan alrededor de la casa del terrateniente, consumen el campo que siempre fue nuestro. Duele, pero no le importa. La tierra me perdona. La tierra no puede morir.




18-Escribe un relato en el que la tierra sea un elemento muy relevante de la historia.

¡Tachán tachán, el reto número dieciocho! ¿Qué os ha parecido? En comparación al de la semana pasada creo que es algo más interesante, pero quiero saber vuestra opinión. ¿Os parece demasiado recargado? Ya sabéis que le tengo gusto a estos relatos dramáticos.

Sabéis, para este reto tenía pensado un relato completamente distinto, pero cuando lo estaba empezando iba ya por las mil palabras y pensé "vaya, creo que esta historia da para más", ¡así que voy a hacer un relato largo! Le he cogido cariño y creo que puede quedar algo muy chulo, con que permaneced atentos al blog que a lo mejor prontito os aparece un relato algo más largo.

En fin, hasta aquí por hoy, que tengo que empezar una partida de rol.

¡Cuidaos mucho y hasta la próxima!

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4/23/2020

Condicional

Tengo dos hijas: Zuria y Amaia. La menor tiene tan solo diez años, y la mayor, Amaia, casi quince. Y está mal que yo lo diga, pero es que son las niñas perfectas. Zuri es mi pequeña artista, mi ojito derecho; yo diría que ha salido a su padre. Tiene los ojos verdes y el pelo castaño, muy rizado, pero nunca llora cuando se lo intento desenredar. Le gusta dibujar, jugar al fútbol, los delfines y el color azul, pero no el azul marino ni el añil. Tiene una curiosidad insaciable y una energía infinita, como un remolino que solo se calma a la hora de la siesta... o cuando echan Pokémon por la tele.

Y Amaia es la persona más lista que conozco. Al principio cuesta un poco verlo, porque es muy callada y algo tímida. Siempre parece que anda distraída, con la mirada perdida entre las baldosas de la calle, como si su cabeza estuviera llena de pájaros que nunca dejan de mover las alas. Pero siempre lo observa todo, escucha atentamente, y cuando le prestas atención te habla con un entusiasmo desmedido y contagioso. Me narra las historias que ha leído o las que ella misma se inventa, me explica la letra de sus canciones favoritas, comenta las noticias del día y los eventos recientes con una perspicacia abrumadora. Y es tan buena. Una pequeña justiciera, siempre protegiendo a su hermana o a cualquiera que vea en problemas. Se lo merece todo. Se lo perdono todo. 

Por eso, cuando llegó aquella noche con las manos ensangrentadas y la mirada vacía no fui capaz de enfadarme. Me preocupé por ella, por supuesto. ¿Qué pasaría si la pillaban? ¿Me la arrebatarían? ¿Se llevarían a mi niña? No podía permitirlo. Además, ella estaba ilesa. Decía una y otra vez que no le habían hecho daño, que todo había terminado bien. Fue directa a lavarse, dejó su ropa sucia en el suelo del baño y se fue a dormir; no sin antes darnos un beso a mí y a su hermana, que ya llevaba varias horas acostada. Y se quedó dormida, así sin más. Como un pequeño angelito con la cabeza hundida en la almohada, la luz de la luna brillando en su pelo.

Por supuesto que la encubrí. Le lavé la ropa esa misma noche, me deshice de todo lo que llevaba en su mochila -solo sé que pesaba, que sangraba, y no quise saber nada más-, y cuando la policía vino a interrogarnos yo dije que Amaia no había salido de casa. Ella lo corroboraba con una frialdad y precisión aterradoras. Siempre se le había dado bien inventar historias, pero esto... Amaia estaba jugando con fuego, pero como si ella misma hubiera prendido la mecha. Tenía tanto control, tanta fuerza, que pensé que lo mejor era no involucrarme. Ella misma lo dijo: "Cuanto menos sepas, mejor". Mi niña. Siempre intentando protegerme.

Ocurrió unas cuantas veces más, pero la policía no volvió a aparecer por casa. Solo me enteraba de las muertes por los telediarios, por el tintineo que hacían las llaves de Amaia cuando llegaba de madrugada. Jamás le pregunté, jamás se lo contó a su padre, y jamás pensé que llegaría a más. Rezaba cada noche para que fuera la última y durante unos meses llegué a pensar que así sería. Amaia sonreía de nuevo, pasaba las noches leyendo en casa y jugando con su hermana, y yo empecé a creer que todo había acabado. 

