12/31/2020

El fin

Éramos una decena al llegar a Finne, pero solo regresamos nueve. Y ninguno queríamos abrir el pico. Nos interrogaron a todos y todos dijimos lo mismo: que no sabemos qué ocurrió, que de repente Niko ya no estaba y que nos dimos la vuelta sin más. Y siempre hacen las mismas preguntas. ¿Por qué no le buscamos? ¿Qué vimos allí? ¿Por qué guardamos silencio? Pero la respuesta nunca cambia.

Vosotros haríais lo mismo.

Las teorías sobre aquel viaje a Finne se esparcieron igual que la luz se dispersa sobre una habitación oscura: de forma caótica, veloz y sujeta a libre interpretación. Algunos decían que se trataba de un accidente vergonzoso, otros que le asesinamos entre todos, y una vez llegué a escuchar que en realidad todo era una conspiración más del gobierno. Pero todos tenían clara una cosa, y es que la única manera de hallar respuestas era regresar a Finne.

Aquella vez mandaron ocho, pero solo volvieron siete. Y su silencio era aún mayor, pues ninguno de los integrantes fue capaz de pronunciar ni una sola palabra. Era como si aquel viaje les hubiera robado la voz, la conciencia y el leve brillo en los ojos que demuestra que aún sigues con vida. La situación empeoró, las revueltas brotaron y al final decidieron probar algo nuevo. 

Mandaron a seis personas. Cinco de ellos eran altos cargos del gobierno, gente de bien, y un periodista afortunado al que permitieron documentar la expedición. El otro era yo. Supongo que creyeron que una vez allí les contaría la verdad. Así que accedí a guiarles y me volví a encaminar a Finne.

Y en cuanto llegamos al planeta arenoso y rojizo ocurrió otra vez, aterrizamos la nave y la gobernadora ya no estaba. Y aunque la buscaran por todas partes y me amenazaran con partirme las piernas todos sabían que no iba a aparecer. Tras deliberarlo decidieron salir de la nave y buscar por los alrededores, por si la mujer se encontraba fuera, pero yo me negué.

Salid si queréis respuestas. Pero yo no puedo ayudaros.

Los cuatro salieron con toda la determinación que pudieron reunir, y al cabo de un rato solo regresaron... tres. Y los tres volvieron con el mismo rastro de horror en sus ojos, el rostro contorsionado en una extraña expresión inerte. Nos miramos en silencio, entendiendo en la ausencia más de lo que podríamos entender con palabras, y se dirigieron al interior de la nave. 

Pero yo me quedé atrás. No se puede pisar Finne dos veces; o sales vivo y no regresas jamás, o sucumbes al misterio que guarda su nombre. Así que salí de la nave y hundí mi cuerpo en la arena, solemne, dejando que el cálido abrazo de la tierra me envolviera suavemente. La nave despegó y durante unos instantes yo fui el único habitante de Finne, hasta que un tentáculo monstruoso surgió de las profundidades del desierto y me ahogó en la arena. Igual que había visto morir a Niko. 

Y no quedó nadie en Finne.



52-Última semana del año. Haz un relato en el que se intercale una cuenta atrás desde diez.

Entre gambas y uvas, apurando el último día del año y preparándome para despedirlo, os dejo, por fin, el reto 52. Y hoy más que hablar del relato quiero ponerme ñoña un momento.

Este año ha sido terrible en muchos aspectos, pero a nivel literario es como si hubiera vuelto a nacer. Me abrí el blog a finales de 2019 sin saber muy bien por qué, con la única intención de intentar que la gente leyera mis cosas y de motivarme a escribir un poco más. Poco después encontré los retos Literup, y a partir de ahí he comenzado un viaje en el que he descubierto que puedo escribir con constancia (casi todas las semanas del año, al menos), que alguna idea buena me queda, y que a la gente le gusta lo que escribo.

He encontrado una comunidad de lectores y escritores que, de verdad, me ha cambiado la vida. He vuelto, después de tantos años de miedo y vergüenza y de esconder mi escritura bajo la almohada, pensando que no merecía la pena. Muchísimas gracias por todo.

Que el nuevo año os traiga todo aquello que pedimos al 2020 y que se nos fue arrebatado. Felices fiestas, y no dejéis que os devore un monstruo de la arena. Porque esto no es el final.

