6/06/2020

Pétalos de porcelana

No podía apartar la mirada. No solo porque el miedo paralizara mis vértebras o porque la luz brillante mantuviera abiertos mis ojos: es que no podía mover la cabeza. Algo la sujetaba, la mantenía fija y orientada hacia el horror que se desplegaba ante mí, me hincaba las rodillas en el suelo regado de sangre. Los gritos, la daga, lo rápido que se desvaneció su consciencia... todo me pareció tan falso. Sus huesos se rompieron demasiado rápido. Y mientras todo aquello pasaba ese algo me sujetaba las manos y los hombros, se abrazaba a mi garganta y separaba suavemente mis párpados, me mecía en su impotente consuelo: "No puedes salvarla, chico. No puedes hacer nada por ella."

Por eso mismo tampoco fui capaz de gritar. Algo dentro de mí sabía que no tenía sentido hacerlo, que mi madre estuvo muerta desde el momento en el que comenzaron los alaridos de súplica. Así que lo presencié todo, en silencio y aterrorizado: pude ver en primer plano el momento en el que mi abuelo le quitaba la vida a su propia hija. Primero un maza entre las cejas que hizo brotar la sangre como un clavel escarlata desplegándose en la frente, y luego su cuerpo inerte desplomándose en el suelo. Una muñeca, mi madre parecía una muñeca: una marioneta con las cuerdas rotas, ojos opacos y ropa descolorida colgando de las extremidades. Así la describía el abuelo, acariciándole con mimo las mejillas; y así le susurraba mientras clavaba la daga. La primera puñalada fue en el cuello, rasgando la yugular y derramando lo que le quedaba de vida, las siguientes ornamentales por el resto de la piel. Simétricas y finas, siguiendo el contorno de su cuerpo, retirando lentamente sus rasgos. Sus ojos, su nariz y sus labios, la piel que recubre las clavículas; como un artista esculpiendo el barro. Y lo observé, preso de su minuciosa obra, hasta que empezó a desollarle los dedos. Eso fue lo único que pudo devolverme al presente.

Cuando se deshizo el embrujo me regresó el olor a sangre seca, las frías luces fluorescentes sobre las baldosas de la cocina y la certeza de que algo horrible estaba ocurriendo ante mí. Aquello no solo era muerte, era un asesinato premeditado, un ritual macabro del que me querían hacer partícipe. Mi abuelo trabajaba en el cuerpo canturreando una melodía ligera, una nana dulce que llevo escuchando desde que era pequeño. 

Duerme, mi flor
de pétalos de porcelana.
Duerme tranquila, mi niña
que yo te traeré el mañana...

Y la cantaba siguiendo el ritmo de mi respiración.

Salí corriendo porque entonces supe que yo sería el siguiente, porque aquel hombre estaba loco y su locura estaba empezando a filtrarse en mis pensamientos. Dejé la cocina atrás de un torpe portazo y giré la esquina hasta el recibidor, aporreando la puerta principal y pidiendo auxilio. ¿Cómo es que la vecina de enfrente no había escuchado los gritos? Ni siquiera se oía aullar a su perro, el que siempre ladra cuando hay voces en el pasillo... Las llaves tampoco estaban en el gancho ni en el pomo. ¿Dónde las tendría mamá? ¿En su bolso?

En la cocina la canción había cesado y ahora tan solo se escuchaba una respiración lenta y pesada, como piedras que se hunden en el agua y retumban cuando alcanzan el fondo. Era profunda y fatigada, lo único que enturbiaba el silencio que rodeaba mis gritos, y aún así me di cuenta cuando paró de repente. A la pausa la siguieron los pasos, un gruñido frustrado, el chirrido de las bisagras de la puerta de la cocina. Pisadas que arrastraban los pies.

Dejé de chillar y me inundó un impulso distinto, el de esconderse y desaparecer como si la tierra pudiera tragarme, convencido de que si huía de él también podría escapar de su oscura pesadilla. Un fantasma, si mi madre era una muñeca yo debía ser un fantasma, y así me deslicé pasillo abajo buscando sombras entre las que pudiera desvanecerme. Mi cuarto era una elección obvia y además la puerta más cercana a la cocina, así que en vez de eso llegué al final del pasillo y me metí en la habitación de mis padres. ¿Y ahora qué? ¿Debajo de la cama, en el baño, dentro del armario? Si me escondía en el ropero podría aprovechar alguna distracción y escabullirme de vuelta a la puerta, encerrar a mi abuelo en el cuarto y correr a la cocina para escaparme por la puerta de atrás, que con suerte sí que estaría abierta. Mientras sus pasos lentos y cojos se deslizaban por el pasillo yo me metí en el armario, amortiguando mi peso entre toallas y pantalones planchados, y cerré la puerta dejando tan solo una rendija desde la que mirar.