Pero una noche Amaia llamó a mi cuarto. Su padre trabajaba hasta la mañana, así que estábamos las tres solas y yo aún permanecía despierta. Pensé que venía porque no podía dormir, o porque se había quedado con hambre, o porque necesitaba cartulinas para el colegio... pero no fue así. Amaia entró con gesto solemne y, sin mediar palabra, arrojó un cuchillo a los pies de la cama.

Me dijo que vendrían a por Zuria. Que ella podría cuidarse sola, pero que Zuri no. Que no teníamos mucho tiempo, y que esta era la única oportunidad que teníamos para ser felices. Repitió eso muchas veces, arrodillada a mi lado mientras yo intentaba contener las lágrimas: que después de esto ya podríamos estar juntas, que nadie nunca nos haría daño, que podríamos ser felices de verdad. Yo la creí, por supuesto, ¿cómo no iba a creerla? Sus ojos estaban llenos de compasión y ternura, pero sin una pizca de pánico. Me explicó a dónde tenía que ir, qué tenía que hacer, y me guió paso a paso por el proceso. Es tan inteligente, tan metódica. Casi diría que ha salido a mí. 

El amor de una madre es un amor violento, incansable; incondicional. Un amor que lo puede todo, que lo logra todo, y que saca lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Que te otorga fuerzas cuando todo te falta, frialdad cuando el mundo entero se desvanece entre las llamas. Así que sí, lo hice. Yo lo asesiné. Y lo siento mucho, de verdad. No me puedo imaginar el dolor de perder a tu hijo, pero tú seguro que puedes entender mis motivos. Y es que ya sabes lo que dicen, ¿verdad? Toda madre mataría por sus hijas.



17-Esta semana es el Día de la Madre. Haz una historia que hable sobre el amor maternal llevado al extremo. ¿Hasta dónde es capaz de llegar una madre por salvar a sus hijos?

A ver, sí, este relato pretendía ir por lo bonito que es el amor de madre... ¿pero a vosotros no os da mal rollo cómo lo propone el reto? "Amor maternal llevado al extremo" a mí me sugiere cosas perturbadoras.

La verdad es que no sabía muy bien sobre qué escribir, así que este relato lo he empezado completamente a ciegas. Es decir, la idea era crear los personajes y ver poco a poco a ver hacia donde iba la historia. Es un método un poco vago para escribir, pero creo que no ha quedado mal del todo. ¿A vosotros qué os parece? A mi me da la impresión de que le falta chicha (sobre todo me he quedado con ganas de describir los asesinatos...), pero estoy conforme con él.

En fin, ¿cómo llevais la cuarentena? Hoy es el día del libro, ¿vais a hacer algo especial? Yo echo de menos las ferias del libro... pero menos mal que estoy acostumbrada a leer en ebook. Así nunca me quedo sin lectura.

¡Un saludo y hasta el próximo reto!

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4/15/2020

"...even death may die."

La primera ventisca del año había llegado fuerte y sin avisar, cubriendo la ciudad con un manto blanco y brillante que poco a poco se enturbiaba bajo el tránsito de los coches. Era como si un viejo conocido de pronto se presentara en la ciudad, alguien a quien nadie desea recibir pero al que debes invitar a un café de todas formas. Cerrar los ojos, pasar la tarde, perder el tiempo y despedirlo antes de que ponga el sol. Matthew se sentía así con las tormentas de nieve, como un anfitrión forzado a soportar su visita y a conformarse con sus besos fríos azotándole las mejillas. Caminaba por la ciudad hundiendo sus botas en la nieve, con el dobladillo de la gabardina empapándose lentamente. Inconveniente. Esa era la palabra que estaba buscando.

Llegó a la estación veinte minutos antes de la hora de salida, pero casi tres horas antes de que su tren fuera a salir en realidad. Retrasos por la nieve, cómo no. Un empleado le explicó que se había formado hielo en las vías y que tardarían un tiempo en retirarlo. Era mejor esperar a que escampara. Al menos, pensó Matthew, podría esperar dentro de la terminal. Dar una vuelta, comprar algún detalle... e incluso picar algo. Le habían hablado bien de un restaurante de marisco de la estación, pero acabó conformándose con unos dulces de la pastelería de la esquina. Buscó un sitio donde sentarse mientras le arrancaba pequeños pedazos a un bizcocho de limón.