Y por última vez, si quieres saber qué es el Reto Literup, haz click en este enlace.

12/28/2020

Veinte metros nada más

Trigger Warning: Descripciones desagradables, vómito, sangre.

La hora se acerca, y con ella el ambiente se enrarece y el escándalo comienza. Escucho gritos a través de las paredes, explosiones a lo lejos y un retumbar extraño que se repite una y otra y otra vez. Lo acompañan cánticos, fuegos dorados y tintineos fugaces. La sensación de horror se incrementa a cada instante, pero sé que no puedo escapar. Hoy no.

Alguien pronuncia mi nombre. Es hora de marchar. Me arrastro por el pasillo y me inunda un olor nauseabundo y grasiento que se impregna en el pelo y la piel. Los ropajes que me han proporcionado son incómodos y antinaturales, tela áspera y fina que se me pega al cuerpo y revela formas que nadie más debería ver. Noto que sus ojos me desnudan, me juzgan, se burlan y se ríen con descaro. Hablan de mí. De sus lenguas viperinas solo surge veneno.

Me sientan en la mesa y un aberrante banquete se despliega ante nosotros. Empiezo a comer con las manos temblorosas —no pararán de molestarme hasta que me llene, hasta que el vómito me llegue a la boca y el estómago se desgarre por dentro—, y mientras tanto sus voces me taladran las sienes. Sonrío, mostrando mis colmillos y contorsionando el rostro en expresiones exageradas para intentar satisfacerles. Me muerdo la lengua con tanta fuerza que el sabor de la sangre se mezcla con el de la carne putrefacta y la grasa que me recorre la garganta. 

Pero poco a poco el disfraz se desvanece y comienzan los gritos. Un aroma amargo y dulzón embriaga el ambiente, nublando la poca bondad de queda en sus corazones; me rasgan la piel y los brazos y sus risas mezquinas me cortan el aire, azúcar y miel pintando sus labios, incendios en el cielo y comida que se pudre entre nuestros dedos. En un despiste consigo escapar todo lo lejos que permiten mi alas aún tiernas, veinte metros nada más, pero la puerta cerrada y la soledad aparente son capaces de estabilizar mi respiración.

No hay silencio ni oscuridad absoluta, pero el horror es más tenue entre sábanas y almohadones. Cierro los ojos y hundo mi rostro en el colchón, procurando no hacer ruido, y sujeto a escasos centímetros de mi rostro la pequeña pantalla del móvil. Me quema la vista, me brotan las lágrimas, pero su fuego es lo único que me reconforta y alienta cada día que paso en este gélido infierno.

"Feliz Navidad", dice la voz de la única persona que me importa en el mundo.

Feliz Navidad, le contesto.



51-Las cenas de Nochebuena pueden ser un horror. Escribe sobre la tortura que padece ese día tu protagonista.

El último relato que hice era más realista y tierno, así que ahora he querido hacer uno con un toque más tétrico y sobrenatural. Me disculpo por lo desagradable y crudo que es, pero quería hacer una metáfora sobre la verdadera tortura que puede ser una cena de este estilo para algunas personas.

Agradeced a la gente buena que tengáis cerca, cuidad de vuestros amigos y seres queridos, y nunca está de más enviar un mensaje amable o chatear con esa persona con la que hace mucho que no habláis. No sabéis lo importantes que pueden ser vuestras palabras.

¡Espero que hayáis tenido unas cenas festivas agradables! Solo queda un reto, y creo que también lo haré de terror... O ya veré. Es la única manera que concibo para acabar este año.

Un saludo, y hasta dentro de unos días. 

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12/23/2020

Estrellas de cristal

Como todas las mañanas de los últimos veinte años, Benito se calzó las pantuflas, arrastró los pies a la cocina y puso la cafetera al fuego. Y como también era diciembre, estrujó un polvorón de almendras y se lo comió a pellizcos mientras esperaba que hirviera el agua. En otros tiempos también hubiera bajado al kiosko de la esquina a por el periódico, pero ahora solo tenía que sacar el móvil para revisar las noticias. Deslizó el dedo por la pantalla distraídamente, pasando por los deportes, el tiempo y la actualidad hasta que el aroma de café inundó la cocina. Entonces se sirvió una taza y, satisfecho, se dirigió al salón. El árbol de Navidad estaba igual que ayer.

