3/17/2020

Romper el hielo

Faltaban tan solo quince minutos para las nueve de la noche, pero Gabriel ya llevaba un buen rato esperando en la puerta de la pescadería. Del cielo caía una fina llovizna que salpicaba los cristales y poco a poco empezaba a acumularse en las rendijas de los adoquines. Gabriel bufó, lamentando haberse olvidado el paraguas en casa, y paseó distraído por los alrededores como si así se fuera a mojar menos. Atisbó su reflejo entre los escaparates y aprovechó para arreglarse el pelo, rubio y ligeramente engominado, que la lluvia estaba intentando echar a perder. Se fijó también en su ropa: la camisa azul clara, los pantalones vaqueros y los mocasines castaños. No era demasiado formal, pero quedaba elegante. Ahí delante, mirando su reflejo, le dio la impresión de que la camisa le quedaba demasiado pequeña. Había engordado un poco últimamente, y tenía unos cuantos kilos más que en la foto que le había enseñado a Marco... De repente sintió pánico. ¿Y si Marco había venido a verle pero no le había reconocido? ¿O es que le había visto y no le había gustado? Se apresuró en sacar el móvil del bolsillo, con un nudo en la garganta.

En ese momento la puerta de la pescadería se abrió y de ella salió un hombre de pelo negro y lacio, con los ojos rasgados y oscuros, que emitió un grito ahogado al verle.

- ¡Oh dios mío, lo siento muchísimo! Creí que ibas a llamar cuando llegaras.
- No, yo lo siento - respondió azorado -. No sé por qué, pero pensé que vendrías de fuera. Perdona, no lo había pensado bien.
- No te preocupes, uhm... - Marco sonrió, con las mejillas enrojecidas -. ¿Quieres pasar, entonces? 

Gabriel asintió y corrió para llegar a la puerta, sacudiendo su cabeza bajo el umbral y limpiando con esmero sus zapatos en el felpudo. Le sorprendió el estado de la pescadería, completamente vacía e iluminada por una luz cálida. Había una gran mesa y un par de sillas en lo que parecía ser el único rincón disponible, y sobre ella reposaban dos platos y dos vasos junto a sus cubiertos. Se fijó en que Marco llevaba puesto el delantal y los gruesos guantes de goma, como si estuviera atendiendo la tienda.

- Ah, esto. Estaba limpiando - dijo Marco al ver que lo miraban tan fijamente. Gabriel se rió y dejó caer su mochila sobre una de las sillas.
- No importa, tranquilo. ¿Qué tienes para mí?
- Mira, te he reservado estas piezas - se colocó tras el mostrador y empezó a señalar los distintos peces que reposaban sobre el hielo -. Escoge la que quieras, son todas de buena calidad. 
- Huelen mucho a mar - dijo Gabriel mientras se inclinaba para examinarlas -. Son muy frescos. 
- ¡Se nota que sabes mucho! - gritó de pronto Marco, claramente emocionado. Se apresuró a tomar una de las piezas, una lubina de ojos brillantes -. Esta me la han traído hace tan solo unas horas, así que está en el mejor momento.
- No sabía que se pescaba por la tarde.
- Bueno, uno tiene sus contactos - soltó una pequeña risa nasal y maliciosa que a Gabriel le pareció adorable.
- En ese caso sería una pena desperdiciarla.

Marco asintió ilusionado y comenzó a limpiar la lubina de forma metódica, como si de todo un maestro se tratara, y Gabriel se dedicó a preparar lo suyo. De la mochila sacó una placa eléctrica que colocó sobre la mesa, algunos ingredientes y varios utensilios de cocina que distribuyó cuidadosamente. También sacó una botella de vino blanco. Marco movió entonces la lubina a la mesa, sin entrañas ni escamas, y la colocó sobre la tabla de cortar. Empezó a filetearla con facilidad, casi como si los lomos se separaran solos, y cuando terminó los ordenó para que fueran simétricos. La presentación era, sin duda, impecable.