El abuelo ni siquiera dudó hacia dónde debía marchar. Ni siquiera se paró ante el resto de habitaciones, ni encendió las luces, ni llamó mi nombre. La tranquilidad de sus pasos me llenó los ojos de lágrimas, y por una vez deseé que ese algo siniestro estuviera allí conmigo para quitarme la voz. Me cubrí la boca con las manos y presioné fuerte en la garganta para ahogar los quejidos, pero era inútil. Mi corazón desbocado era lo que le estaba llamando, su sonido retumbando en las paredes del armario como un mudo grito de terror. El abuelo entró en la habitación y entonces llegó el sonido que me congeló la sangre, entonces echó el pestillo. Ya no podía contener las lágrimas y lloré, con la esperanza de dejar mis ojos secos o de quedarme ciego para siempre. Los pasos se arrastraron hasta el armario. Ya solo me quedaba luchar, un golpe en la entrepierna y escurrirme hacia mi libertad... ¿y qué tal clavarle un tacón en los ojos? Era mejor que nada, así que me armé con uno de los caros zapatos de mi madre justo a tiempo de que mi abuelo abriera el armario.

Y no pude moverme. Creo que fue al ver su rostro, a fijarme por primera vez en las facciones que lo componían: sus ojos pequeños y hundidos grises por el tiempo, su nariz bulbosa, la cara cuadrada y las mejillas desinfladas... Pero era su sonrisa lo que lo inundaba todo. Labios finos y dientes separados, gesto tierno y dulce, una amabilidad marchita y familiar que en estas circunstancias resultaba siniestra. No podía moverme, ni siquiera cuando mi abuelo extendió la mano y acarició con suavidad mi frente. Creo que jamás he sentido un terror tan intenso como el que sentí ahí, agazapado en el armario, con la sombra de aquel hombre volviéndome invisible, con la idea de la muerte goteando sobre mi piel.

No recuerdo sus palabras exactas, solo retazos de la conversación. Dijo, riendo que siempre me escondía ahí cuando era pequeño, que si no echaba de menos jugar al escondite con él. Me habló de la nana y de cuando mamá era pequeña, del perro de la vecina, de memorias que se desvanecen y a las que reemplazan otras nuevas. Me preguntó que si le odiaba. Que si sentía rencor por la muerte de mi madre. Con la voz seca y la sangre ardiente le respondí que sí.

Solo recuerdo lo último que dijo. Se arrodilló ante mí y rió de manera demencial, provocando mis sentidos y derrumbando el mismo universo hasta que se volvió de un rojo intenso, hasta que el asco rezumó por cada poro de mi cuerpo. Esos ojos pequeños, los dientes separados, la podrida sonrisa... Ya nada tenía sentido, solo él y yo y los retazos de mi madre que quedaban en la cocina. Entonces me fue cuando entregó la daga.

Y me dijo, ese bastardo me dijo: "Entonces hazlo. Haz conmigo lo mismo que yo he hecho con tu madre."


23-Un niño ve cómo su abuelo mata a su madre. Explica el terror que siente al presenciar todo y por temer que le encuentre.

¡Buenos días a todos! Os presento el reto número 23, un relato de terror con el que, lo admito, me he divertido mucho. Me he esforzado para no hacer terror cósmico o sobrenatural que es el que más me gusta, pero creo que aún así se nota que es mío.

Quería darle un giro al tema, ya que parecía dejarlo todo muy claro: el abuelo mata a su madre y luego le da miedo que le encuentre, presuntamente porque a él también le iban a hacer lo mismo... ¡Por eso quise darle la vuelta y que al final el niño tuviera que matar a su abuelo! Me parecía más interesante jugar con ese concepto, el del rencor y la venganza. Pero también puede ser que me esté motivando demasiado.

En fin, ¿qué os ha parecido este relato? Me ha llevado un poco más de tiempo escribirlo porque he tenido que ir al dentista esta semana para una cirugía, y entre los nervios y los analgésicos no ando yo muy inspirada. Pero puede que precisamente por eso este relato es un poco más gore...

¡Un saludo y hasta la próxima! <3

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