2/09/2020

Ejecución

¡Buenas! Voy a colar esto entre los retos porque sinceramente, me apetece. Es tan solo una de las escenas que se desarrolló durante la partida de Dungeons and Dragons de otro día, y tenía ganas de escribir el discursito dramático de Kelek. Ahora me río, pero entonces estaba temblando. Disculpad este texto extraño y sin pulir, pronto volveremos a la programación habitual (?)

(Por cierto, si eres uno de los jugadores y quieres evitar todos los spoilers no leas este relato, aunque si tienes curiosidad por saber qué dijo Kelek antes de bajar la espada... aquí lo tienes)



El orco se removió en el suelo, gruñendo, sintiendo dolor en todos y cada uno de los músculos de su cuerpo. Ese miserable medio humano le había roto un par de costillas de un empujón, y luego le había clavado una espada en... joder, en la puta mano. Levantó despacio el brazo izquierdo para asegurarse y vio que tenía un agujero irregular y alargado en la palma, de forma que los jirones de piel eran lo único que evitaban que la mano se le abriera de par en par. Además de quebrarle los huesos le había cortado los tendones, así que esa mano estaba completamente inutilizada. ¿Cómo iba a combatir ahora? Condenado medio humano.

Lo vio acercarse junto con los otros. Eran un grupo variopinto a los que no había prestado atención durante el combate, pero ahora veía que dos ellos eran de ascendencia élfica. No se esforzó en reprimir una mueca de asco. Los otros eran una especie de demonio rojizo, un humano de ropas anchas y pesadas, y por supuesto el medio orco-medio humano que le había dejado fuera de combate. Le superaban en número y no veía opción de escapar. Intentó mirar a su alrededor, pero no veía los cadáveres de sus compañeros. Lo más sabio era darlos por muertos.

- Uhm, buenos días.

El medio orco habló con un marcado acento del sur. Se le veía en la piel, que a pesar de ser más clara y pálida que la suya era de un pronunciado color verdoso. Tenía el pelo largo y negro que le caía por los hombros, y hachas pequeñas a ambos lados de las caderas. Llevaba la dichosa espada colgando del cinturón.

- Hemos venido aquí porque nos han dicho que estábais causando problemas.
- ¿Problemas, dices? - se rió, a pesar del dolor que le provocaba -. Solo hacíamos lo nuestro. Conquistar y saquear estas tierras, ganarnos la vida. Un media raza como tú nunca lo entendería.
- Soy igual o más orco que tú - replicó, enseñando los pequeños colmillos.
- Vienes a este lugar rodeado de elfos, asesinas a los tuyos... ¿Y te haces llamar orco? Tú lo que eres es un traidor.

Le escupió en la cara con toda la fuerza que pudo reunir, lo que le provocó una tos profunda y violenta. El medio orco no pareció inmutarse, pues tan solo se retiró los restos de sangre y saliva de un manotazo.

- Yo solo imparto justicia. Si os dedicáis exclusivamente al pillaje tarde o temprano teníais que pagar las consecuencias.
- ¿Y qué querías que hicieramos? ¿Morirnos de hambre?
- Otra cosa. Asentarse, cazar, mantener a tu gente... no causarle problemas a los de tu propia especie.
- Imbécil, somos orcos - gruñó, con una sonrisa prepotente -. Estamos aquí para conquistar y saquear, para que los débiles se arrodillen y mueran avergonzados. Son las órdenes sagradas de Gruumsh.
- Te entiendo. Pero yo también sigo los designios de los dioses, así que comprende que esto es inevitable.

El joven se incorporó. Parecía agotado y le temblaban ligeramente las manos.

- Si quieres te permito morir con honor. Te daré un arma.

El orco volvió a mirarse la mano, completamente destrozada. La alzó como pudo y la deslizó por el rostro, dejando en la cara un rastro de sangre y tierra.

- No te preocupes - rió suavemente -. Tengo la conciencia tranquila. Él ya ha visto todo lo que tenía que ver.
- Tú mismo - el medio orco comenzó a desenvainar la espada -. Entonces nos veremos en el campo de batalla.
- ¿Tú? - respondió, con una sonrisa burlona - Como si fueras a ir allí.

Cerró los ojos, pero la muerte no llegó de inmediato. En vez de eso el medio orco tomó la espada y la posó suavemente en su cuello.

- Rezo por tu alma, hermano, pues tú has seguido tu camino y yo he seguido el mío.

Qué extraño. Aquel media raza estaba recitando uno de los ritos de la muerte. ¿De dónde lo habría aprendido?

- Que la mano blanca te lleve pronto, pues tu alma merece ser juzgada por El Que Observa. Doy fe de que este hombre ha muerto con honor, pues yo soy quien le arrebata la vida.

El orco abrió los ojos, desconcertado, con la sonrisa completamente borrada del rostro. Vio que estaba blandiendo la espada con la mano izquierda, aunque en combate hubiera jurado que era diestro... ¿Qué estaba haciendo? ¿Quién se cree que es?

- Lo hago con la autoridad que me otorgan los dioses, con el perdón de matar a un hombre desarmado.

El medio orco alzó la espada y le miró a los ojos, con una determinación casi divina en la mirada. ¿Por qué...?

- Pues mi Dios es Ilneval...

No. No era posible. Un medio orco, no tenía sentido.

... y yo soy su espada.

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