Al final decidió esperar en el vestíbulo principal, escogiendo un asiento orientado hacia el enorme reloj central. Observó durante unos minutos el ir y venir de la gente, el ajetreo, la extrañeza del momento. Un lugar como aquel estaba diseñado para el tránsito, para que nadie pasara más de media hora vagando por la estación, pero la nieve había perturbado el orden natural de las cosas. Así, mientras que lo habitual era ver rostros apresurados y abrigos que se olvidan, el vestíbulo empezaba a llenarse poco a poco con gente aletargada y semblantes hastiados. Todos reunidos bajo el mismo techo azul turquesa, todos con la mirada fija en el reloj. Aún quedaban horas.

- ¿Drácula? ¿Es que no tenías dinero para comprarte algo mejor?

Matthew se sobresaltó cuando una voz cascada apareció de pronto frente a él. Pertenecía a un hombre de tez oscura y pelo canoso que vestía un traje de tweed gastado y una bufanda verde descolorida.

- ¿Qué? Ah, esto - Matthew estiró el brazo para alcanzar el libro que sobresalía de su maletín -. Es mi favorito. Me gusta llevarlo conmigo para releerlo, por si me aburro en el tren.
- Bah, yo nunca lo he leído. No me interesan las novelas sensacionalistas.

El hombre tomó asiento a su lado y sacó una caja de papel de fumar y una lata de tabaco. Empezó a liar el cigarro casi sin mirar, mientras observaba distraído el reloj y los detalles del techo. Cuando lo terminó se lo tendió a Matthew.

- Gracias, pero no fumo.
- Bien hecho, chaval - asintió satisfecho mientras se llevaba el cigarro a los labios -. Esto te deja los pulmones hechos una porquería, pero lo peor es que luego ni siquiera puedes cumplir con la señora. Ya me entiendes. ¿Te molesta que fume a tu lado?
- Uh, no, para nada. Puede estar tranquilo.

El hombre prendió el cigarrillo y exhaló el humo, viendo cómo las volutas ascendían y se dispersaban en el aire.

- Pues lo que te decía, ¿Drácula no es una novela de fantasía? Esas cosas son para mujeres. 
- En absoluto - Matthew titubeó, pero finalmente se atrevió a mirar a la cara a aquel hombre -. Es cierto que incluye vampiros, pero la novela tiene muchísima profundidad filosófica. Presenta nuevas perspectivas sobre la condición humana, sobre la muerte y sobre las tentaciones de la carne. Es un placer releerlo y reflexionar sobre pasajes que pasaron desapercibidos la primera vez.

Se detuvo cuando se dio cuenta de que el hombre lo miraba con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. 

- Disculpe, creo que me he emocionado...
- Bah, no te preocupes. Es un placer escuchar a un joven hablar de algo que no sea deporte. Empezaba a pensar que ya no quedaba esperanza para la nueva generación.

El hombre continuó fumando en silencio mientras Matthew intentaba ahogar el tiempo. Miraba a todas partes para ignorar al anciano: las constelaciones dibujadas en el techo, los altos ventanales, la gente que paseaba por los balcones... Pero la presencia de ese hombre no se podía obviar. Intimidante y pesada, una mezcla entre abuelo entrañable y mendigo demente. Era como si absorbiera toda el alma de la estación.

- Entonces, chico... - habló de pronto, con una voz grave y profunda que ensombrecía el ruido a su alrededor -. ¿Te interesa la condición humana? ¿Los horrores que oculta su naturaleza? 

Matthew tensó las manos para desatar el nudo que le atenazaba la garganta. Notaba su corazón latir con fuerza, desbocado sin motivo. Aquel hombre le infundía algo que desconocía, una intimidad que solo se hallaba en las partidas de ajedrez y en debates a la luz de las velas. Quería hablar, pero simplemente asintió con los labios entreabiertos.