O casi igual que ayer.

—¡Antonio! —gritó por pasillo— Esto sí que no, ¿me oyes? Ya te estás pasando.
—¿De qué hablas? —respondió una voz desde el baño.
—¡El adorno que compramos en Berlín! Me da igual lo que hayas hecho con los otros, pero como hayas roto este...

Tras unos segundos de silencio y un sonido de cisterna, Antonio salió del baño. Se acercó al salón frotándose los ojos.

—Buenos días a ti también. ¿Qué ocurre ahora?
—El adorno de cristal. —Benito señaló a una zona del árbol que parecía inusualmente despoblada—. Es el tercero que desaparece en esta semana.
—¿Y qué me quieres decir con eso?
—¡Pues que estoy harto! No sé si es que los has roto y te da vergüenza admitirlo, o es que me estás gastando una broma pesada, pero ya me estoy empezando a cansar.

Antonio se agachó para asomarse bajo el árbol, con gesto desconcertado.

—No están en el suelo. ¿Habrán rodado bajo el sofá?

Benito detuvo su berrinche durante unos instantes para arrodillarse sobre la alfombra y buscar en el oscuro hueco bajo el sofá. Tras unos segundos de silencio se incorporó, más furioso que antes.

—¿¡Cómo va a rodar bajo el sofá si tiene forma de estrella!? ¿Me estás mareando a propósito?
—¿Y por qué no? —preguntó Antonio, paseándose por el salón y mirando en los rincones más extraños—. Tienen que estar por aquí en alguna parte, ¿verdad? Deberíamos seguir buscando.
—¿Es por lo del otro día, a que sí? —Benito respondió de pronto con una voz angustiada e iracunda—. La tontería esa de que soy un maniático y de que ando siempre quejándome... ¡Pues mira, lo soy, y a mucha honra! ¿Estás contento?

Antonio dejó de buscar y bajó la mirada, decepcionado.

—Lo siento. Es mi culpa. Tendría que haberlo pensado mejor.
—¡Lo sabía! Los has roto y no me lo quieres decir. Creí que teníamos confianza, Antonio. Después de tantos años...
—Benito, calla. —Antonio se acercó y le agarró de los hombros con firmeza, mirándole fijamente—. Te he dicho que no he roto los adornos. Seguro que han rodado bajo el sofá.
—¿Me ves cara de imbécil? Te he dicho que no hay forma de que salgan rodando.
—Benito —repitió con voz serena—. Que mires bajo el sofá.

Con una mueca disgustada Benito volvió a agacharse, mascullando entre dientes.

—Qué asco. Solo hay pelusas, papeles y envoltorios de polvorón. Anda, y las pilas del mando.
—Mira los papeles.
—¿Quieres que meta la mano ahí? —alzó la cabeza con expresión angustiada, y Antonio asintió.

Agarró el papel más cercano a regañadientes y sacó un sobre de papel ligeramente polvoriento. Miró al sobre unos instantes, luego a Antonio (que aún parecía impasible) y luego otra vez al sobre. Lo abrió con cautela. En su interior había dos billetes de avión.

—Feliz aniversario, cariño —rió Antonio, acariciando con cariño la espalda encorvada de Benito—. Y haz las maletas ya, que el vuelo sale esta noche. De verdad, no me puedo creer que hayas tardado tres días en buscar los adornos...




49-Haz una historia en la que haya un árbol de Navidad al que cada día le desaparece un adorno y los dueños tratan de atrapar al culpable.

¡Felices fiestas a todo el mundo! Hoy os dejo este relato rapidito, porque me quedan dos retos y tan solo una semana de año para terminar... Me niego a perder este desafío después de tantos días de esfuerzo, así que aprovecharé estas "vacaciones" de Navidad para terminarlo :3

¿Qué os ha parecido? La verdad es que he cambiado completamente el final del relato. Pensaba hacer que la pareja discutiera un rato y luego se desvelara que un gatito callejero estaba robando los adornos... pero conforme avanzaba la conversación se me ocurrió que sería más interesante que todo fuera idea de Antonio. ¿Hubierais reaccionado así? A mí se me da fatal pillar las sorpresas así que me identifico mucho con Benito, habría tardado en darme cuenta...

