2/16/2020

El rey de las bestias

El mundo de Janka se definía alrededor del color. El marrón oscuro de la madera de la barca, el azul marino del cielo nocturno, el rojo escarlata de la manta que la arropaba por las noches. Había colores tranquilos y reconfortantes, colores en los que se hundía sin oponer resistencia; y colores peligrosos que ni siquiera se atrevía a tocar. Las voces, los rostros, cada sonido tenía su tonalidad única.

Una vez le habían dicho que ella veía colores que no podían existir. Extraños reflejos en las manchas de aceite, el cambiante patrón de las alas de mariposa o los suaves matices violeta que teñían las llamas. Nadie más los veía salvo ella, pero como eran colores sin nombre a nadie parecían importarles. Janka se marchó de su hogar en cuanto comprendió que allá donde ella veía belleza los demás solo veían gris.

Aquel día el mundo era de tonos tranquilos y familiares. Azul, blanco y beige, los colores del mar y de la arena. Había montado un pequeño puesto en la orilla con los trozos de madera que pudo salvar de su barca encallada, y con palos y mantas consiguió construir un pequeño tenderete. Siempre pensó que esa isla estaba desierta, pero aquel día vio que en realidad había un pequeño poblado en la bahía. Y ya que las olas le habían obligado a naufragar justo al lado, no le quedaba otra que hacer negocio.

Dejó pasar las horas, aburrida, viendo a la gente de la aldea ir y venir con ajetreo. Algunos la miraban a lo lejos con curiosidad, murmurando y lanzando miradas furtivas, mientras que otros hacían como si no estuviera allí. Eventualmente alguien decidió acercarse.

Era un hombre extraño. En realidad, era el hombre más extraño que Janka había visto jamás. No por su aspecto, ya que tenía la piel oscura y el pelo castaño y ondulado, como la mayoría de gente de las islas. Llevaba ropas curiosas, como si pertenecieran a culturas completamente distintas y él las hubiera conjuntado a placer. Reconoció algunos retazos de telas caras y bordados de oro escondidos bajo correas de cuero, en las que llevaba engarzados artefactos y joyas que no había visto nunca. También lucía varios anillos en cada dedo, y aquellos que parecían demasiado pequeños o demasiado grandes estaban enganchados con una pequeña cinta al cuello. A pesar de las ropas chillonas y aparatosas, caminaba con la confianza de un rey y con el desgarbo de un rufián.

Pero lo que de verdad hacía que ese hombre fuera extraño era el color que le transmitía su rostro, como una especie de fulgor dorado que se transformaba a cada instante. Janka no sabía ponerle nombre.

- ¿Qué vendes, muchacha? - preguntó el hombre con gesto altanero.
- Caracolas - respondió, molesta. ¿Por qué siempre la confundían con una niña? Hizo un gesto vago sobre la mesa, en la que había recopilado distintas conchas y objetos marinos.
- Ah, entiendo -. El hombre se inclinó y tomó una pequeña concha blanca y rosada, que tenía una esquina partida -. ¿Y no son estas las conchas que hay tiradas normalmente por la playa?
- Lo son. Las acabo de recoger.
- ¿Y por qué iba alguien a comprartelas cuando pueden ir a buscarlas ellos mismos?
- ¿Crees que me importa? - Janka le arrebató la concha y la volvió a colocar en la mesa -. No es mi problema. Si quieren comprarme conchas, lo harán. Te sorprendería las tonterías por las que paga la gente.

El hombre soltó una profunda carcajada. Su mirada seguía siendo altiva, pero no guardaba ni una pizca de desprecio.

- Está bien, te las compro todas. ¿Qué quieres a cambio?

Janka frunció el ceño. No había pensado en ello. Podía pedirle oro, o uno de los anillos que llevaba, pero eso no le ayudaría a salir de esa isla casi desierta.

