4/30/2020

Los amos del campo

Los días sin nubes son repugnantes, por mucho que los terratenientes se deleiten con ellos. Sus mujeres se pasean por las fincas con parasoles de encaje y caros zapatos, recogiéndose con remilgo el dobladillo del vestido; sus hijos se bañan en el río y juegan a la sombra que regalan los árboles. Y ellos, "los dueños", se sirven cerveza y fruta fresca, conversan y aguardan a la caída de la noche. Tienen el descaro de llamarlo buen tiempo mientras se ocultan bajo sombras privadas, mientras alivian el calor con bebidas y abanicos. Digan lo que digan, los días sin nubes son repugnantes.

Y hoy era un día de esos, de sol incansable y sudor pegajoso brotando desde cada poro de mi cuerpo. Sin viento, al menos, el polvo no se mete en los ojos, pero de poco sirve cuando cada jornada se te hace eterna y despiadada. En días como estos tierra es lo único que me consuela. Labrar el suelo seco, desmenuzar cada terrón y raíz muerta, las suaves espigas del trigo arañándome la piel. Ellas, las mujeres de los terratenientes, se cubren las manos con guantes de seda y se liman las uñas en delicados patrones, pero las mías están cubiertas de callos y heridas que nunca cicatrizan del todo. Y no negaré que sus manos son hermosas, tan sutiles y tan finas, pero las mías... Mis manos guardan una belleza distinta, como cruda e inherente. Mis manos demuestran vida.

Pero me avergüenza decir que siempre fui demasiado complaciente. Falso orgullo, honor corrupto o simplemente miedo, pero demasiadas son las veces en las que agaché la cabeza, azuzada por los gritos de los terratenientes. Me creía rebelde y victoriosa, criticando a baja voz y riendo las bromas de mis compañeros; me escudé en el amor al trabajo y en la honra del obrero. Me daba fuerzas sin saberlo, como quien se ahoga en el mar y recibe en cada sátira una bocanada de aire.

Es el amor a la tierra lo que hace que hierva por dentro. Poco a poco su desprecio calaba más hondo, se filtraba por las grietas de mi piel endurecida. Eran sus gestos, sus miradas, su innecesaria altanería. Se sacuden con indiferencia el barro que tanto se aferran por controlar, que aún reclaman como suyo. Nos despojan nuestro sudor y nuestro esfuerzo, le arrebatan a la huerta su fruto y lo acumulan con gula, dejando que se pudra en cajones de madera. Nos lo quitan de las manos y nos lo niegan, alegando pobreza. Alegando que no es nuestro.

Se equivocan, pues nosotros somos los amos del campo. Nosotros nutrimos la arena y la hacemos fértil, la amamantamos y cuidamos para que ella, benévola, nos devuelva la vida que nosotros le entregamos. Nos sustenta para seguir sirviéndola, como un señor a su vasallo; así es que yo no sigo más autoridad que la suya, más ley que la ley que impone su presencia. Ella me enseñó a ser paciente y fiel, a cuidar de los míos sin esperar nada a cambio, pero también a no doblegarme ante dueños falsos. Ella me habla y yo la escucho, con las manos hundidas en el suelo yermo.

Toda revolución comienza con un sacrificio. El mío es mi vida, pues dudo que me traten con clemencia cuando los guardias me encuentren. Sé que me están buscando. Escucho a los perros aullando a lo lejos, y todos conocen el castigo por deslealtad al terrateniente. Mi vida será un ejemplo, un mártir, la chispa que prende la mecha de las revueltas; y aunque la historia borre mi nombre sé que mi pueblo no olvida los actos.

Su sacrificio es la muerte. Ella se deja morir, se entrega sumisa y silenciosa, la tragedia que levanta el corazón de la guerra. Se ofrece valerosa a perder su entereza, agoniza bajo los pies de aquellos que la amaron, se hunde en las cenizas que conllevan su olvido. Yo soy quien le inflige ese dolor, pero la tierra es justa y compasiva. Lo hago por el bien de nuestra unión, y ella lo entiende. Ella misma lo ha pedido.

A lo lejos, en el horizonte, veo el fulgor rojizo del incendio. Las llamas se extienden, bailan alrededor de la casa del terrateniente, consumen el campo que siempre fue nuestro. Duele, pero no le importa. La tierra me perdona. La tierra no puede morir.




18-Escribe un relato en el que la tierra sea un elemento muy relevante de la historia.

¡Tachán tachán, el reto número dieciocho! ¿Qué os ha parecido? En comparación al de la semana pasada creo que es algo más interesante, pero quiero saber vuestra opinión. ¿Os parece demasiado recargado? Ya sabéis que le tengo gusto a estos relatos dramáticos.

Sabéis, para este reto tenía pensado un relato completamente distinto, pero cuando lo estaba empezando iba ya por las mil palabras y pensé "vaya, creo que esta historia da para más", ¡así que voy a hacer un relato largo! Le he cogido cariño y creo que puede quedar algo muy chulo, con que permaneced atentos al blog que a lo mejor prontito os aparece un relato algo más largo.

En fin, hasta aquí por hoy, que tengo que empezar una partida de rol.

¡Cuidaos mucho y hasta la próxima!

Si quieres saber qué es el Reto Literup, haz click en este enlace.

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