Por cierto, tengo una pequeña sorpresita para vosotros. Pero la he anunciado en mi twitter, así que id a echadle un vistazo si os interesa ;3

¡Un saludo! Cada vez queda menos. 

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12/13/2020

Impostores

La alarma resonó por toda la nave, tiñendo las luces fluorescentes de un tenebroso color sangriento. Un escalofrío me recorrió la espalda y salí corriendo en dirección a la cafetería, dejando todas mis herramientas atrás. ¿Qué requería tanta urgencia? ¿Algún fallo en el sistema de oxígeno, una comunicación poco halagüeña? En ese momento un único recuerdo palpitaba en mi memoria, la leyenda de un monstruo que se esconde entre los huecos de la nave y... 

«Calla, esas cosas no existen», me repetí una y otra vez. «Céntrate en resolver el problema». Empecé a tatarear una melodía sencilla para intentar deshacerme de los pensamientos siniestros. Cuando llegué a la cafetería Azabache ya estaba allí, inclinado sobre el botón de emergencia. 

—¿Qué ha pasado? —pregunté, con la voz ahogada del esfuerzo. Azabache alzó la cabeza y miró de reojo a la puerta. 
—Coral ha muerto.
—¡Eso no es posible! —grité—  ¿Cómo va a morir alguien...?
—Lo sé, lo he visto —Cobalto irrumpió en la sala con la mirada enfrascada en su pequeño monitor—. Sus vitales desaparecieron de pronto y llevo un rato buscando su cuerpo.
—Pues está en la sala de electricidad.
—Habrá muerto cuando fue a arreglar las luces.

La capitana fue la última en entrar a la habitación, abanicándose con la gorra y recorriendo la sala con aparente gesto distraído. Pero Viridián es el tipo de persona que siempre está alerta, y su mirada ausente a menudo camufla una exquisita atención al detalle. Adoraba tener el control, pero cuando algo se le escapaba no era capaz de soportarlo. Aunque su rostro permaneciera inerte me fijé en que estaba clavando las uñas en la gorra, con tanta fuerza que sus nudillos palidecían.

—Esto es un fastidio —susurró Viridián, mirando con tristeza el panel de control—. Alguien ha saboteado el sistema de alimentación. Como no lo arreglemos pronto se pararán los motores y perderemos toda la energía
—¿Quién haría algo así?
—Ámbar, no seas tonta —me replicó Azabache con tono mordaz—. Es obvio que hay un intruso entre nosotros. Alguien nos quiere muertos.
—Pues tú eres la última persona que vi con Coral —dijo Cobalto, alzando las cejas levemente.
—¡Claro! Le acompañé a arreglar las luces, pero le dejé solo mientras me iba a revisar los motores. Al fin y al cabo soy el único en toda la nave que sabe hacerlo.
—¿Y dices que le dejaste en la habitación, te fuiste a los motores, y luego volviste a buscarle? ¿Y no viste a nadie de camino?
—No. —Azabache soltó un bufido irritado—. ¿Qué intentas decir? ¿Dónde estábais el resto?
—Yo vi a Cobalto hace nada —murmuré con voz temblorosa—, así que no creo que haya...
—Cierto. Te vi peleándote con los cables de navegación —se rió Cobalto, sin separar la vista de su monitor—. ¿Y usted, jefa?
—Estaba en administración, por supuesto. De hecho he estado controlando vuestras posiciones, así que puedo confirmar que estuviste con Ámbar y luego regresaste al ala médica, ¿correcto? —Cobalto asintió, con una chispa divertida en sus ojos—. También puedo decir que no había nadie más por vuestra zona, Azabache. Creo que está bastante claro.

Azabache inspiró aire con dureza, pero no lo soltó. Mantuvo la mirada en el suelo unos segundos antes de responder.

—¿Me estás acusando?
—Estoy diciendo que vayáis con cuidado —susurró Viridián, con la vista perdida en el panel de control—. No tenemos mucho tiempo. Todo el mundo, a reparar la nave. Luego discutiremos qué hacer contigo.