- ¿Qué tal algo de comer y un sitio donde pasar la noche?
- Perfecto. Acompáñame, entonces.

Recogió rápidamente sus cosas, envolviendo las conchas con cuidado en la tela turquesa, y le siguió a través de la playa. Ahora veía la espada que tenía a la espalda, ancha y decorada, con un lobo tallado en la empuñadura. Mágica, sin ninguna duda. Seguramente era carísima.

- Por cierto, ¿cómo te llamas? - preguntó Janka -. No me gusta meterme en casas de desconocidos.
- Mi nombre es Ruj'ku - respondió el hombre, sonriendo -. El conquistador, el rey de las bestias, el último gran héroe y el defensor de occidente.

Se giró para mirar a Janka, que permanecía indiferente. Tan solo alzó una ceja con desdén y Ruj'ku se rió, azorado.

- Mis amigos me llaman Ru.
- Mejor. Yo soy Janka, comerciante. No tengo más títulos. 
- ¿Y cómo has acabado aquí? Es la primera vez que nos visita un mercader.
- He... naufragado, más o menos. - Janka miró hacia atrás, hacia los escollos entre los que había varado la barca -. Pero he tenido suerte de que estuviérais por aquí. Siempre creí que esta isla estaba llena de monstruos.
- Ah, todavía lo está. Mira ahí.

Janka vio entonces la bestia a la que estaba señalando Ruj'ku, que custodiaba la entrada al poblado. Parecía una especie de bisonte, grande y con el cuerpo robusto, pero sus cuernos eran mucho más gruesos y toscos de lo habitual. El animal bufó en su dirección y arrugó el morro, dejando al descubierto una mandíbula monstruosa con grandes colmillos. Gruñó suavemente y Janka se detuvo en seco.

- ¡Tranquila, no es peligroso! - Ruj'ku rió y se acercó al animal, que bajó la cabeza sin dejar de enseñar los dientes.
- ¿Estás seguro? - Janka lo miró desconfiada - Parece que come carne.
- Bueno, inofensivo del todo no es - levantó el antebrazo y lo colocó frente a la bestia, que empezó a mordisquear el cuero de la armadura con recelo -. Me costó lo suyo amansarlo, pero ya casi no muerde.

Casi. Janka pasó a su lado bordeándolo con cautela y siguió a Ruj'ku por el pequeño poblado. La gente iba de un lado a otro atareada, pero todos se giraban a su paso. Algunos saludaban a Ruj'ku con una profunda reverencia mientras que otros solo gesticulaban sin levantar la cabeza de su trabajo. Parecía que ese asentamiento llevaba poco tiempo allí, a juzgar por las casetas endebles y las tiendas de tela que componían la totalidad de la aldea. La de Ruj'ku era la más grande.

El interior era amplio y austero, pues además de un par de pesados baúles solo veía un rincón de mantas y una pequeña mesa de madera improvisada, con cojines a su alrededor. Ruj'ku le indicó su asiento mientras él se deshacía de sus joyas y armas y las colocaba contra los baúles. Tomó un pequeño cuenco metálico que posó en la mesa, y con un pequeño toque el agua en su interior empezó a borbotear. Usa magia roja, entonces. Janka le habría juzgado mal. No siempre adivinaba el color de la magia que podía usar cada persona, y este no siempre se correspondía con el color que ella sentía.

Ruj'ku sirvió el agua hirviendo sobre unas pequeñas tacitas que contenían especias. Janka lo tomó y lo mantuvo entre sus manos, inspirando hondo. Era un olor reconfortante y familiar, de un tenue azul cielo, aunque la propia infusión era oscura y marrón.

- Entonces, señorita mercader - Ruj'ku se dejó caer en el cojín -. Podemos reconstruirte la barca en unos días, y podrías marcharte en cuanto esté lista.
- Perfecto - susurró, dándole un sorbo a la infusión -. ¿Y el precio?