- Tu turno - se apartó y señaló el pescado con un gesto dramático, lo que hizo que Gabriel contuviera una risotada.

Marco había dado todo un espectáculo, así que ahora le tocaba a él. Colocó una sartén grande en el fuego y vertió sobre ella una fina capa de aceite. Entre tanto enharinó los lomos y después los introdujo en el aceite caliente, que empezó a burbujear a su alrededor. Aprovechó para cortar y limpiar las verduras: las zanahorias en finas rodajas y los espárragos verdes en trozos pequeños. Los añadió rápidamente a la sartén junto con un puñado de almendras laminadas y empezaron a freírse de inmediato, arrugándose en los bordes y adquiriendo una tonalidad oscura. Cuando todo estuvo cocinado vertió un vaso de caldo de pescado -que él mismo había preparado el día anterior- y un generoso chorro de vino blanco. El líquido chisporroteó contra la sartén caliente, lo que hizo que Marco soltara una exclamación de asombro.

- Mira, la harina hará que la salsa espese y con el calor se reducirá, para intensificar el sabor - explicó Gabriel. Luego inclinó la botella sobre las copas vacías, dubitativo.
- Por favor - Marco asintió mientras se sentaba al otro lado de la mesa, sonriendo de oreja a oreja. 

Gabriel sirvió el vino en las dos copas y tras darle un pequeño sorbo a la suya volvió a concentrarse en su plato. Removió la salsa, que poco a poco se oscureció y se volvió más melosa, y cuando estuvo lista sirvió los platos. Primero las verduras, luego los lomos de lubina, y finalmente espolvoreó un poco de perejil fresco por encima. Parecían platos recién salidos de un restaurante.

- Uhm, bueno - Gabriel se sonrojó de pronto, inseguro, mientras le entregaba un plato a Marco y se sentaba frente al suyo -. Aquí tienes. Que aproveche.

Marco sonrió agradecido y tomó un bocado. Gabriel se fijó en que, en vez de pinchar al azar, Marco había cogido una pequeña muestra de cada ingrediente y lo había reunido sobre el tenedor, como formando un plato en miniatura. Lo masticó despacio, saboreándolo en silencio bajo la mirada expectante de Gabriel. Cuando por fin terminó soltó una pequeña risita.

- No sabía que una simple lubina pudiera saber tan bien - bromeó, mientras volvía a tomar otro bocado.
- Muchas gracias - Gabriel suspiró aliviado, por fin sintiéndose con fuerzas de probar su propio plato. Le había quedado bien, pero quizá necesitaba un poco más de fuerza. ¿Guindilla, quizá? Pero bueno, tampoco sabía si a Marco le gustaba el picante...
- Entonces, ¿trabajas de cocinero en algún sitio? - interrumpió de pronto él, con ojos brillantes y curiosos.
- Ah, no. Solo soy diseñador gráfico - dijo, casi atragantándose. Tosió un momento antes de continuar -. Lo de cocinar solo es un hobby.
- Pues se te da muy bien, de verdad. Podrías dedicarte a esto.
- Exageras - Gabriel sonrió, dándole otro sorbo al vino -. Además, me gusta mi trabajo actual.
- Ojalá pudiera decir lo mismo - Marco suspiró, dejando de comer un momento para mirar a su alrededor -. Me encargo de la pescadería porque es el negocio de mis padres, pero ya está. Yo quería ir a la escuela de arte porque siempre me ha gustado dibujar, pero me quitaron la idea de la cabeza - se encogió de hombros -. Supongo que no querían que me muriera de hambre.

Se creó un silencio pesado entre los dos. Marco ya no sonreía, sino que miraba pensativo al plato mientras hacía círculos con el tenedor. En vez de soltar una risita o un chiste para aligerar el ambiente dejó caer los hombros, abatido.