- Te propongo un intercambio. Tú me das tu libro de vampiros y yo te entrego otro a cambio - dijo, mientras le daba un toque a su maletín -. Creo que te gustará, y a mí me han dado ganas de comprobar si Drácula es tan interesante como cuentas.
- Yo... - Matthew tartamudeó mientras miraba la portada de su libro, acariciando suavemente el borde de las páginas. La curiosidad le carcomía, le hacía arder el pecho -. Trato hecho. Espero que le guste.

Entregó el libro, depositándolo con suavidad en el espacio entre asientos que quedaba entre ambos. El hombre sonrió satisfecho, tomó el libro y se incorporó mientras rebuscaba en su maletín.

- Chaval, mi viaje no puede esperar más, pero ha sido un placer conversar contigo - sacó del maletín un libro de aspecto antiguo, envuelto parcialmente en un paño de seda verde y brillante, y se lo entregó -. Que lo disfrutes.

El hombre desapareció entonces entre la multitud sin que Matthew llegara nunca a poder preguntarle su nombre. Se quedó solo de nuevo, rodeado de desconocidos y con la vista fija en el reloj. Quedaba casi una hora para la salida de su tren, pero decidió que era momento de estirar las piernas. Terminó el bizcocho de limón, se sacudió las migas y entonces tomó el libro de su regazo. Quería haber esperado a acomodarse en el vagón, pero la curiosidad le azuzaba, impaciente. Antes de guardar el libro deslizó el paño de seda verde, dejando al descubierto una cubierta de piel vieja y unas letras talladas en oro que revelaban el título. No lo había escuchado nunca. Necronomicón.



16-Escribe un relato en el que haya un intercambio de libros.

¡Relato número 16 de los retos! Nos estamos acercando ya a completar un tercio del reto, ¿cómo lo llevais vosotros? Yo estoy convencida de que voy una semana por delante, porque es obvio que este tema está pensado para el día del libro...

Igualmente, no sabía muy bien qué hacer con este tema. Tenía una idea con una bruja y un libro de hechizos, pero se me olvidó. Gente, ¡apuntad siempre vuestras ideas, que no os pase como a mí! Al final decidí seguir un poco con la línea del ocultismo y hacer que uno de los libros del intercambio fuera el Necronomicón. Si no sabéis lo que es, es un grimorio de magia ficticio que creó Lovecraft, y se dice que todos los que lo leen acaban perdiendo el juicio... Pobre Matthew. La otra parte del intercambio es Drácula de Bram Stoker, que uno de mis libros favoritos.

En fin, ¿tenéis una lectura lista para el próximo 23 de Abril? Si no la tenéis os recomiendo Drácula (de verdad, es todo un clásico del terror) y, si os gusta la fantasía, un vistacillo al increíble trabajo de Brandon Sanderson, como El Archivo de las Tormentas. Ay, yo tengo tantas cosas que leer...

¡Un saludo y hasta la semana que viene!

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4/10/2020

Treinta y dos

Plié, relevé. Plié, sauté. Pasos sencillos que ejecuta antes de que la música empiece a sonar. Está calentando. Durante unos instantes mantiene la mano izquierda apoyada en la barra, pero rápidamente alza los brazos. Primera posición, segunda, cuarta. Inspira hondo y su torso se eleva suavemente. Inmóvil. Expectante.

La música comienza y empieza a moverse como una estatua que de pronto hubiera cobrado vida. Adagio, principio, pasos lentos y posiciones sostenidas. Se está luciendo, exhibe el control que tiene sobre cada músculo de su cuerpo. El pelo recogido y la ropa ajustada, maquillaje austero y rostro hierático: nada importa más que su danza. Por eso es así. Por eso baila tan despacio.

Las notas de piano aceleran y el grand allegro comienza. Sissone, glissade, entrelacé. Salta y se adueña de toda la habitación, de cada reflejo que retratan los espejos, de cada golpe sordo sobre el parqué. La emoción le inunda y alimenta sus pasos, le arranca una sonrisa de los finos labios. A su alrededor se descubren ojos de asombro y susurros de envidia, pero solo le importa una mirada: la que observa en silencio y alza las cejas, la que desliza el lápiz sobre el papel. ¿Qué ve en esa mirada? Parece inquieta y vibrante, como si esperara algo. Como si fuera insaciable.