Viridián apagó la señal de emergencia y se marchó en dirección a la sala de administración. Cobalto se reclinó en su asiento y Azabache se quedó en silencio, con la respiración lenta y pausada. El ambiente se hacía más y más pesado con cada segundo que pasaba, así que me despedí con un gesto incómodo y salí de la habitación. En mi lista de tareas esperaban una infinidad de paneles eléctricos que no se iban a reparar solos. 

En la nave solo había silencio. Estaba acostumbrada a cruzarme con gente, a escuchar la risa de Coral a lo lejos o el canturreo amable de Viridián a través del metal, pero ahora todos conteníamos la respiración y caminábamos sin hacer ruido. «La nave se está muriendo», pensé. «Nunca más voy a poder escuchar los chistes malos de Coral». Ni siquiera sabía cómo había muerto, aunque seguramente fuera mejor así. Prefería recordarle con su sonrisa irónica y su extravagante traje color rosa.

Vi que algo se movía de reojo. Pegué la espalda a la pared y me asomé al pasillo, donde una sombra azulada se movía lentamente. Cobalto saludó y se acercó con cautela.

—Vaya, me alegro de... verte con vida.
—Lo mismo digo —respondí, aún incómoda—. Lo siento, no debí dejarte a solas con Azabache. A saber qué podría haber pasado.
—Tranquila, me fui después de ti. Estoy bien.

Cobalto se introdujo en la habitación y empezó a revisar los archivos, mientras que yo esperaba en la puerta y reparaba los cables. Estuvimos unos segundos en silencio hasta que solté un suspiro nervioso.

—Supongo que estamos a salvo.
—Estaba pensando lo mismo —rió Cobalto suavemente—. Podrías haberme matado hace ya rato.
—A lo mejor es que soy una asesina algo torpe y me he dejado la pistola en cafetería. La próxima vez será.

Cobalto sonrió mientras terminaba de descargar los archivos. Se asomó un momento al pasillo y luego se giró hacia mí.

—¿Puedo confiar en ti?
—Claro —respondí, soldando mi último cable—. ¿Qué ocurre?
—Sabes, antes estaba revisando las cámaras y vi a Azabache meterse en la sala de mandos.

Me incorporé despacio, dejando las herramientas desperdigadas por el suelo. Una melodía fantasma retumbaba a través de mi mente, acuciante. Inquieta.

—¿Sala de mandos? Ahí es donde suele estar Viridián. ¿Sabes si está bien? 

Cobalto se encogió de hombros. En su mirada había una gravedad profunda y siniestra.

—Ámbar, llevo un rato dando vueltas por la nave y eres la única persona con la que me he encontrado.

La melodía en mi cabeza estalló, plagada de gritos y recuerdos y de cuentos de terror que recorren las lanzaderas, la leyenda de un monstruo que se esconde entre los huecos de la nave... No, así no es. Los monstruos no se esconden, se camuflan entre nosotros y asesinan a nuestras espaldas, sabotean las instalaciones y nos eliminan uno a uno hasta que se quedan solos.

Y la única manera de librarse de ellos es matándolos tú primero.

Corrí sin mirar atrás hacia la sala de administración, con el sonido de mis pisadas quebrando el sepulcral silencio que sometía a la nave. Y en silencio estaba la habitación cuando llegué. Viridián estaba en medio de la sala, con la mano en la visera de la gorra y de espaldas a mí. A sus pies estaba Azabache, encogido sobre sí mismo. Inmóvil.

—Ah, Ámbar —Viridián se giró con el ceño ligeramente fruncido—. Menos mal que llegaste. Acabo de encontrarme con Azabache tirado en el suelo, creo que está herido. Ayúdame, ¿quieres? Tenemos que llevarle a la enfermería.

Me quedé en la puerta, intentando contener mi respiración entrecortada. Un olor metálico y amargo emanaba de aquella habitación. Era peligroso y primitivo, una mezcla en entre algo desconocido y algo terriblemente familiar.

—Pero... —tartamudeé, dando un paso al frente— ¿Quién ha podido...?
—Ha tenido que ser Cobalto. Les dejamos a solas en la cafetería. Probablemente le siguió hasta aquí y huyó después.
—No puede ser. Cobalto y yo... llevamos un rato...
—¿Uh? ¿En serio?