- Lo siento. Podemos hablar de otra cosa si quieres.
- ¿Y por qué no lo haces ahora? - preguntó Gabriel con suavidad. En su mirada había una calidez extraña -. Puedes dibujar en tus tiempos libres, o asistir a cursos.
- No puedo dejar la pescadería, Gabriel. Mis padres...
- No te estoy diciendo que lo dejes. Puedes hacer ambas cosas, ¿no crees? ¿Por qué no me enseñas tus dibujos?

Marco dio un respingo y miró a Gabriel, desconcertado. Él permanecía tranquilo y sonriente. 

- Si no quieres no pasa nada. Era por si querías que les echara un vistazo.
- Ya, si te entiendo, pero yo... - Marco empezó a girar el tenedor entre sus dedos, reflexionando, hasta que por fin se decidió a hablar -. Supongo que me da miedo no ser lo suficientemente bueno.
- No tienes que ser bueno para disfrutar de algo que te gusta. Es como cantar en la ducha o hacer postres horribles, son cosas que se hacen para uno mismo.

Marco sonrió ligeramente, pero aún pensativo. Miró al plato de lubina a medio terminar, a sus manos intranquilas, y luego miró a Gabriel. Tenía unos ojos preciosos, de un marrón profundo y reconfortante y la sonrisa ligeramente torcida, muy tierna. Tuvo que esforzarse para no perderse en ella.

- Está bien - sacudió de pronto la cabeza y alcanzó su teléfono móvil, que estaba en una esquina de la mesa. Al desbloquearlo le temblaron las manos -. Eres la primera persona a la que se los enseño, y me da mucha vergüenza, y casi todos están sin terminar...
- Te repito, no tienes por qué enseñármelos - dijo Gabriel, a pesar de extender la mano para alcanzar el móvil -. Solo hazlo si te sientes cómodo.
- Ya, lo sé. Pero creo que puedo confiar en ti.

Gabriel entonces comenzó a mirar los dibujos y Marco saltó de su asiento para ponerse a su lado. Le explicó el significado de cada símbolo, o la historia del personaje, o en qué había basado ese paisaje tan particular. Gabriel asentía y preguntaba también, comentando el uso del color o de la anatomía, y a cada instante Marco estaba más emocionado. Poco a poco su ansiedad se había convertido en una ilusión imparable, y finalmente regresó a su asiento con el corazón acelerado.

Después de aquello hablaron de todo un poco, con la extraña confidencia de saber que, en esencia, los dos aún eran unos extraños. Gabriel habló de su infancia, del pueblo en el que veraneaba con sus abuelos, contándole aquella vez que intentó enamorarse de su vecina; Marco habló de sus padres y de su antiguo instituto, de cómo hacía años que no se hablaba con su hermano pequeño. Terminaron la botella de vino y rebañaron los platos, alargando una sobremesa que en otras circunstancias se estaría haciendo eterna, hasta que Marco miró de pronto la hora.

- Ay dios, ¡es tardísimo! - se levantó de un salto y empezó a recoger -. Mis padres me matan como llegue tan tarde a casa.
- Espera, que te ayudo. ¿Dónde va la mesa?
- Normalmente la tenemos en el almacén, mira, te enseño cómo plegarla.

Gabriel recogió el mantel y la mesa, guardando lo que sobró de sus ingredientes de vuelta en la mochila junto con la placa eléctrica. Marco se llevó todo lo demás a la parte de atrás, donde fregó los platos y la sartén para dejarlos escurrir. Cuando terminó empezó a desconectar todas las luces y le hizo un gesto a Gabriel para que saliera.

La noche era cerrada y oscura, con las nubes cubriendo la mayoría de estrellas, aunque al menos ya no estaba lloviendo. Marco echó el cierre del local y entonces tomó el móvil.

