Llegará el día en el que te aten tus pecados. El peso de un pacto dejando surcos en el suelo; tan profundos que muy pronto ya solo te quedará un camino. Unos ojos vacíos que perdieron la fe hace ya demasiado tiempo, cicatrices que no significan nada, pero que tensan tu piel y dibujan un destino forjado de nacimiento. Tantos puentes consumidos por las llamas, tanto humo que te nubla la vista.
Llegará el día en el que el mismo tiempo te ahogue, implacable, y se lleve consigo todo aquello que jamás fue tuyo por derecho. Persiguiendo sueños que la propia existencia te ha negado pero que ella misma te alienta a buscar, como un cruel juego en el que tus lágrimas alimentan las mías, en el que tu corazón acelerado solo late cuando así se lo permite mi voz.
Llegará el día en el que vuelvas a mí, sollozante, con las manos atadas y solo dos deseos en los labios: una segunda oportunidad, o un último milagro. Llorarás de rodillas y con una espada entre las manos, implorando una clemencia que, por desgracia, jamás podré prometerte.
Porque ese día, Kelek, no seré yo quien sostenga los dados.