Retrocedí. Viridián tenía la mano sobre la barbilla y respiraba suavemente. Siempre distraída, siempre con la mirada en las nubes... como si estuviera abstraída con sus propios pensamientos. Pero ella nunca perdía el control. Y mucho menos ahora.

La puerta de la habitación se cerró a mi espaldas.

—Creo que con eso será suficiente —susurró Viridián, retirándose lentamente la gorra—. Hubiera sido mucho mejor mantenerte con vida hasta el final y que tú te deshicieras de Cobalto, pero no me dejas más remedio. Al final tengo que hacer yo todo el trabajo...

El casco de Viridián comenzó a resquebrajarse y de las finas grietas del cristal empezaron a salir pequeños tentáculos tan finos y oscuros que parecían estar hechos de humo. Los ojos de Viridián brillaban con una luz imposible y afilada, multiplicándose y esparciéndose por el resto de su cuerpo. Su abdomen se abrió desde dentro, mostrando una boca monstruosa llena de dientes que habló con una voz gutural e inhumana.

—Nos vemos cuando haya terminado.



48-Escribe un relato que incluya una etopeya sobre el antagonista de la historia.


¡Feliz domingo a todo el mundo! Pues sí, esta vez he decidido hacer un relato basado en uno de los juegos a los que más he jugado este año: Among Us. Para quien no lo conozca se trata de un juego multijugador en el sois pequeños astronautas en una nave, y tenéis que descubrir quién de los otros jugadores es el impostor. Los impostores se escogen al azar y su objetivo es matar a todo el mundo sin ser descubiertos. Es muy simple y también muy divertido, y aunque ahora estoy liadísima con los exámenes le eché bastantes horas en su momento. ¿Lo habéis probado? ¿Qué apariencia soléis tener? A mí me gusta ser un oso asesino >:3

En fin, me lo he pasado muy bien con este relato, aunque me hubiera gustado tener más tiempo y enredar mucho más el final. Son casi 1500 palabras y ya voy atrasada con los retos, así que tuve que hacer algo más o menos sencillo. ¿Pero os ha gustado? ¿Cuando empezasteis a sospechar de Viridián?

¡Un saludo y hasta la semana que viene!

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12/08/2020

El imperio de las cuatro esquinas

Siempre he corrido sin más motivo que el que se me dió cuando era pequeña: porque tenía que hacerlo. Nací rápida y ligera, con piernas fuertes y respiración profunda, conocía cada atajo y cada ruta, y con oir una sola vez el mensaje ya era capaz de memorizarlo y citarlo palabra a palabra incluso después de haberme recorrido el valle a zancadas apresuradas. No me sorprendió que me asignaran el trabajo de chasqui, el mismo que realizó mi padre cuando era joven, igual que su madre y el padre de su madre. Corría porque era lo único que sabía hacer, lo único que me habían enseñado, porque lo disfrutaba y porque era lo que me llevaba el alimento a la boca.

Pero hoy el motivo es distinto. Hoy noto la tierra seca resbalarse bajo mis pies, las piedras finas colándose en las sandalias y arañandome la piel. El viento me corta las mejillas y me desenreda el cabello, pero lo que más noto es el dolor en el pecho al inhalar el aire frío y escaso. Pero el corazón acelerado me mantiene en movimiento. Ya caeré cuando pueda caer. Pararé cuando se me derrumben las piernas.

No hay nadie en los caminos y paso de largo la tercera posta en lo que llevo de trayecto, cuando lo normal es hiciera relevos en cada una que me encuentro. Ni quiero parar ni creo que haya nadie esperándome tras las puertas; es como si la noticia se hubiera esparcido más rápido de lo que soy capaz de correr. ¿Habré llegado demasiado tarde? ¿O es que los otros me adelantaron? Sea como sea este no es mi destino. Mi objetivo es la montaña.

Conforme me acerco a su base empiezo a aminorar el paso, recordando los caminos que me llevan a la cima. Sé que la ruta empieza en el otro lado del valle, así que tendría que bajar al río y bordear el monte para llegar al principio; pero también sé que el camino gira sobre la montaña como en una espiral, rodeándola casi por completo hasta llegar a la aldea. Me acerco más y más y en vez de girar por la senda sigo caminando en línea recta, hasta que la inclinación es tan elevada que no puedo mantenerme en pie. No la veo, pero sé que la ruta espera algo más arriba. Y escalar la pared es más rápido que recorrer el valle. 

