6/27/2020

Y así fue como incendiamos la cantina.

¡Congregaos, camaradas! ¡Reuníos a mi vera! Pues hoy os contaré la historia que vuestros curiosos corazones ansían. Los rumores se extienden como llamas corriendo en la pólvora, y precisamente el fuego es lo que protagoniza este relato. ¡Escuchad, amigos míos, las desventuras de esta joven bardo! Y si por ventura os sobran unas monedas, haríais bien en invitarme a una cerveza.

Ahh, mucho mejor así. Observo que vuestras orejas se despliegan con interés, conque os deleitaré sin más demora con mis andanzas y andaduras. Me encontraba yo en esta misma taberna una calurosa tarde de estío, ahogando la sed con alcohol y las horas con juegos de azar. La noche aguardaba impaciente a sus parroquianos y vestía con sus mejores galas: un cielo brillante y despejado, brisa fresca de verano, luciérnagas y estrellas como joyas acentuando su belleza. Una noche tan hermosa como aquella no es más que un imán de sucesos singulares; un hechizo que desinhibe más que la bebida o el calor de la verbena. Y ahí me hallaba yo, esperando mi turno para lucir el escenario, cuando una joven dama surge de la nada, me aborda por banda, y me invita generosa a una jarra de hidromiel.

¿Y qué he de hacer yo ante semejante belleza desplegada, ante tales ojos dulzones y mejillas sonrojadas? ¿Qué hubiérais hecho vos? Yo quedé prendada de su encanto, así que con sumo gusto acepté la invitación y tomé su mano para guiarnos hasta la barra. Allí comencé mi cortejo, contando historias con su pizca de verdad y su pizca de mentira, perdida en su mirada cristalina y en sus bromas de lengua viperina y, para qué mentir, también me desabroché uno de los botones de la camisa.

Pues tan ensimismada me encontraba yo con la bella dama que no me percaté de la presencia de un joven bruto que se nos acercaba. Ceño fruncido, nariz arrugada, colmillos al viento como un malhumorado jabalí. El muchacho se interpuso entre ambas, su jeta enfrentada contra mi rostro, y exigió -¡Exigió, amigos míos, exigió!- que dejara de incordiar a su pobre enamorada.

En ese momento vi que los ojos de la muchacha se tornaban del blanco más blanco que podéis imaginar, y me atrevo a asegurar que los echó tanto hacia arriba que era capaz de ver el interior de sus párpados. No pude reprimir una carcajada al señalar, con aires de grandeza, que la bella dama no parecía del todo interesada en su porcino rostro. El joven hinchó el pecho y volvió coloradas sus mejillas, vociferando con la fiereza de un pollo enojado, y reclamó con bravura la mano de la bella dama.

Entonces pensé, ¿por qué iba yo a cesar en mis intentos de cortejo? ¿Qué debo hacer cuando insultan mi honor con tal descaro? Por supuesto solo se me ocurrió una posibilidad, ¡y es que debía retarle en duelo! Pensadlo: un combate por el amor de una damisela, recoger su pañuelo perfumado y besar su mano en buen augurio, la larga espera hasta el amanecer, quizá el consuelo de su amor efímero... ¡Exquisito! ¡Ideal! ¡Una mujer como yo ha nacido batirse en duelo!

Así pues, me dispuse a sacarme el guante y abofetear con gentileza la cara de nuestro rival... ¡mas diantres, la prenda no parecía hallarse en mí! Seguramente cayera de camino a la cantina, o fuera sustraído por una banda de guanteadores, incluso hubiere sido cena de un dragón devorador de manoplas... Pero la realidad me abofeteó antes que yo pudiera hacerlo, y es que no poseía un guante con el que reclamar mi satisfacción. Así que en vistas de este desatino, y con la mano ya alzada en dirección a su rostro... decidí tomar la ristra de chorizos que aguardaba a mi vera y cruzar con ella el semblante del joven.

El pobre muchacho, no conforme con ser abofeteado por mi cena y con los raudos reflejos de una perpleja gacela, se encontró en tal tesitura que no vio otra que tomar una jarra de cerveza y lanzármela al rostro... con tan mala pata que acertó agarrar la jarra que no era. Así pues el desafortunado joven tomó y derramó la bebida de un impresionante mercenario; ya sabéis, del tipo que tiene bíceps de mármol, abdominales de alabastro y talante impulsivo. No demasiado contento con ello, el guerrero alzó los puños... y así, de la nada, ¡se había formado una pelea de bar!

