8/06/2020

La bruja de Sanabria

El valle había amanecido cubierto de niebla, una bruma densa y pesada que se enredaba entre las zarzas secas y se acumulaba en el suelo formando de charcos de humo blanco. Y aún así la mañana transcurría serena, pues incluso con las inclemencias del mal tiempo el mercado de los sábados había permanecido abierto. Viajeros y comerciantes se arremolinaban en la pequeña plaza para exponer sus mercancías en tenderetes improvisados: los más lujosos tenían una pequeña estructura de madera con techo de paño, otros usaban repisas instaladas en el lateral de su carro de caballos, y los más humildes paseaban por la plaza ofreciendo sus productos en una cesta de mimbre. Todo era normal excepto la pegajosa humedad en el ambiente, la extraña niebla que no había dejado rocío sobre las flores.

Con los mercaderes también suelen llegar individuos peculiares, forasteros en busca de aventuras o almas errantes mendigando caridad, así que la visión de aquella mujer no despertó curiosidad alguna. Parecía un fantasma de piel morena, con el rostro arrugado y el cabello castaño, y caminaba arrastrando sus ropajes descoloridos por el barro. Ninguna mirada se posaba en ella y todo vecino pasaba de largo; tan solo su voz cascada y sus afilados ojos oscuros eran capaz de reclamar su existencia.

— Disculpe, buen hombre — anunció ella frente al puesto del comerciante de telas —. ¿Le sobran algunos paños para cubrir mi achacoso cuerpo? Esta humedad se me cala hasta los huesos, y del dolor casi no puedo caminar.
— Vieja mugrienta, márchese — replica el mercader sacudiendo la mano —. ¿No ve que me espanta a la clientela?

La mujer marchó y avanzó al siguiente puesto, una vendedora errante que llevaba en su carro vinos de distintas procedencias. A su alrededor se agrupaban los aldeanos con vasijas vacías, intercambiando monedas de plata por vino recién escanciado.

— Perdona, buena mujer — llamó ella, posando sus manos huesudas sobre la madera oscura —. Hace semanas que no bebo más que del barro y de charcas estancadas, ¿haría el favor de saciar mi sed con su vino más humilde?
— Lo siento mucho, anciana — responde la dama con gesto titubeante —, pero el vino es costoso y no lo puedo desperdiciar. Beba usted del abrevadero, allá donde esperan mis caballos.

La mujer caminó entonces hacia donde le indicaban, junto al lodo y el ganado, pero antes de llegar una chiquilla le interrumpió el paso. La había visto antes en la plaza, portando un cesto de caña trenzada que había equilibrado con cuidado sobre su cabeza.

— Señorita, tome usted un poco —. La niña inclinó el cesto y dejó ver varios bollos de pan blando, con hierbas y semillas en su superficie —. Están deliciosos, y seguro que tras su largo viaje le viene bien comer.
— Eres un encanto, criatura — la mujer sonrió dejando al descubierto dientes torcidos y de un brillo extraño—. ¿Por qué eres tan bondadosa?
— Mis padres me enseñaron a ser amable, señorita. Somos gente humilde y entendemos los tormentos del hambre y la sed.
— Entonces, dulce niña, escucha bien —. La mujer se inclinó sobre su oído y le sujetó el rostro con sus manos ásperas —. Tú y tus padres, marchad del pueblo antes de que caiga el sol.

Y entonces colgó en su cuello un amuleto de madera que tenía tallado un símbolo de herradura. La niña lo sujetó con manos temblorosas.

— Confía en mí, pequeña. Esto te traerá suerte allá donde vayas, y hallaréis la riqueza donde sea que queráis asentaros.
— Está bien, marcharemos temprano. Repartiré mis panes entre los vecinos y partiremos antes del ocaso.

La mujer sonrió satisfecha y desapareció del pueblo, sin beber agua y sin llevarse el pan que le ofrecieron, caminando con pasos que no dejaron huella alguna. A la mañana siguiente el pueblo desapareció bajo las aguas, pues una gran tormenta de pronto había colmado el valle. Pocos testimonios quedan de aquellos que saben del pueblo que allí existió, pues ahora todos lo conocen como el lago de Sanabria.



32-Haz una historia ambientada en el entorno rural de un pueblo de Castilla. Recoge alguna de sus leyendas e intégralas.

¡Hola! Menuda metedura de pata tuve con este relato al principio de semana. Leí el reto demasiado rápido y me emocioné con lo de leyendas castellanas, así que me puse a hilar una historia ambientada en Ávila, porque estuve viviendo allí durante varios años y conozco bien la ciudad. Ávila tiene muchas leyendas, sobre todo relacionadas con su muralla, con su catedral o con la figura de Santa Teresa... y me disponía a escribir cuando leí el reto de nuevo: ¡tenía que estar ambientado en un pueblo, no en una ciudad! Así que busqué por internet la primera leyenda que encontré y me puse a improvisar.

No conocía la leyenda del Lago de Sanabria, pero se cuenta que bajo sus aguas hay un pueblo sumergido por su egoísmo. La historia me parecía perfecta para escribirlo como moraleja, así que tomé la base y creé el personaje de la bruja. Aún así entiendo que está poco inspirado... me hubiera gustado encontrar una leyenda más oculta y darle algunas vueltas más. Si tan solo no hubiera perdido el tiempo en crear otra historia... ¿creeis que debería escribirla de todas formas? A lo mejor la aprovecho para el próximo reto.

En fin, ¿qué os ha parecido? ¿Conocíais alguna leyenda de Castilla? ¿Habéis visitado la zona? A mí me gusta la zona sur de Castilla, hay muchísimas montañas y por tanto muchas rutas de senderismo... y seguro que muchas leyendas por descubrir.

¡Un saludo y hasta la próxima!

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4 comentarios:

  1. No conozco nada del folclore de Castilla, pero me ha gustado muchísimo. Mola mucho la ambientación!

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  2. Yo tampoco conocía nada del folclore de Castilla, también tuve primero que informarme algo. Me quedó largo.Creo que demasiado. El tuyo me ha encantado, ese personaje de la bruja está muy logrado. Para nada me parece poco inspirado. Saludos!

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    1. Muchísimas gracias! Pues el tuyo me gustó porque contaste tu propia historia pero integraste la leyenda perfectamente, que no es fácil

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