Así que espero unos segundos a que mi respiración se estabilice —ahora no se trata de velocidad, sino de resistencia— y busco con la mirada el primer asidero. Me descalzo y comienzo a trepar, aferrándome a ramas y raíces y dejando que las piedras me corten la planta del pie. Mejor sangrar que caer, pienso mientras aprieto con fuerza los dientes. Mejor sangrar que morir. Contengo el aire cuando se me resbala la mano y una roca rueda ladera abajo, retumbando de manera amenazante. Intento no mirar abajo, aunque me aterroriza más lo que pueda haber detrás de mí.

Cuando alcanzo el camino ni siquiera me detengo a calzarme los zapatos. Simplemente corro, dejando un reguero de tierra y gotas de sangre que el polvo se llevará tan pronto como llueva, o tan pronto como otros pasos cubran los míos. La imagen me aterroriza, la idea de ser un suspiro que pronto dejará de existir. Pero al menos, pienso, hoy podré cambiar el curso de la historia. Aunque mi nombre se olvide, aunque se muera el imperio, mis huellas serán eternas.

Alcanzo la aldea y sus gentes advierten mi presencia con gesto desconcertado. Todos parecen saber a qué he venido y nadie habla mientras me siguen hasta la plaza y se asoman por las ventanas. Intento echar mano de la caracola que uso para anunciar mi llegada, pero hoy creo que necesito mi voz. Hiriente, ahogada, casi enmudecida de las pulsaciones aceleradas. Pero grito tan fuerte que mi alma se derrama por el pecho.

—¡Los españoles han llegado a Cuzco! ¡El rey ha muerto!



50-Crea una historia con un worldbuilding inspirado en las culturas precolombinas.


¡Buenas! Para este reto me he inspirado en el Imperio Inca, y tras un par de noches de investigación acabé con este relato. Me interesaron mucho los chasquis, que era un sistema de mensajería basado en corredores que portaban mensajes y hacían relevos. Podían llevar información cifrada y la transmitían extremadamente rápido, ¡súper interesante! También leí mucho sobre el sistema social de los incas. Probablemente pasé demasiado tiempo investigando...

Y sí, sé que pide un worldbuilding inspirado en culturas precolombinas, no una historia ambientada en una cultura precolombina, pero... no me da la cabeza para más. Y sí, también sé que me he saltado dos relatos. Un pequeño fallo de cálculo, nada más.

Espero poder terminarlos todos antes de que acabe el año. ¡Un saludo!

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12/04/2020

Los milagros de Eiser

¡Buenos días! Hoy toca ser valiente y liberar, al fin, un relato que llevo guardando en el cajón durante un par de meses ya. Me da miedo que lo rechacéis porque este es el relato que más me gusta de todos los que he escrito este año, y claro, para una cosa de la que me siento orgullosa... no quiero echarla a los leones. Pero creo que es el momento. Os presento:

Los milagros de Eiser es un relato corto de ciencia ficción que trata sobre la vida de un androide y de su creadora, Eiser. Lo presenté a una convocatoria que buscaba relatos sobre científicos locos y terror, y creo saber el motivo de su rechazo: porque es muy malo porque no da nada de miedo. Me centré demasiado en la ciencia-ficción, en lo divertido que era escribir sobre inteligencia artificial, así que el factor de terror me quedó un poco flojo. A mi parecer genera más angustia o tristeza que terror, pero así aprendo para la próxima.

Creo que puede gustar incluso a aquellos que no son muy aficionados a la sci-fi, ya que casi no tiene términos técnicos y se centra mucho en las sensaciones y sentimientos de las protagonistas. Pero por supuesto es algo que un fan de la ciencia puede disfrutar, con pequeñas referencias a conceptos específicos como el machine learning y el funcionamiento de los algoritmos. 

Como siempre tenéis el relato en Lektu como pago social. Es decir, completamente gratuito y en versión epub, pdf y mobi; tan solo tenéis que dejar un tweet o un mensaje en facebook para recibir el relato. Es un proceso muy sencillo que hace la página automáticamente y que me ayuda muchísimo para la difusión. 

Pero si tenéis problemas o queréis un acceso rápido, recordad que tengo todos mis relatos en la pestaña Archivo del blog ;3

¡Un saludo! Espero que os guste. 

