4/03/2020

Por los débiles

Metal. En ese instante lo único que era capaz de ver, oler y sentir era metal. Un sabor intenso deslizándose por la comisura de los labios, el nauseabundo olor a sangre seca, un chirrido infernal que le zumbaba en los oídos. Tensó la mano -a pesar del dolor, a pesar del instinto- y se aferró al arma con todas sus fuerzas. Eso no. Eso era lo único que no podía perder. 

Talissa se arrastró por la ciudad como una rata herida buscando un escondite, ocultándose entre las sombras y esquivando a los pocos transeúntes que aún vagaban por los callejones. Era noche cerrada y los faroles ya llevaban tiempo apagados, pero aún así todo el mundo había salido a la calle. Se apelotonaban en balcones y ventanas, compartiendo susurros con los vecinos, e incluso algunos valientes se atrevieron a reunirse en la plaza del mercado. Todos miraban hacia el castillo, o al menos hacia lo que aún quedaba en pie. Una gran explosión había destruido una de las torres y parte del edificio principal, y los jardines reales estaban ardiendo. Toda la ciudad se preguntaba si aquello era el inicio de una nueva guerra, así que aquella noche miles de ojos miraron al castillo expectantes, curiosos, atemorizados. Los de Talissa eran los únicos que iban en dirección contraria. 

Deambuló por los callejones hasta llegar a la entrada trasera de una taberna que parecía haber sido abandonada hace años. Se dejó caer contra la puerta de madera, usando el peso de su cuerpo para empujarla mientras giraba cuidadosamente el pomo, y la abrió muy despacio. Una serie de escalones poco iluminados descendían hasta el sótano. Empezó a bajar con cuidado, pero cuando quiso apoyarse en el primer escalón su rodilla falló y sus piernas se derrumbaron. Talissa cayó rodando hasta el suelo, provocando un golpe seco seguido de un gemido de dolor. 

En la habitación subterránea solo había un hombre alto y de ojos rasgados, con pequeñas gafas redondas y pelo oscuro, que dio un brinco de susto al verla.

- ¿Te están siguiendo? - Ignac corrió escaleras arriba pasando por encima de Talissa. Cuando estuvo en la puerta, miró a su alrededor y chasqueó la lengua - Tienes que ir con más cuidado. Me podrías haber puesto en peligro.

Talissa no se movió, tan solo alzó la cabeza. Ignac observaba el callejón mientras se mordía el labio inferior, arropándose con un chal fino que llevaba cosidos delicados bordados. Por debajo solo llevaba una túnica azul oscura con los bordes rojos y dorados, que casi llegaban a ocultar sus toscos zapatos de cuero viejo. 

- ¿Qué haces ahí tirada todavía? - dijo mientras volvía a echar el pestillo.
- Estoy herida - Talissa habló con voz ronca, intentando que el hombre no viera sus ojos iracundos -. Necesito que me ayudes.

Ignac alzó las cejas con una expresión extraña que danzaba entre la diversión y la pena.

- Aquí no tengo nada para curarte, pero supongo que te puedo dar algo de alcohol. 

Bajó las escaleras, recogiéndose la túnica con remilgo para evitar que esta tocara a Talissa, y se dirigió a la mesa. Estaba decorada con un mantel rojo y un jarrón con flores cortadas que estaban casi marchitas. Tomó la botella, sirvió un poco de licor en un vaso que ya tenía los bordes manchados y después se sentó, dejando la botella de nuevo en la mesa.

Talissa masculló algo entre dientes y se arrastró hasta la silla. Cuando extendió la mano para alcanzar la botella pudo ver que tenía la muñeca torcida e hinchada, y casi no fue capaz de separar los dedos para dejar el arma sobre la mesa. Se dejó caer en su asiento y derramó licor sobre la profunda herida que tenía en la pierna, aspirando el aire entre los dientes. Luego le arrebató uno de los pañuelos bordados a Ignac para impregnarlo en alcohol y lo usó para limpiarse el resto de heridas. Un corte en la mejilla, algunos arañazos en la espalda y en las manos, pero la mayoría de lesiones eran debido a la caída. El tobillo estaba torcido al igual que su muñeca izquierda, y las dos rodillas le temblaban al caminar.

Ignac observó el proceso, aburrido, hasta que al fin se le agotó la paciencia.

- ¿Dónde está el tridente?
- ¿Ves que lo lleve encima? - Talissa arrastró las palabras, lanzándole una mirada severa antes de volver a centrarse en sus heridas -. No lo tengo. 
- ¿No lo tienes? Tu única misión era conseguir el dichoso tridente, ¿y no lo tienes? ¿Para qué hemos venido entonces?

Talissa hubiera dado un puñetazo sobre la mesa si no fuera consciente del intenso dolor que eso conllevaría, así que se limitó a presionar con fuerza el pañuelo sobre su pierna. Ardía con tanta fuerza que los ojos se le llenaron de lágrimas.