Se detiene. Un instante que parece eterno, la anticipación que despiertan sus gestos, y aunque parece haber terminado la música se enfurece. Los pies planos contra el suelo, los brazos extendidos. Exhala, y entonces gira.

Fouetté en tournant. Como si el viento meciera sus pasos, como si un lazo enroscado le hiciera virar, como si la inercia no dependiera de su propio cuerpo. Todo el salón contiene el aliento. Uno, dos, tres. Cinco, siete, diez. Contiene el orgullo y se deja llevar, ignorando el control que le impone la música, dejando que esta muera mientras aún baila. Sabe cual es el número que busca. Doce, quince, diecisiete, veintitrés. No es suficiente, aún no. Solo cuando alcanza los treinta y dos fouettés clava las puntas de nuevo en el suelo, los brazos alzados, la sala en silencio. El corazón acelerado. 

El mundo a su alrededor se detiene y entonces sonríe con antelación, pero no escucha los aplausos. El silencio se mantiene y las miradas se congelan, algunas con horror y otras con pena, pero ninguna compasiva. Un aire helado le paraliza los músculos mientras baja la cabeza, y entonces lo entiende.

Se ha desplazado. Sus pies, que al principio estaban en el mismo centro de la sala, ahora se encontraban un palmo más a la izquierda. Ha perdido el control. Otra vez.

Corre a la puerta y suplica, reinicia la música, grita para rogar atención mientras se sacude las lágrimas del rostro. Pero el director ya se había marchado. No había nada más que pudiéramos hacer.



15-Haz que tu relato termine con “No había nada más que pudiéramos hacer”.

A ver, lo admito, he escrito un relato bastante rarito para este reto. Y con este tema se me ocurrían un montón de ideas, la mayoría de terror o policiacas, pero... no sé por qué, he querido hacer esto. Ni siquiera sé nada sobre el ballet. Pero al leer la última frase se me venía un sentimiento amargo y frío de desesperación, y creo que quería centrarme en esa sensación en vez de crear una historia.

También creo que es la primera vez que subo aquí un relato más experimental y menos narrativo. Disfruto mucho escribiendo de esta forma tan dramática, pero creo que no es para todos los gustos. ¿Preferís mi forma habitual de contar historias? Normalmente reservo este estilo para momentos emotivos o escenas muy concretas porque creo que es demasiado empalagoso, pero a lo mejor estoy siendo demasiado crítica conmigo misma.

En fin, ¿habéis notado que lo he escrito en género neutro? Hacia mitad del relato me di cuenta de que,  de forma insconciente, no le había dado género a nuestro protagonista, así que decidí seguir con ello. Ha sido interesante, ya que al estar en tercera persona he tenido que evitar todos los pronombres.

Bueno, es tarde y estoy algo cansada, así que me despido aquí. Hasta la próxima.

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4/03/2020

Por los débiles

Metal. En ese instante lo único que era capaz de ver, oler y sentir era metal. Un sabor intenso deslizándose por la comisura de los labios, el nauseabundo olor a sangre seca, un chirrido infernal que le zumbaba en los oídos. Tensó la mano -a pesar del dolor, a pesar del instinto- y se aferró al arma con todas sus fuerzas. Eso no. Eso era lo único que no podía perder. 

Talissa se arrastró por la ciudad como una rata herida buscando un escondite, ocultándose entre las sombras y esquivando a los pocos transeúntes que aún vagaban por los callejones. Era noche cerrada y los faroles ya llevaban tiempo apagados, pero aún así todo el mundo había salido a la calle. Se apelotonaban en balcones y ventanas, compartiendo susurros con los vecinos, e incluso algunos valientes se atrevieron a reunirse en la plaza del mercado. Todos miraban hacia el castillo, o al menos hacia lo que aún quedaba en pie. Una gran explosión había destruido una de las torres y parte del edificio principal, y los jardines reales estaban ardiendo. Toda la ciudad se preguntaba si aquello era el inicio de una nueva guerra, así que aquella noche miles de ojos miraron al castillo expectantes, curiosos, atemorizados. Los de Talissa eran los únicos que iban en dirección contraria. 