12/01/2020

«¿Existiré mañana?»

Hoy abrí los ojos y el mundo se descubrió ante mí borroso, oscuro y distorsionado. Incluso los colores habían cambiado con respecto a la noche anterior, sintiendo la ausencia de aquellos más cálidos y descubriendo otros que no era capaz de nombrar. Pero sí conseguí ubicar la luz del sol que asomaba tras las cortinas, y con esa referencia comprendí que aún seguía en la cama. Notaba la piel tirante y seca, y los músculos de mis piernas estaban flexionados sobre el colchón como si ya me hubiera puesto en pie, y tampoco podía girar la cabeza. Suspiré, o al menos intenté suspirar sin nariz y sin labios por los que exhalar el aire. Iba a ser un día muy largo. 

Parecía que la única manera de moverme era ir saltando, así que probé a girar en el sitio y orientarme hacia donde asumí que se encontraba la mesilla. Recordaba haber dejado un vaso allí la noche anterior, pero era incapaz de verlo. En su lugar pequeñas motas de colores cubrían mi visión, tan brillantes y nítidas que parecían gritar con luz propia. Notaba que mis ojos se movían de forma inintencionada, rogando por seguirles la pista a las partículas que bailaban en el aire; un instinto acuciante que tensaba mis músculos y ensordecía mi mente casi por completo. Pero aún tenía el control. Conseguí apañármelas para alcanzar el vaso.

Mi cuerpo parecía caber cómodamente en el recipiente, y también era lo suficientemente ligero como para permitirme trepar por el cristal sin volcarlo. Un reflejo verdoso y amarillo hacía danzar en el agua, la piel se relajó y por un instante sentí que podía respirar de nuevo. Solo me acompañana un nuevo silencio, acallado por ruidos afilados que unas orejas humanas no hubieran sido capaces de percibir. Notaba la furia del hambre en mi estómago, pero la repugnancia que me generaba la idea era aún mayor. «Qué remedio», pensé. Hoy iba a ser un día tranquilo. 

Los segundos pasaban lentos y poco a poco notaba mi cabeza adormecerse, como siendo vencida por la simplicidad animal que soportaban mis neuronas. ¿Qué pensaría mi marido al verme así, dentro de un vaso y con la mirada ausente? ¿Me amaría como antaño o sería esta la razón que buscaba para firmar al fin el divorcio? Y no escucho el teléfono, pero sé que mi jefa estará furiosa, llenándome el buzón de llamadas con mensajes insistentes. No importa, me despedirían tarde o temprano. Recuerdo que mis padres siempre esperaron que fuera algo grande, que desplegara mis alas y echara a volar, pero en su lugar me he convertido en un grimoso anfibio en una jaula de cristal. Es irónico, o al menos lo sería si fuera capaz de captar una ironía.

Pero lentamente cada temor mundano se desvanece, prometiendo una oscura calma que en el fondo ansiaba desde hace años. Aún no me lo he preguntado y quizá no llegue a preguntármelo nunca, pero no sé por qué me he despertado con el cuerpo de una rana. Y es que en estos últimos segundos de consciencia me acosa un terror profundo y visceral que sobrepasa a la muerte, un grito desesperado con labios que no existen y una garganta que no tiene voz. 

Una solitaria burbuja flota hacia la superficie, perseguida por ojos redondos y amarillos que no tienen otro sitio al que mirar. Bocanadas de aire que jamás fueron pronunciadas, pero cuya voluntad aún se intuye en el ambiente.




47-Tu protagonista despierta y de pronto es un animal (al más puro estilo Kafka, pero, si puede ser, que no sea una cucaracha). Narra las dificultades que tiene para continuar con su vida.


Dos semanas. Dos semanas es lo que he tardado en terminar esta... cosa. Ando poco inspirada y he tenido que hacer un examen muy importante, así que todo mi tiempo se lo he dedicado a estudiar. La poca creatividad que me quedaba ha sido exprimida y pisoteada hasta sacar estas 500 palabras que ni yo tengo ganas de comentar.

Os doy la bienvenida a diciembre, el último mes de este peculiar (y nefasto) año. Disfrutad de la estancia. Quedan 5 retos. 

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