Posibles Spoilers para La Maldición de Strahd.
Adrian los vio marchar desde lo más alto del tejado, nada más despuntó el amanecer. Las filas de viñas y ramas secas se habían cubierto de un rocío brillante, y la bruma de la mañana se deslizaba por las colinas como un oleaje lento y tranquilo. El grupo de aventureros había dejado un sendero de hierba aplastada y húmeda al descender por el valle, y sus huellas embarraban el camino allí donde habían tomado el carro para regresar a la ciudad. Además del ocasional graznido de los cuervos y del lejano traqueteo del carromato, los viñedos se encontraban en calma. Adrian esperó a que la silueta de los expedicionarios desapareciera entre los árboles, y solo entonces descendió del tejado y atravesó la ventana de la cocina.
—Ya se han ido, padre.
—Bien. Ya era hora.
Davian Martikov era un hombre grueso, solemne y cascarrabias. Sus hijos se habían acostumbrado a su trato áspero y eran capaces de ver la ternura que escondía bajo los gruñidos y los ceños fruncidos, pero su actitud brusca no le ayudaba a la hora de tratar con desconocidos. La noche anterior había sido un claro ejemplo de ello.
—Revisa el claro donde han acampado esta noche —añadió Davian, sin levantar la mirada de la pila de platos que estaba fregando—. Y que uno de los nuestros los vigile, al menos hasta llegar al Reposo.
Adrian se deslizó desde el alféizar y se sentó junto a su hermane, que le lanzó una mirada de consternación y le hizo un gesto con el mentón en dirección a su padre. Adrian se encogió de hombros, lo que hizo que Elvir suspirara con gesto exagerado y se aclarara la garganta antes de hablar.
—Padre, ¿no crees que es un poco... excesivo?
Davian estampó un cuenco de madera enjabonado sobre la encimera, y las blancas salpicaduras de espuma brotaron a su alrededor.
—Esos niños nos han amenazado, Elvir.
—También han salvado nuestra casa y nos han devuelto nuestras tierras...
—¡Destrozadas y arrancadas de sus raíces! Hay cadáveres en el patio donde juegan mis nietos, muebles y puertas destrozados que a duras penas sirven para leña... ¡Y encima dejáis que se lleven nuestro vino!
Incluso de espaldas se podía apreciar que el rostro de Davian se estaba volviendo rojo de rabia. Elvir pellizcó la oreja de su hermano y le susurró al oído.
—Adrian, di algo, que lleva así toda la mañana...
—Papá —alzó la voz el hermano mayor—, los aventureros nos han ayudado a librarnos de los salvajes y, además, van a entregar a Krezk todos los barriles de vino que les debíamos. Entiendo que sus formas no han sido las mejores, pero tampoco han pedido nada a cambio...
—¿Nada a cambio? —Davian se giró de golpe, y su mueca de disgusto se ocultaba a duras penas bajo la barba blanca y gris —. Niño, no seas ingenuo. Querían el vino porque necesitaban un salvoconducto. Bien saben que la Santa Ciudad Fortificada de Krezk no iba a dejar entrar a semejante panda de maleantes sin una buena excusa bajo el brazo. Ahora viajan bajo nuestro estandarte, y todas las fechorías que hagan en ese pueblo mancharán nuestro nombre.
—Muriel dijo que eran de fiar, que la salvaron de los espantapájaros...
—Muriel es una buena chica, pero alocada, y en ocasiones su criterio flojea por su buen corazón —el rostro de Davian se suavizó de forma casi imperceptible, pero lo suficiente como para que sus hijos lo percibieran—. Es mi obligación, como Guardián de las Plumas, juzgar en última instancia las intenciones de nuestros allegados. Y os digo que ese grupo no se trae nada bueno entre manos.
Adrian bajó la mirada a la mesa. Había ido a recibirles la primera vez, cuando aparecieron entre los árboles con Stephania y su marido, sanos y salvos. Portaban una ilusión y orgullo desmedidos. Los cuervos cantaban, y en sus melodías solo había alabanzas y proezas dignas de héroes. Había ansiado conocer a aquellos que se habían enfrentado al aquelarre de brujas para liberar a unos huérfanos, a los que habían liberado a un niño de su demonio, a los audaces aventureros que habían plantado cara al mismísimo Señor De Las Tierras y habían sobrevivido para contarlo, no sin antes someter al descanso eterno a varios de sus siervos... Y llegaron, con sus armaduras pulidas y sus artes arcanas, prometiendo liberar su hogar. Los cuervos también cantarían sobre aquello.