Deambuló por los callejones hasta llegar a la entrada trasera de una taberna que parecía haber sido abandonada hace años. Se dejó caer contra la puerta de madera, usando el peso de su cuerpo para empujarla mientras giraba cuidadosamente el pomo, y la abrió muy despacio. Una serie de escalones poco iluminados descendían hasta el sótano. Empezó a bajar con cuidado, pero cuando quiso apoyarse en el primer escalón su rodilla falló y sus piernas se derrumbaron. Talissa cayó rodando hasta el suelo, provocando un golpe seco seguido de un gemido de dolor. 

En la habitación subterránea solo había un hombre alto y de ojos rasgados, con pequeñas gafas redondas y pelo oscuro, que dio un brinco de susto al verla.

- ¿Te están siguiendo? - Ignac corrió escaleras arriba pasando por encima de Talissa. Cuando estuvo en la puerta, miró a su alrededor y chasqueó la lengua - Tienes que ir con más cuidado. Me podrías haber puesto en peligro.

Talissa no se movió, tan solo alzó la cabeza. Ignac observaba el callejón mientras se mordía el labio inferior, arropándose con un chal fino que llevaba cosidos delicados bordados. Por debajo solo llevaba una túnica azul oscura con los bordes rojos y dorados, que casi llegaban a ocultar sus toscos zapatos de cuero viejo. 

- ¿Qué haces ahí tirada todavía? - dijo mientras volvía a echar el pestillo.
- Estoy herida - Talissa habló con voz ronca, intentando que el hombre no viera sus ojos iracundos -. Necesito que me ayudes.

Ignac alzó las cejas con una expresión extraña que danzaba entre la diversión y la pena.

- Aquí no tengo nada para curarte, pero supongo que te puedo dar algo de alcohol. 

Bajó las escaleras, recogiéndose la túnica con remilgo para evitar que esta tocara a Talissa, y se dirigió a la mesa. Estaba decorada con un mantel rojo y un jarrón con flores cortadas que estaban casi marchitas. Tomó la botella, sirvió un poco de licor en un vaso que ya tenía los bordes manchados y después se sentó, dejando la botella de nuevo en la mesa.

Talissa masculló algo entre dientes y se arrastró hasta la silla. Cuando extendió la mano para alcanzar la botella pudo ver que tenía la muñeca torcida e hinchada, y casi no fue capaz de separar los dedos para dejar el arma sobre la mesa. Se dejó caer en su asiento y derramó licor sobre la profunda herida que tenía en la pierna, aspirando el aire entre los dientes. Luego le arrebató uno de los pañuelos bordados a Ignac para impregnarlo en alcohol y lo usó para limpiarse el resto de heridas. Un corte en la mejilla, algunos arañazos en la espalda y en las manos, pero la mayoría de lesiones eran debido a la caída. El tobillo estaba torcido al igual que su muñeca izquierda, y las dos rodillas le temblaban al caminar.

Ignac observó el proceso, aburrido, hasta que al fin se le agotó la paciencia.

- ¿Dónde está el tridente?
- ¿Ves que lo lleve encima? - Talissa arrastró las palabras, lanzándole una mirada severa antes de volver a centrarse en sus heridas -. No lo tengo. 
- ¿No lo tienes? Tu única misión era conseguir el dichoso tridente, ¿y no lo tienes? ¿Para qué hemos venido entonces?

Talissa hubiera dado un puñetazo sobre la mesa si no fuera consciente del intenso dolor que eso conllevaría, así que se limitó a presionar con fuerza el pañuelo sobre su pierna. Ardía con tanta fuerza que los ojos se le llenaron de lágrimas.

- No he podido cogerlo.
- ¿Y para qué llevas ese cacharro entonces? - Ignac señaló el arma con desprecio, manteniendo su mano a cierta distancia. Sabía que tenía prohibido tocarla pero no le mostraba veneración ninguna -. No entiendo como has podido acabar así.
- Ha sido El Héroe. Ha usado el tridente contra mí.

Talissa no sabía qué reacción esperar o cual hubiera sido adecuada en ese contexto, pero sin duda no era que Ignac frunciera los labios y soltara el aire por la nariz, exasperado.

