1/15/2020

Que ardan todas.

He intentado huir, cobarde y decidido, y aún así no puedo escapar. Nada de lo que haga importa. He recorrido el mundo en busca de mi salvación -cada vez más fría, cada vez más árida-, e incluso en el más inhóspito de los hogares ellas me encuentran siempre. Las escucho arrastrarse por los rincones, sus irritantes crujidos, el suave sonido que dejan al caminar. Ya solo me queda morir, y ya que entrego mi alma al infierno prefiero que sea por mi propia mano.

Nadie me dijo que tuviera que plantarles cara. Así que la primera vez que vi una, sentada a los pies de mi cama y mirándome con ojos muertos, sentí que mi cuerpo perdía todo control y toda vida. No hay nada en este mundo que pudiera haber previsto el terror que sentí entonces, el horror que reveló su forma. Una sola palabra retumbaba en mi mente, el más puro sentido de la supervivencia: Huye. Supe al instante que se había hecho dueña de esa habitación y yo no quería tentar a más demonios, así que desde aquel día empecé a dormir en el salón.

Aquella misma noche empecé a soñar con ellas, ásperas pesadillas de las que siempre me despertaba demasiado tarde. Pero por algún motivo estos sueños no se desprendían poco a poco de la memoria, sino que a lo largo del día iban afilando los recuerdos, como si no quisieran separarse de mí. Llegaba la noche y mi cuerpo se anticipaba -la taquicardia, los sudores fríos-, así que eventualmente dejé de dormir. Pronto aprendí que si me forzaba hasta la extenuación y nublaba mi mente con opiáceos caía inconsciente sin más, y despertaba al día siguiente dolorido y sin recuerdos. Arrastré cuanto pude las rutinas, comprando ropa nueva y mantas cálidas para dormir mejor, sin tocar nunca la puerta de mi habitación. Iluso y necio, esperaba poder recuperarla algún día.

Pero entonces la vi, de nuevo. Esta vez a plena luz del sol, extendiendo sus colmillos y calentando su obsceno cuerpo. Sus ojos brillaban aun siendo negros, como un abismo vacío que a la vez parecía desbordarse de ponzoña, y su presencia se extendía por toda la estancia. Se veía distinta a la que semanas antes me había arrebatado la habitación, pero yo sabía que eran lo mismo. Grité y desgarré mis músculos congelados, como un millar de agujas clavándose en el pecho, y mientras el universo empezaba a doblarse y envolverse en sí mismo corrí y cerré la puerta principal, quedándome encerrado en la calle.

Vendí la casa. Hicieron preguntas que no quise responder y esa misma desconfianza fue la que me impuso un precio nefasto, pero no me importaba. Esa casa está maldita, pensé, mientras veía cómo me arrebataban el trabajo de una vida. Esa casa está maldita, me convencí, al trasladarme a los barrios bajos de la ciudad, a un pequeño apartamento de construcción antigua. Esa casa está maldita, recé, y espero que la próxima esté libre de pecado.

Me he mudado tantas veces. Cada vez más lejos y más hostil, rozando los bordes de la habitabilidad del ser humano, confiando en que no pudieran seguirme. Y aquí, en mi último infierno personal, alejado de todo hombre y toda vida, ellas me han encontrado.

Ya no necesito verlas. Las sientο al cerrar los ojos, como brisas de viento pútrido y ligero. Las noto debajo de mi piel, como si esta ardiera y vibrara de dolor, tan tensa que parece que implora que la abra de par en par. Las escucho a cada instante, un pequeño traqueteo entre las sombras que me atenaza el corazón. Ha llegado mi hora, y el temor a lo que ellas puedan hacerme no me deja más alternativa que llamar yo mismo a la Parca, y dejar que la muerte me libere de esta maldición.

Por eso dejo esta carta, para advertir a la humanidad de los demonios que caminan entre nosotros. Mi alma ya no puede ser salvada, pues pronto mi cuerpo no será más que un cascarón podrido; pero lo único que me queda es la esperanza de saber que conmigo se acaba su legado. ¡Quemadlas, quemadlas todas! ¡Que no quede ninguna! Se reproducen en las sombras y en silencio, y de cada una salen cientos. ¿No las ves, no las oyes? Son minúsculas, pero solo tan solo una de ellas basta para infundir terror con su imagen. Ese cuerpo partido y grotesco, vestido de seda y patrones complejos. Tantas patas como ojos tiene, ambos demasiados como para poder ser una de las creaciones de Dios. Sólo el fuego es capaz de arrebatarle el alma a estos demonios, así que ardan, que ardan todas.

Que no quede ni una sola araña en la faz de la tierra.



3-La aracnofobia es un miedo muy común. Haz que tu protagonista la padezca.

¡Tercer relato del Reto Literup! Que maravilla de tema. En cuanto lo leí pensé en hacer un relato de terror inspirado en los clásicos de Lovecraft, aunque dándole el toque teatral que tanto me gusta. Quizá este relato es demasiado dramático para algunos o demasiado predecible para otros, pero yo estoy encantada. Me sorprende haber hecho algo así en un par de noches, y como siempre se suele decir, "escribe aquello que quieras leer." Y yo, al menos, disfruto muchísimo escribiendo y leyendo este tipo de textos tan dramáticos.

Por cierto, ¡a mi me encantan las arañas! Me parecen animales súper interesantes y bonitos, y cada vez que veo una por casa procuro dejarla con cuidado en la ventana. Además, últimamente me he aficionado a ver canales de YouTube que cuidan de animales exóticos, y muchos de ellos exhiben arañas y tarántulas verdaderamente increíbles.

Y a vosotros, ¿Os gustan las arañas o les tenéis pánico? Dejad un comentario con vuestra opinión del relato y compartidlo si os ha gustado, no sabéis lo feliz que me hace <3

¡Un saludo y nos vemos en el próximo relato!

Si quieres saber qué es el Reto Literup, haz click en este enlace.

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