Pero Adrian los había visto marchar, y entonces solo quedó un rastro de muerte. Se llevaron la gloria, pero dejaron atrás el recuerdo de una ballesta apuntando a su padre, una mirada altiva, unas mentiras veladas bajo sonrisas amables. "No nos respetan", pensó entonces, y de repente la imagen de los héroes se reveló como formas bajo seda mojada. Un borracho impulsivo, una niña hueca y sin corazón, un paladín con el brillo de la venganza en los ojos, una devota de un dios extranjero, y esa criatura de los bosques sobre la que se narraban fábulas a los niños. Hombres y mujeres despreciables, con bendiciones infames sobre sus hombros. Si aquel grupo decidía hacerles su enemigo, no tendrían forma de oponerse a ellos. Si se desviaban del camino del bien, si de algún modo su lealtad cambiara y empezaran a servir al Señor...
Adrian miró por la ventana, a la bandada de cuervos que picoteaba una pila de huesos. Habían dejado ahí, a la intemperie, a los allanadores que los viajeros habían derrotado. Encontraron sus cuerpos con heridas espantosas, quemaduras y cortes supurantes, y de uno aún no habían hallado la cabeza.
—Mandaré algunos cuervos a que sigan a los viajeros —otorgó Adrian, bajo la mirada de ultraje de Elvir—. Solo por si acaso, para que nos avisen si ocurre algo en la ciudad.
—¡Los cuervos no quieren acercarse a la abadía! —replicó Elvir—. Hace frío, y temen que los cacen. He escuchado que ahí arriba se los comen...
—Irán si se lo ordenamos. —El tono severo de Adrian recordaba al de su padre—. Si es necesario, iré yo mismo.
—No será necesario —intervino Davian, con sorprendente calma en su voz—. Manda a los cuervos, hijo. Gracias.
Adrian abandonó la cocina y el silencio regresó, teñido por el suave roce del paño sobre los vasos de cristal. Elvir se frotó las sienes y se sumió en su derrota. "Adrian heredará los Guardianes de las plumas", pensó, "y Stephania tiene a su marido y a sus hijos. Pero yo solo tengo esto".
—Papá, sin las piedras no somos nada. Los viñedos...
—Los viñedos morirán —concedió su padre, con voz suave y débil. Parecía que los años le pesaban de pronto, y sus hombros se hundían del cansancio—. El vino dejará de regar esta tierra, y su magia quedará perdida para siempre. Lo sé, Elvir. Lo siento.
—Ellos nos podrían haber ayudado. Si les hubiéramos explicado la situación, habrían encontrado las piedras.
—No me cabe duda. ¿Y crees que nos las hubieran devuelto?
Elvir se mordió el labio. Había visto la avaricia en sus ojos. La caja fuerte de su habitación tenía la cerradura rota, y sus contenidos habían sido revueltos. No se habían llevado el oro, pero sin duda la habían abierto buscando algo de valor. ¿Se habrían detenido si hubieran encontrado en su lugar alguna reliquia familiar? Algo como unas piedras alquímicas capaces de alimentar de magia la tierra...
—Iré a buscarlas yo misme —Elvir se levantó de golpe, arrastrando la silla contra la madera—. No voy a permitir que os quedéis aquí de brazos cruzados mientras nuestra tierra se muere.
—Elvir, por favor...
Pero Elvir ya se había marchado en un batir de alas negras. Davian le vio alejarse contra las nubes anaranjadas del amanecer, y los demás cuervos graznaron a su paso. No había nada que Davian deseara más que unirse a ellos, gritar y volar tras sus hijos, obligarles a regresar a la calidez del nido y prometerles que no les pasaría nada malo. En vez de eso, se secó las manos en el delantal y terminó de guardar los platos. A lo lejos los cuervos cantaban, devoraban los cadáveres que los héroes habían dejado atrás.
Esta última partida que jugamos para la Maldición de Strahd fue... interesante. Los Martikov, que en el libro se conciben como aliados para los jugadores, terminan por enemistarse con el grupo debido a una serie de malentendidos y amenazas mal llevadas. Me apetecía mucho escribir un poco sobre las consecuencias de este evento, y también hacer un relato sobre qué pasa cuando una típica banda de aventureros de D&D termina su misión y se marcha, dejando atrás los restos del combate. ¡Espero que os haya gustado!