- No he podido cogerlo.
- ¿Y para qué llevas ese cacharro entonces? - Ignac señaló el arma con desprecio, manteniendo su mano a cierta distancia. Sabía que tenía prohibido tocarla pero no le mostraba veneración ninguna -. No entiendo como has podido acabar así.
- Ha sido El Héroe. Ha usado el tridente contra mí.

Talissa no sabía qué reacción esperar o cual hubiera sido adecuada en ese contexto, pero sin duda no era que Ignac frunciera los labios y soltara el aire por la nariz, exasperado.

- Ya. ¿Y por qué no lo has matado?
- ¡¿No me escuchas o qué?! - se levantó bruscamente, apoyándose en su muñeca herida - El héroe, Ignac, El Héroe en persona me quitó el tridente de las manos y luego provocó una explosión que me mandó volando por la ventana. ¿Qué querías que hiciera? 
- Luchar - respondió él. Por primera vez se le veía despojado de toda serenidad -. Para eso te han criado. Ese es tu único deber y no has podido hacerlo.
- ¡Casi muero ahí fuera! - Talissa replicó con los ojos llenos de lágrimas -. Casi me matan y no parece que os importe, ni a ti ni al imbécil de mi padre. Estoy harta, Ignac. Estoy harta de que nadie se preocupe por mí. Lo dejo.

Talissa se incorporó del todo, le dio un trago a la botella y recuperó su arma. Empezó a avanzar hacia la puerta, temblorosa y cojeando, pero aún intentaba mantener la compostura.

- ¿Así sin más? ¿Te crees que puedes abandonar porque ya no te apetezca hacer esto?
- Quizá así mi padre aprenda a valorarme.

Ignac se levantó corriendo y la alcanzó, tirando de ella por la muñeca y haciendo que girara bruscamente. La chica tenía los ojos llenos de lágrimas. 

- A tu padre no le importa nadie, Talissa - Ignac habló con gravedad, presionando su muñeca con tanta fuerza que parecía que se la iba a romper -. Al rey nunca le ha importado nada más que su fortuna y su poder. ¿Y te crees que eres la única a la que trata así?

Talissa no respondió, tan solo le miró a los ojos. Los suyos estaban llenos de dolor, de rabia, de vergüenza... pero los de Ignac estaban vacíos. 

- Se lo hace a todos, princesa. Es el precio a pagar por la gloria. Y todos, absolutamente todos, aguantamos por el bien de nuestro reino - susurró, sin expresión alguna en el rostro. Entonces inspiró hondo y esbozó una sonrisa condescendiente, llena de ira y de pena -. No es mi culpa que tú seas demasiado débil.

Talissa levantó el arma y disparó. La bala dio en el abdomen de Ignac y el impacto hizo que él trastabillara y cayera de espaldas. Luego dio un paso atrás, con el cañón aún apuntando en su dirección. Su rostro seguía contorsionado por el llanto, pero aún así se forzó a sonreír. No era esa la imagen con la que quería dejar a Ignac. 

- Tú y yo sabemos la verdad, ¿a que sí, princesa? - Ignac rió nervioso, palpándose la sangre que le brotaba del estómago -. Que esta pataleta no es porque tu papá no te quiera. Nunca has sido de esas, ¿verdad que no?

Talissa no habló. Dio otro paso atrás, apoyándose en la barandilla sin llegar a quitarle la vista de encima. Podría huir sin más, pero...

- Quieres dejarlo porque odias perder. 

Otro disparo. Ni siquiera tuvo que comprobar que estuviera muerto, ya que esta vez la bala impactó en mitad de su frente e Ignac por fin quedó en silencio. Talissa subió las escaleras poco a poco y finalmente se dejó caer en la calle. La noche seguía oscura y despejada, tan solo envuelta por la fina nube de ceniza que arrastraban los vientos. Ahora era libre. Ahora por fin podría vivir la vida que ella siempre había deseado. 

Por desgracia, Ignac tenía razón. Lo único que sentía era rabia.



14-Tu protagonista es una guerrera entrenada desde pequeña, pero ha descubierto que quiere cambiar de vida.

Buenos días a todos, ¿cómo lo lleváis? A mi las semanas cada vez se me están haciendo más largas, pero ya nos queda menos... En fin, yo sigo escribiendo y estudiando con normalidad. Espero que todos estéis bien.

Este relato es sobre otro de los personajes de la novela que estoy planeando, ¡y esta vez le ha tocado el turno a Talissa! Este reto me ha venido genial para definir la personalidad y motivaciones de un personaje que, hasta ahora, solo había sido una excusa para avanzar la trama. Le he cogido mucho cariño y también me gusta mucho cómo he creado a Ignac. Una pena que haya acabado así, ¿verdad? 

En fin, el relato de la semana que viene va a ser un poquito más corto (que creo que os estáis hartando ya de los relatos largos) y un poco más experimental, que tengo ganas de trastear con algo menos narrativo y más expresivo.

¡Un saludo y mucha fuerza! Nos vemos en el siguiente reto <3

Si quieres saber qué es el Reto Literup, haz click en este enlace.

No hay comentarios:

Publicar un comentario