- Uf, por poco. Quince minutos más y el taxi me saldría más caro.
- ¿Quieres que te lleve a casa? Siempre llevo un casco extra en la moto.
- Ah, me encantaría, pero mis padres no saben nada de... tú sabes - dijo, señalándose a sí mismo y luego a Gabriel -. Me matarían.
- Oh, vaya, lo siento mucho - Gabriel se quedó pensativo unos instantes -. Espera, ¿entonces qué les has dicho para que te dejen organizar la cena?
- Que eras un ricachón excéntrico que quería comprar pescado en privado.

Gabriel soltó una profunda carcajada, y esperaron juntos el taxi mientras intentaban terminar la conversación, pero ninguno de los dos quería dejarla morir. Cuando llegó el taxi se quedaron un momento mirándose en silencio, sin saber bien qué decir. Entonces Gabriel se dio cuenta de una cosa.

- ¡Espera, la sartén! - gritó de pronto, mirando a la puerta del local -. Está dentro, ¿verdad? ¿Te importa que venga mañana a buscarla o prefieres que me la lleve ya?
- No te preocupes. En la próxima cita te la doy, ¿de acuerdo?

Gabriel le miró confundido, y hubiera jurado que el corazón se le había detenido por completo. Un millón de ideas le inundaron la cabeza y por un instante ni siquiera estuvo seguro de haberle entendido bien.

- ¿La próxima? ¿Entonces quieres...?

Marco se inclinó para besarle y Gabriel se dejó llevar, como si el mundo entero se hubiera desvanecido a su alrededor. Sus labios eran cálidos y suaves, una sensación que le nublaba la cabeza y que se enredaba en la garganta. Un beso corto e intenso que fue interrumpido por la bocina impaciente del taxi.

- Joder. Me tengo que ir - Marco se separó ansioso, con la respiración entrecortada -. ¿Volveremos a vernos?
- Por supuesto - respondió Gabriel, con la voz temblorosa de emoción -. Hasta la próxima.



12-Haz una historia sobre una primera cita en una pescadería.

Yo quería escribir un relato cortito y romántico y he acabado con +2000 palabras de fluff gay. Lo siento. Y es que últimamente le estoy cogiendo el gusto a escribir cosas románticas, ¡a pesar de que nunca me ha gustado leerlo! Siempre me da la impresión de que el género está lleno de amores adolescentes tóxicos, demasiado sexo con metáforas que dan grima o, simplemente, relaciones vacías que no te aportan nada. Por eso he intentado escribir algo un poco más realista y cuqui.

¿Recordáis vuestra primera cita? Yo sí, simplemente caminamos durante horas bajo el abrasador sol sevillano y terminamos en un starbucks, tomando café y charlando sobre nuestra vida. La recuerdo con mucho cariño, así que ahora en nuestro aniversario siempre intentamos ir a por un café <3

Nada más que añadir, aparte de que podéis dejarme comentarios o reviews y compartir el post si os ha gustado. Además, ¿qué tal si aprovecháis la cuarentena para leer otros de mis relatos, o incluso echarle un vistazo a Ojo de buey? También podéis recomendarme escritores o blogs que me puedan interesar, que necesito más entretenimiento.

¡Un saludo y nos vemos en el próximo relato!

Si quieres saber qué es el Reto Literup, haz click en este enlace.

2 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Yo también participo en este reto. De vez en cuando me paseo por los relatos de otros participantes. Así aprendo.
    Como bien dices al principio, al llegar a tu relato he pensado ¡puffff, qué largo! Pero tengo que ser sincera, te ha quedado un relato de 10. Las descripciones de cada momento me han encantado, cuando Gabriel espera bajo la lluvia, cuando preparan la cena, cuando hablan de los dibujos... has creado distintas atmósferas para cada momento de la cita. Me ha parecido genial. Hasta la próxima.
    Feliz domingo.

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    1. ¡Muchísimas gracias por tu comentario, no sabes la ilusión que me ha hecho! Cosas como esta me animan a seguir escribiendo. Mucho ánimo con los retos, luego le echaré un vistacillo a tu blog <3

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