"Control. Dominio. Arte."
Un paso. Firme, rápido, severo como un martillo restallando en la forja, y el cuerpo de Mercurio se arquea para adoptar una pose defensiva. Brazos tensos, rodillas flexionadas. Sus ojos miran al frente, gélidos, conteniendo la respiración para evitar dañar la quieta imagen que se refleja frente a él. Uno de los espejos le susurra que el ángulo de sus dedos no es perfecto. Frunce el ceño y una fina arruga agrieta el maquillaje cuando curva un poco más el meñique. Es casi imperceptible, pero siente que se ve mejor así, y con eso es suficiente.
Segunda pose. Alza las manos al cielo y sus piernas se estiran, gráciles, mientras sostienen todo su peso sobre las puntas de los pies. Su cuerpo ansía flotar, pero Mercurio lo detiene en seco y sus músculos obedecen, resignados. La postura perdería el sentido si pudiera elevarse en el aire, si el peso que comprimiera sus tobillos fuera ingrávido. Una ilusión, no una proeza. Así que mantiene la forma hasta que sus piernas arden, y finalmente se obliga a dejar caer los talones.
Un tercer paso, rápido, desliza sus pies en un arco afilado mientras sus manos rígidas azotan el aire. El golpe seco hace brotar un restallido, que tintinea en el ambiente unos segundos antes de desvanecerse por completo. Mercurio observa con rostro inexpresivo la fina grieta que se ha formado en uno de los espejos frente a él. Suspira, aunque no necesite hacerlo, mientras repite el gesto con su otra mano. El espejo se resquebraja aún más, formando un patrón simétrico que se asemeja a una tormenta impactando en la base.
— ¿Nuevo truco?
La voz resuena detrás de uno de los espejos, y Mercurio no puede evitar sonreír en respuesta. Cierra los ojos al virar la postura en un gesto lento y controlado, más semejante a una danza ligera.
— Puede ser, puede ser —se ríe, dejando que los lazos giren a su alrededor y se enreden en el cuerpo—. Imagínatelo con cristal tintado, en vez de un espejo. Con luces danzantes que reflejen el patrón en el suelo y en las paredes...
Mercurio extiende los brazos en dirección a la voz, y de sus pies surge una sombra serpenteante que agrieta el suelo con un sonido ensordecedor, dibujando en la madera un abismo más profundo de lo que permitiría el escenario. Una sucesión rápida de pequeñas esferas de luz empiezan a brotar en el margen de los espejos, como frutos en una enredadera, y sus rayos atraviesan el cristal quebrado para deshacerse en arcos de colores que surcan los precipicios. Mercurio sigue la forma con las manos, y finalmente traza el semicírculo con la punta del pie, en una patada rápida que parece cortar el aire. Se detiene sobre uno de los puentes de luz, tenso, casi como si pudiera pisarlo, y se inclina para dejar caer su peso sobre la superficie intangible.
— "Y finalmente, el guerrero destierra la oscuridad y logra atravesar el vacío". ¿Algo así?
— Podrías dibujar lo que sea, con magia y sin ella —responde la voz tras los espejos, que parece contener una sonrisa—. Los puentes, los abismos, el paisaje, el escenario al completo. Se podrían contratar decenas de artistas para que hagan un exquisito decorado, los más capaces de todo el país, y ni aún así...
— ¿No sería tan bonito? —aventura Mercurio, deslizando su cuerpo entre el hueco de los espejos para enfrentarse por fin a la voz, a la que mira con ojos brillantes.
— No sería tan perfecto —responde Argán, antes de entregarse en un beso.
¡Tachán! Vuelta a la carga con mis relatitos de rol. Ahora que Cendra se ha jubilado (muy a mi pesar, porque sigo pensando en ella, y la echo tanto de menos...) toca quitarle el polvo a este concepto que tenía en mente: de un bardo de artes marciales, un artista volcado en cuerpo y alma a su doctrina, y así nació Mercurio. Solo he jugado una partida con él, en la que pude lucir su arte con todo lujo de detalles, pero el tiempo dirá lo bien que encaja en la partida con el resto del grupo.