- Ya. ¿Y por qué no lo has matado?
- ¡¿No me escuchas o qué?! - se levantó bruscamente, apoyándose en su muñeca herida - El héroe, Ignac, El Héroe en persona me quitó el tridente de las manos y luego provocó una explosión que me mandó volando por la ventana. ¿Qué querías que hiciera? 
- Luchar - respondió él. Por primera vez se le veía despojado de toda serenidad -. Para eso te han criado. Ese es tu único deber y no has podido hacerlo.
- ¡Casi muero ahí fuera! - Talissa replicó con los ojos llenos de lágrimas -. Casi me matan y no parece que os importe, ni a ti ni al imbécil de mi padre. Estoy harta, Ignac. Estoy harta de que nadie se preocupe por mí. Lo dejo.

Talissa se incorporó del todo, le dio un trago a la botella y recuperó su arma. Empezó a avanzar hacia la puerta, temblorosa y cojeando, pero aún intentaba mantener la compostura.

- ¿Así sin más? ¿Te crees que puedes abandonar porque ya no te apetezca hacer esto?
- Quizá así mi padre aprenda a valorarme.

Ignac se levantó corriendo y la alcanzó, tirando de ella por la muñeca y haciendo que girara bruscamente. La chica tenía los ojos llenos de lágrimas. 

- A tu padre no le importa nadie, Talissa - Ignac habló con gravedad, presionando su muñeca con tanta fuerza que parecía que se la iba a romper -. Al rey nunca le ha importado nada más que su fortuna y su poder. ¿Y te crees que eres la única a la que trata así?

Talissa no respondió, tan solo le miró a los ojos. Los suyos estaban llenos de dolor, de rabia, de vergüenza... pero los de Ignac estaban vacíos. 

- Se lo hace a todos, princesa. Es el precio a pagar por la gloria. Y todos, absolutamente todos, aguantamos por el bien de nuestro reino - susurró, sin expresión alguna en el rostro. Entonces inspiró hondo y esbozó una sonrisa condescendiente, llena de ira y de pena -. No es mi culpa que tú seas demasiado débil.

Talissa levantó el arma y disparó. La bala dio en el abdomen de Ignac y el impacto hizo que él trastabillara y cayera de espaldas. Luego dio un paso atrás, con el cañón aún apuntando en su dirección. Su rostro seguía contorsionado por el llanto, pero aún así se forzó a sonreír. No era esa la imagen con la que quería dejar a Ignac. 

- Tú y yo sabemos la verdad, ¿a que sí, princesa? - Ignac rió nervioso, palpándose la sangre que le brotaba del estómago -. Que esta pataleta no es porque tu papá no te quiera. Nunca has sido de esas, ¿verdad que no?

Talissa no habló. Dio otro paso atrás, apoyándose en la barandilla sin llegar a quitarle la vista de encima. Podría huir sin más, pero...

- Quieres dejarlo porque odias perder. 

Otro disparo. Ni siquiera tuvo que comprobar que estuviera muerto, ya que esta vez la bala impactó en mitad de su frente e Ignac por fin quedó en silencio. Talissa subió las escaleras poco a poco y finalmente se dejó caer en la calle. La noche seguía oscura y despejada, tan solo envuelta por la fina nube de ceniza que arrastraban los vientos. Ahora era libre. Ahora por fin podría vivir la vida que ella siempre había deseado. 

Por desgracia, Ignac tenía razón. Lo único que sentía era rabia.



14-Tu protagonista es una guerrera entrenada desde pequeña, pero ha descubierto que quiere cambiar de vida.

Buenos días a todos, ¿cómo lo lleváis? A mi las semanas cada vez se me están haciendo más largas, pero ya nos queda menos... En fin, yo sigo escribiendo y estudiando con normalidad. Espero que todos estéis bien.

Este relato es sobre otro de los personajes de la novela que estoy planeando, ¡y esta vez le ha tocado el turno a Talissa! Este reto me ha venido genial para definir la personalidad y motivaciones de un personaje que, hasta ahora, solo había sido una excusa para avanzar la trama. Le he cogido mucho cariño y también me gusta mucho cómo he creado a Ignac. Una pena que haya acabado así, ¿verdad? 

En fin, el relato de la semana que viene va a ser un poquito más corto (que creo que os estáis hartando ya de los relatos largos) y un poco más experimental, que tengo ganas de trastear con algo menos narrativo y más expresivo.

¡Un saludo y mucha fuerza! Nos vemos en el siguiente reto <3

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