Ruj'ku alzó una ceja, divertido, pero ella simplemente se encogió de hombros.

- Las cosas tienen precio. No soy estúpida.
- La verdad es que estaba pensando en pedirte que fueras nuestra comerciante real.
- ¿Comerciante real? - Janka bufó con desdén -. No digas tonterías. No voy a dedicarme a comerciar con una isla de mala muerte.
- Esta isla será pronto un imperio - dijo, con tono severo. Janka se quedó helada. Sonaba demasiado serio para estar bromeando -. Esta isla, y las que la rodean, y todo el continente. Esto es solo el principio de mi reinado.
- De todas formas - intentó reir, incómoda, pero la profunda mirada de Ruj'ku se lo impedía, así que optó por dar excusas -. Yo ya tengo un trato comercial con la Costa de la Luna, y si estaba por la zona es porque necesitaba especias. Ni siquiera sabía que esta isla...

Janka se detuvo de pronto al darse cuenta de que Ruj'ku le estaba mirando fijamente el pecho. Se llevó la mano al cuello, ofendida.

- Perdona, es la brújula - susurró Ruj'ku suavemente, sin apartar la mirada -. Te la compro.
- ¿Esto? - Janka tomó el artefacto y lo giró entre sus dedos -. Ni recordaba que estaba aquí.
- Es mágica, ¿verdad? Veo que no señala al norte. La quiero.

Janka desabrochó la cadena y la puso en la mesa, pensativa.

- No sería justo. La aguja apunta a mi hogar.
- Oh, si es importante no quiero quitártela - Ruj'ku se había inclinado para cogerla, pero en ese momento se echó para atrás -. Parece un objeto muy sentimental.
- Tranquilo, no es eso. Ojalá apuntara a cualquier otro lugar - Janka se mordió el labio, dejando ver un atisbo de dolor en su mirada -. Solo la conservo porque no sé qué más hacer con ella. Necesita un color muy particular para cambiarle el rumbo y no sería justo darte un objeto que no puedes usar.
- Eso no importa - Ruj'ku sonrió y tiró de la cadena -. ¿Me la prestas? Te la devuelvo ahora.
- Claro, pero no la vas a poder activar. Tu magia...

La brújula brilló con un intenso fulgor ámbar que inundó toda la estancia, y una pequeña explosión envolvió al objeto en chispas naranjas. Cuando la luz se calmó la aguja empezó a girar de forma descontrolada.

- ¿Lo ves? - Ruj'ku deslizó la brújula sobre la mesa -. Ahora señala esta isla. Así podrás volver siempre que quieras. ¿Aceptas el trato, mercader?

Janka tomó la brújula con manos temblorosas y miró a Ruj'ku. Este sonreía, complacido e inocente, como ajeno a la grandioso despliegue de poder que acababa de mostrar. ¿El conquistador, el rey de las bestias, el último gran héroe y el defensor de occidente? De repente los títulos cobraron sentido.

Janka se colgó la brújula al cuello y sonrió por primera vez en mucho tiempo. Era una sonrisa feroz y enérgica, de esas que te llenaban los ojos de lágrimas. La sonrisa de alguien que acababa de encontrar su sitio.

- Cuenta conmigo, Ru.



7-¡La fantasía es la protagonista! Esta semana escribe un relato de este género.

Madre mía, no sabéis lo que me ha costado sacar este relato, pero afortunadamente lo he terminado a tiempo. Es curioso, este es el primer reto en el que no me dan una pauta a seguir sino un género entero, y me ha costado más decidir sobre qué iba a escribir que escribirlo en sí mismo.

Este relato está ambientado en el mismo universo que Alas blancas, y todos estos personajes probablemente aparezcan en la nueva novela que estoy planeando. Probablemente vaya subiendo pequeños textos o fichas de personajes, pero de aquí a que la termine...

En fin, poco más que decir. ¡Nos vemos en el próximo relato!

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