Volaron taburetes, insultos y agravios, ofensas varias... y también un número considerable de mesas; el alcohol alimentó la ira e hizo aflorar las afrentas de todo aquel que contemplaba el espectáculo. Como las alas de una mariposa invocando un huracán, el suave aleteo de aquella ristra de chorizos había desembocado en la mayor contienda presenciada en el pueblo desde la fatídica Cosecha del 98. Botellas se hicieron añicos, lazos fraternales fueron rasgados, ojos se colorearon de negro y morado, líquido inflamable fue esparcido por doquier... y un especialmente colérico borracho decidió que era buena idea prender una antorcha y amenazar así a sus compadres.

El local comenzó a ser consumido por las llamas, e igual que una maldición se rompe con un gesto de amor verdadero, se podría decir que el fuego fue el apasionado beso que nos despertó a todos del ardiente sueño. Algunos se escabulleron como ratas, otros como valerosos héroes -que también huyeron, pero algo más tarde-; y la dueña de la taberna, que ahora mismo escucha ojiplática y parece tener intenciones de partirme el cuello, consiguió audaz sofocar el fuego y recuperar su cantina con mínimos daños. ¡Verola, escúchame! ¿No ves la publicidad que has conseguido con esto? ¿¡Verola!? Se fue.

Bueno, y os preguntaréis, ¿qué hice yo en tal circunstancia? Pues nada más y nada menos que aprovechar la situación para lucir mi caballerosa disposición, y así marché en auxilio de nuestra bella damisela. Pero, para mí sorpresa, ¡la joven no quería ni mirarme! Avergonzada de la escena que yo había montado y del bochorno al que había sometido a su prometido, utilizó el arte del insulto y el escarnio para componer, por así decirlo, una dulce balada "a mi arrogancia y prepotencia" que sin duda guardaré muy, muy cerquita de mi corazón.

Así pues, amigos míos, esta historia nos deja con una importante moraleja. Debido a mi conducta he arruinado el amor de mi vida y la dignidad de muchos hombres, dañado la taberna de esta buena mujer, y probablemente perdido el derecho de volver a visitar dicha taberna... pues veo que Verola ya ha reunido a sus gorilas. ¡Me marcho, amigos míos! ¡Recordadme cada día! ¡Aprended de mis errores!

¡Nunca, nunca entréis a una taberna sin llevar guantes!



26-Haz una historia en la que el incidente desencadenante sea un guante perdido.

¡Buenos días a todos y bienvenidos al ecuador del reto! Así es, con esta semana hemos alcanzado lo que viene siendo la mitad del año y eso significa que ya he escrito la mitad de los relatos. ¿Cómo vais vosotros? Yo creo que estoy mejorando -muy poquito, pero algo-, ganando constancia al escribir cada semana y, sobre todo, experimentando con géneros e ideas que nunca se me habrían ocurrido. ¡Como este, el primer texto de humor que hago!

O al menos esa era mi intención. ¿Os ha divertido el relato? Lo he escrito pensando en que fuera un monólogo para recitar, y no podía evitar sonreír cada vez que mencionaba los chorizos... Probad a leerlo en voz alta, ya que hay muchas aliteraciones y repeticiones que suenan mejor cuando se interpreta.

La idea de este relato está inspirada en partidas de rol y Dragones y Mazmorras, ya que este tipo de situaciones disparatadas ocurren con muchísima frecuencia, sobre todo si en el grupo hay un bardo demasiado carismático o un pícaro algo malicioso. Una vez estaba dirigiendo una partida y uno de los personajes se frustró tanto que acabó prendiéndole fuego a la puerta de la taberna, así que sí, este tipo de cosas son habituales.

¿Creéis que he cumplido bien el reto? Porque creo que se puede entender que el incidente desencadenante fue la bofetada con los chorizos, pero como esta se debe al guante perdido pues... no sé, ¿qué opináis vosotros?

¡Un saludo y hasta la próxima! Nos vemos la semana que viene <3

Si quieres saber qué es el Reto Literup, haz click en este enlace.

P.D: ¡Por cierto, que casi se me olvida! Por fin he puesto el wigdet de Seguidores en el blog. ¡Si eres lector habitual te agradecería que me siguieras!

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